Las consecuencias de los resultados electorales en Cataluña no se han hecho esperar con la dimisión este lunes del candidato de ERC y presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. Una decisión animada por su descalabro en las urnas y porque el futuro de su formación pasa por cómo gestione los 20 diputados que le relegan a la tercera plaza y le reducen, en una de las variables, a convertirse en simple muleta del PSC. La otra, esperar tiempos mejores en la oposición con un mero rol de espectador. La formación republicana ha sufrido en sus propias carnes los riesgos de arrimarse, aunque sea a cambio de prebendas e indultos, a un Sánchez que termina por fagocitar a sus propios socios, como bien saben en Podemos y ya empiezan a comprobar en Sumar.
El día después de unos comicios que evidencian el hartazgo de buena parte de la población hacia las causas independentistas, traducido en una sonora pérdida de apoyos, constata que Puigdemont tratará de vender cara su derrota. La palabra dimisión, promesa que él mismo explicitó de no llegar a ser presidente, no entra en su vocabulario más inmediato. En espera de la amnistía, más allá de hacer valer los votos cosechados este domingo, se postula a la presidencia de la Generalitat remitiéndose a los siete diputados que sostienen a Sánchez en el Gobierno. El trueque, o el chantaje político, es la última baza del líder de Junts en un mensaje más dirigido a su propia parroquia que a un Pedro Sánchez que, cómodo en el alambre, no dejará caer a un Illa acreedor como ha sido de un triunfo histórico para el socialismo en Cataluña. De verse acorralado, Sánchez no dudará en accionar el botón rojo de unas elecciones generales anticipadas. A Puigdemont, si es que llega a ese momento en condición de líder de su partido, tampoco es que le interese un cambio de signo político en Madrid.
Aunque todo parece indicar que Illa gobernará en minoría con apoyos puntuales, la resolución no llegará hasta pasadas las elecciones europeas. Los partidos trabajan en proyectar sus resultados, al menos los que han sumado apoyos. Desde un PSC que argumenta su éxito electoral desde la política de concordia sanchista a un PP que ha protagonizado la mayor subida de las formaciones comparecientes. A los populares se les abre un nuevo horizonte desde Cataluña, cuyo voto ha girado claramente a la derecha. Como sucede en el grueso de los países europeos. Superados los comicios en Euskadi y Cataluña, la lectura en clave nacional hace que las elecciones europeas del 9J se presenten como un nuevo plebiscito para Sánchez y Feijóo. El primero se enfrenta al posible castigo a su tacticismo político y cuestionables alianzas, sin citar excentricidades como los cinco días de reflexión. Para Feijóo, es una oportunidad para trasladar el dominio territorial de su formación a Europa, apuntalar su liderazgo y, quién sabe, poner rumbo a la Moncloa.