«Un solo caso de abuso ya es una desgracia"

Gustavo Basurto
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El nuevo obispo, Santos Montoya (1966, La Solana -Ciudad Real-), llega a la Diócesis riojana con la pandemia camino de la normalidad, pero con otros frentes dramáticos que atender: las repercusiones de la guerra de Ucrania y de la crisis económica

El obispo, Santos Montoya, en uno de los pasillos del edificio de la curia riojana. - Foto: Ingrid

El nuevo obispo, Santos Montoya (1966, La Solana -Ciudad Real-), llega a la Diócesis riojana con la pandemia camino de la normalidad, pero con otros frentes dramáticos que atender: las repercusiones de la guerra de Ucrania y de la crisis económica. Como químico de formación que es, el nuevo titular de la curia riojana podría echar mano de las fórmulas para atajar problemas como el alejamiento de los jóvenes o la falta de vocaciones. Pero la razón se impone, sabe que no hay 'fórmulas mágicas' y apela al esfuerzo de la Iglesia para sembrar en el terreno adecuado. Desde su anterior responsabilidad como obispo auxiliar de Madrid, tomó posesión el pasado 5 de marzo de la Diócesis riojana. Santos Montoya habla sin tapujos de la parte de responsabilidad de la Iglesia en los casos de abusos, pero deja clara la voluntad de acabar con ello y asistir a las víctimas.  

Hace un mes tomó posesión de la Diócesis. ¿Cómo le ha recibido la sociedad riojana?

Ha sido un recepción muy buena, la gente ha sido muy amable y los distintos recorridos por la Diócesis  han resultado muy agradables.

Vivimos momentos convulsos, tratando de salir de una pandemia terrible y con una guerra incierta en Europa. ¿Qué respuesta puede dar la Iglesia a esta situación?

Una respuesta es el testimonio espiritual, pero también propiciar caminos de paz y de entendimiento, ayudar a las víctimas y resolver algún tipo de conflictos. Me constan los movimientos que está haciendo el Santo Padre para intentar paliar esta situación. Pero la Iglesia no es solo política de alto nivel, que debe haberla, sino que también está la responsabilidad de cada zona. En la Diócesis, la Iglesia pero también la sociedad están respondiendo con un deseo de colaborar. Se ha recaudado dinero para Ucrania en colegios, Cáritas de La Rioja ha entregado cerca de cien mil euros de donaciones que ha hecho la gente y nosotros también hemos querido contribuir. Cáritas La Rioja daba 15.000 euros a Cáritas Nacional y la Diócesis otros 15.000.  Y además de la ayuda económica está la colaboración con el Gobierno en lo que nos quiera plantear en cuanto a disposición de espacios, de traductores...Y hay un arma, que no es de destrucción masiva sino de acción eficaz, que es la oración. Y todas las vigilias, eucaristías y demás que se hacen en este sentido creemos que empujan en la dirección de la paz. 

Como en otras partes, a La Rioja llegan refugiados ucranianos que huyen del conflicto bélico. Más allá de la labor humanitaria que realiza Cáritas, ¿la Iglesia riojana les prestará algún tipo de auxilio?

Es un momento de encuentro con las distintas instituciones. En Arnedo, por ejemplo, ha habido distintas iniciativas en este sentido por parte de la Alcaldía y de Cáritas, porque tienen decenas de ucranianos viviendo allí y han llegado varias familias. Quien tiene que tomar determinaciones y coordinar una tarea que no es fácil son las autoridades. Que ellas nos digan cómo colaborar.  Cáritas nacional nos ha dicho que lo que se necesita sobre todo es dinero, que facilita el comercio en la zona, ayuda a emprender realidades en el lugar del conflicto y en países cercanos de acogida. Y es lo que hemos hecho. Y hemos ofrecido traductores, profesores voluntarios para enseñarles nuestra lengua y atención en el Centro de Escucha a personas que vienen muy traumatizadas. Es verdad que puede haber iniciativas particulares que llaman a la puerta de la Iglesia, pero nosotros estamos en colaboración con el Gobierno. No podemos hacer la guerra por nuestra cuenta.

