Farmacéuticos rurales contra la despoblación

Carmen Sánchez
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Estos profesionales reivindican que su servicio en el medio rural es «imprescindible» y piden más medidas para garantizar la continuidad de los negocios

La farmacéutica María Galilea y su compañera, frente a la farmacia de Corera, que da servicio al Valle de Ocón. - Foto: Ingrid

Ser farmacéutico en el núcleo rural no es una labor sencilla. Quien apuesta por trasladar su negocio a localidades en las que el saldo vegetativo lleva lustros en negativo asume un riesgo que le obligará a mantener un equilibrio entre la rentabilidad y la prestación de un servicio que va más allá de la atención meramente sanitaria y la venta de medicamentos. Pero una vez que han probado las mieles de la botica de pueblo reconocen que volver a la vida anterior se hace impensable. Se han vuelto adictos a sus gentes, a su calidez y cercanía y a la tranquilidad del día a día, donde la vida es más pausada. 

Un centenar de las 156 farmacias que hay en la región se localizan fuera de capital rioja y 44 de ellas son botiquines que están ubicados en pequeños núcleos poblacionales o aldeas. Uno de ellos está localizado en Sorzano, un pueblo próximo a la capital riojana que tan solo cuenta con 232 habitantes. Los medicamentos los suministra el farmacéutico de Nalda, Miguel Ángel García, que sube a este municipio dos horas cada mañana para facilitar los medicamentos a sus vecinos. «Sabemos lo que toma cada uno porque la mayoría son personas mayores que tienen enfermedades crónicas», asegura este profesional, que reconoce que en invierno no es habitual que tenga más de diez clientes al día. Una situación que en verano cambia radicalmente con la llegada de más vecinos a sus segundas residencias, tanto personas mayores o jubilados, como niños. Una situación que no altera el sistema de dispensación de medicamentos. «No cambia mucho porque de un día para otro pueden tenerlos», afirma. 

Lo mismo sucede en una farmacia enclavada en Préjano, una localidad que apenas cuenta con 200 habitantes censados, que en pleno invierno no llega a contabilizar más de 120 residentes. «Ahora en invierno es bastante duro porque permaneces muchas horas en la farmacia para el poco trabajo que hay», se lamenta su farmacéutica Cristina Rubio, quien reconoce que procura evitar «darle vueltas a la cabeza» para no agobiarse. La pandemia y la pérdida de población han hecho mella en los ánimos de sus vecinos, un desasosiego que ella acusa tras estar 15 años al frente de esta botica rural. 

Su farmacia es una de las 16 beneficiarias de la ayuda estatal y muestra su alegría ante la inminente subida acordada. «Por fin han contemplado la subida del IPC, que no se hacía hasta ahora», afirma Rubio. No obstante, puntualiza que esta cuantía es «una ayuda más», que «no garantiza la continuidad en los próximos años». Al respecto, reivindica el servicio «imprescindible» que prestan las farmacias rurales y considera que se debería «organizar la atención farmacéutica en los pueblos de otra forma» para mantener la actividad en zonas despobladas. «Ahora no es rentable una farmacia como la mía y no se han aplicado medidas en ese sentido. Es verdad que sin la ayuda tendría que haber cerrado, pero no deja de ser un parche. Es importante que, de forma paulatina, se desarrolle una nueva ordenación farmacéutica y que se planteen soluciones reales», detalla esta farmacéutica.

Pese a que reconoce estar «un poco pesimista», valora la buena relación y cercanía que hay tanto con los vecinos como los sanitarios que están en Préjano. «Es muy satisfactorio ver a la gente, a la que conoces de siempre y ves a diario, conoces su historial de salud... te sientes bien porque les ayudas», asegura mientras recuerda su trabajo durante la pandemia. «Hemos hecho una labor muy importante, yendo a los domicilios, haciendo de intermediarios y dando información por teléfono y whatsapp».

una farmacia para un valle. Enclavada en el Valle de Ocón se encuentra María Galilea, una joven farmacéutica que hace un año y medio decidió regentar la farmacia de Corera. Gran parte de su jornada laboral la pasa en su coche, ya que presta servicio a los pueblos del valle. Pero el kilometraje no le pesa, ni la actividad del día a día que, dice, «no es para gente vaga». Se desplaza a recoger los tarjeteros o cartones y a entregar los medicamentos prescritos. Dos desplazamientos que completa casi todos los días a cada localidad donde hay botiquines o buzones.

Casi el 80 por ciento de la población que atiende supera los 70 años. Aunque en Corera y Galilea la media de edad baja por la guardería y el colegio. No se plantea volver a Logroño donde comenzó su carrera. «La gente es muy agradecida, te da todo lo que tiene; es un amor», afirma. Su negocio, por suerte, es rentable, pese a la bajada de los medicamentos y la caída de población que se registra en invierno.