En los momentos más duros de la pandemia de coronavirus se tuvieron que interrumpir las misas y demás ceremonias religiosas. ¿Se ha recuperado el fervor de los fieles?

No lo experimenté aquí. Yo estoy asomándome ahora a los comienzos de la normalidad. Había todo un plan de evangelización que se ha truncado por la pandemia. El domingo 27 de marzo hubo en Albelda un encuentro de todas las cofradías de la Diócesis por primera vez después de la pandemia y había el gozo de encontrarse, pero también el temor de algunos que prefirieron no ir hasta que esto esté más asentado. Pero las reuniones van tomando su normalidad, las catequesis empiezan a dejar de ser online...Yo me he incorporado en un momento de deshielo.

Los medios telemáticos les han ayudado a mantener el contacto con la feligresía. ¿Serán útiles a futuro?

Sin duda. Todo el mundo ha incrementado su forma de relacionarse a través de la pantalla. Esto ha venido para quedarse.

La Semana Santa está a las puertas y las procesiones volverán a las calles. ¿Será un momento especial?

Sí. La gente tiene muchas ganas. Si la normalidad se va asentando, un termómetro será la Semana Santa. El plan de procesiones que tenemos es muy normalizado. Las cofradías están proponiendo un cartel normal, lo cual es un buen síntoma.  

¿Qué retos inmediatos se ha fijado como obispo de la Diócesis riojana?

Lo primero que había que hacer es llegar y empezar a ver la realidad pastoral. Ver cómo llegar a todos los sitios, con un clero que va ganando en años. Y ver cómo están funcionando las delegaciones y ya está en marcha el proyecto sobre la propuesta del Papa de la sinodalidad. Hay previstos encuentros con empresarios, con políticos, con periodistas para conocer la realidad de La Rioja. Conocer cuanto más mejor;la sanidad, las migraciones, los jóvenes...Pero esta no es una Diócesis parada; yo me he subido a un tren en marcha que funciona. Si puede hablarse de un plan, sería escuchar e intentar responder a las exigencias que los ciudadanos reclaman. Hay circunstancias como la guerra, la inflación y demás, la gente está sufriendo y la Iglesia debe estar ahí.

La Rioja es una comunidad afectada por la despoblación. ¿Cómo se las arreglará la iglesia para atender a la feligresía rural con escasez de curas y dispersión de pueblos?

Como las buenas madres, que cuando viene un invitado que no esperas ponen un plato más. Hay pueblos que se quedan sin cura y hay alguien en la zona que hace un extra. Habrá que ir acostumbrándose; le tocará al sacerdote y a los fieles, que tendrán que resituarse. Igual que uno hace para ir al médico o a comprarse unos zapatos, quizá tengo que hacerlo para ir a misa, porque estamos como estamos. 

¿Siente que hay un desapego de los jóvenes hacia la Iglesia?

Si atendemos a los datos, hace unos años un setenta u ochenta por ciento se declaraba católico, y ahora estamos en un sesenta y poco. Es verdad que una persona se puede declarar creyente, pero luego en la participación asidua en la iglesia nos iríamos a porcentajes más bajos. Y con los jóvenes ocurre igual; es un reto, ciertamente.

¿Y qué fórmula tiene para ese reto?

Si tuviera una fórmula para ello, me ponía una medalla al terminar la entrevista (ríe). La realidad del Evangelio es la misma, no cambia. Es como la fórmula de la Coca Cola. Lo que va a cambiar es la realidad en que se encuentra. El Evangelio tiene la aparente contradicción de ser lo de siempre, pero capaz de hacer las cuentas con lo de ahora. ¿Cómo proponer esa paradoja a los jóvenes? Intentando que entiendan que lo que se les propone es plenificante. Esto no son objetivos de marketing de una empresa que tiene que vender su producto sea como sea, sino que entendemos que hay algo que puede ayudar al joven, al niño y al mayor a sacar lo mejor de sí. Habrá que utilizar el lenguaje adecuado. Hemos de hacer un esfuerzo por hablar el lenguaje de los jóvenes de ahora.  

Un asunto de máxima actualidad es la investigación de casos de abusos a menores por parte de religiosos. El propio Papa defiende que se aclare todo. En La Rioja, la Fiscalía ha dicho que no hay procesos abiertos y la Diócesis tiene una Oficina de Protección de Menores. ¿Hay conocimiento de algún caso en la región?

No ha habido denuncias como tales en la Fiscalía, pero sí nos constan  dos casos de un sacerdote ya fallecido y de otro de un miembro de una congregación religiosa, con lo cual no sería propiamente del ámbito diocesano. Pero a todos los efectos es la Iglesia y no es que miremos para otro lado. Gracias a Dios tenemos pocos casos, pero es una desgracia tener un solo caso. Son personas que al cabo de los años lo han querido referir, han sido escuchados por nuestra oficina de atención de la Diócesis, no han querido denunciar civilmente y se han sentido escuchadas y atendidas. Lo que nosotros debemos hacer es atender a las víctimas, ponerlas en el centro y en el caso de que pudiéramos contactar con el victimario, procurar los medios para que deje de hacer daño y vaya al lugar adecuado, con una terapia adecuada. Y tenemos que ir también al hilo de lo que la propia víctima quiere. Pero sí debemos comunicarlo a una oficina central en la Conferencia Episcopal que recoge toda la información para saber cómo está la situación en España.

Los abusos se dan también en otros ámbitos, pero en el eclesiástico han tenido una significación especial. ¿Le ha hecho mucho daño a la Iglesia esa imagen?

La Iglesia se hace daño a sí misma en el momento en que hay un solo caso, no necesitamos que nadie nos señale para reconocer que si no se han hecho las cosas bien, somos nosotros los perjudicados, por nuestra mala praxis. Ahora bien, hay entidades que han hecho estudios, como Save the Children o la Fundación Anar, que hablan de un 0,2 por ciento (de total de casos de abusos ocurridos en el ámbito religioso) y de que el 99,8 está en centros deportivos, gimnasios, familias, clubs de todo tipo, etc. Se ha estado propiciando el turismo sexual en países de oriente y se ha estado mirando para otro lado. En los idearios de muchas asociaciones hay una propuesta de trato con menores con una mirada tranquila; y sin embargo la Iglesia no lo tiene en su ideario y a eso lo llama pecado, cuando no delito. El Papa Francisco, y los anteriores, lo tiene muy claro y ha dicho que la Iglesia no puede mirar hacia otro lado. En el ámbito de la Iglesia, los abusos tienen un plus de retorcimiento, porque afecta a la relación con Dios y eso es más grave. Por eso, nosotros tenemos que ser exquisitos en esto. 

Recientemente se ha puesto sobre la mesa el proceso de inmatriculación de bienes eclesiásticos y en el caso de La Rioja había dudas sobre algunos inmuebles, entre ellos la parroquia de Ribafrecha. ¿Se ha podido certificar ya la propiedad?

Según las noticias que tengo está todo claro. En este tema de las inmatriculaciones, en general ha sido la Iglesia la que ha dicho, conforme a un listado que se nos ha dado, lo que  no es suyo. En cualquier caso, si hay ahora mismo una persona, conforme a derecho, que diga que algo es suyo, se estudia y se acatará lo que sea menester, sin miedo.

 

¿La pérdida de vocaciones es irreversible?

No, no, si fuera irreversible, apaga y vámonos...

¿Cuántos jóvenes riojanos se preparan ahora para ser sacerdotes?

En un seminario que ha dado vocaciones a toda España y al mundo, ahora tenemos cuatro personas, tres en el seminario mayor y otro en el menor.  Pero esto es como la forma física, se puede perder y recuperar. Estamos hablando de ponernos en forma con una mentalidad y una forma de mirar de otro modo. Igual que en la historia de la Iglesia ha habido desiertos y luego vergeles, confiamos en que sembremos lo adecuado para que crezca.  

En Logroño, la comunidad de los jesuitas dejará la ciudad en junio, aunque seguirá el colegio. Faltaba decidir qué hacer con la parroquia de San Ignacio. ¿Se sabe ya?

Sí, estamos encantados de recibirla. Estamos en conversaciones con la Compañía para ver en qué términos queda, pero hay un acuerdo para continuar con ella. Es una parroquia en un lugar privilegiado, en el sentido de que está con un colegio con alumnado numeroso y en un barrio donde puede hacer mucho bien. 

¿Hay necesidad de construir alguna parroquia en barrios nuevos?

Hay proyectos que se empezaron hace años y a los que hay que dar una vuelta para ver si son pertinentes o no, pero ahora mismo no hemos entrado en ese capítulo. No ahora mismo una prioridad. 

El recinto del Seminario y demás instalaciones de Logroño tienen muchísimo espacio, en parte en desuso al no haber ya seminaristas. ¿Hay previsto algún nuevo uso para este patrimonio? 

Esto tiene más movimiento que lo que parece. En este edificio tan grande tenemos el hogar sacerdotal, hay sacerdotes que viven en una de las alas laterales del seminario y en otra están los seminaristas y es también un espacio al que vienen grupos a distintos tipos de encuentros, muchos de ellos de jóvenes. Y están las oficinas diocesanas, con espacios para las delegaciones, y está el Centro de Espiritualidad, al que acuden grupos. Puede parecer desde fuera que aquí no hay nada, pero hay movimiento. 

El monasterio de Valvanera estuvo a punto de quedar deshabitado y hoy lo atiende una pequeña comunidad de religiosos del Instituto del Verbo Encarnado. ¿Seguirá de esa manera?

En breve iré a visitarlos. Es un sitio que visité hace años, cuando aún estaban los Benedictinos. Ocurre como con los Jesuitas, que se tienen que reorganizar dadas sus circunstancias particulares. Hemos de hacer las cuentas con la realidad y la realidad se impone, que decía Zubiri. De momento está esta comunidad, que está manteniendo un lugar emblemático y dando un servicio y acoge; ¡pues bendito sea Dios!

¿Cómo le han ido a la Diócesis los ingresos por la aportación de los contribuyentes a través del IRPF?

La de La Rioja es la segunda Diócesis  en donde más se marca la equis para la Iglesia. Esto da una idea de la sintonía que hay, del reconocimiento del papel de la Iglesia como tal. El pueblo cristiano de La Rioja es generoso. Esa sintonía yo la percibí en mi recepción como obispo. A mí no me conocían, pero se ve que eclesialmente los cristianos sintonizan con el obispo y eso dice mucho de los sacerdotes que han estado sembrando la fe aquí. 

¿La ayuda oficial para mantenimiento del patrimonio eclesiástico es suficiente?

Hay mucho más patrimonio que el que las ayudas puedan cubrir, pero hay buena relación institucional y hay signos de colaboración en este sentido. Hasta lo que yo conozco la ayuda es muy buena. 

Los colegios concertados y madres y padres de este tipo de centros son críticos con la política educativa del Gobierno regional. ¿Comparte la Diócesis ese lamento?

Tendría que entrar más en materia para opinar. Institucionalmente no he hablado aún con nadie del Gobierno en este sentido. Sí que hay un cierto sobresalto por lo que va a ocurrir con la aplicación de la ley, que sabemos que tiene sus holguras y habrá que ver. Lo que sí creo es que debería quedar claro es la necesidad de que los padres puedan elegir. Los conciertos educativos son una fórmula que ha funcionado y no debería privarse a unos padres del estilo educativo que quieren. Dejemos hacer, eso sí, con unas normas.