Historia de una victoria, 25 años después

Feli Agutín
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Se cumplen hoy 25 años desde que el funcionario de la prisión de Logroño José Antonio Ortega Lara fuera liberado por la Guardia Civil de un zulo en Mondragón, donde ETAle retuvo 532 días sin que perdiera la cordura

José Antonio Oretga Lara, a su llegada a Burgos tras la liberación. - Foto: Alberto Rodrigo.

Sabe usted quién soy?», le preguntó el entonces juez más conocido  de España, Baltasar Garzón. «Sí», respondió José Antonio Ortega Lara que, desorientado, con larga barba, demacrado y muy deteriorado, como un náufrago abandonado en medio de un mar ignoto, asistía así al final de una larga pesadilla que había durado 532 días en los que había perdido 23 kilos de peso, pero no la memoria.

Eran sobre las seis y media de la madrugada del 1 de julio de 1997, cuando una operación de la Guardia Civil en la que participaron 500 agentes comandada por el juez Garzón ponía fin al secuestro más largo de la banda terrorista ETA y a la detención de sus raptores, que no colaboraron en ningún momento en la localización de Ortega Lara, que había permanecido en un zulo de 1,7x 2,2 x1,8 metros desde el 17 de enero de 1996.

José Antonio Ortega Lara con su mujer, Domitila, y su hijo Dani, en su piso de Gamonal, en Burgos, después de su liberación.José Antonio Ortega Lara con su mujer, Domitila, y su hijo Dani, en su piso de Gamonal, en Burgos, después de su liberación. - Foto: Alberto RodrigoEse día, Ortega, que tenía 37 años y trabajaba como funcionario en el centro penitenciario de Logroño, fue secuestrado en el garaje de sus casa en Burgos a punta de pistola. A pesar de que ofrece resistencia, le vendan los ojos, le esposan y amordazan y le meten en el maletero de su automóvil. De ahí, le trasladan a una  nave de Mondragón, donde fue introducido en el zulo, bajo tierra, con la humedad del cercano río Deva, en el que permanecería año y medio.

«Podía haber sido yo, pero como no me pudieron coger, porque me fui a Madrid, al Senado, él fue la opción b», relata José Ignacio Ceniceros, entonces secretario general y ahora presidente del Partido Popular, formación en la que también militaba Ortega Lara.

«José Antonio y yo éramos muy amigos, pertenecíamos a la misma promoción y habíamos trabajado juntos en la prisión de aquí», relataCeniceros, que cuenta que pocos días antes del secuestro tomó un café en un bar  de las cercanías de la fuente de Murrieta, donde se ubicaba la sede del partido, con Ortega Lara y Tomás López San Miguel, entonces delegado del Gobierno. «En esa cafetería, dos de los secuestradores nos estuvieron vigilando porque ya le estaban haciendo un seguimiento», cuenta el diputado popular que le relató después de la liberación su excompañero.

Las manifestaciones y convocatorias pidiendo la libertad de Ortega Lara se sucedieron por todo el país durante el secuestro. En la imagen, una celebrada en Logroño, en la plaza del Ayuntamiento.Las manifestaciones y convocatorias pidiendo la libertad de Ortega Lara se sucedieron por todo el país durante el secuestro. En la imagen, una celebrada en Logroño, en la plaza del Ayuntamiento. - Foto: Jesús MatíasAunque durante las primeras horas se dudaba de la autoría de ETA -mantenía secuestrado al empresario José María Aldaya desde el 8 de mayo de 1995, al que no liberaría hasta el 14 de abril de 1996-, la banda terrorista confirmó la acción, con la que pretendía «chantajear» al Gobierno, según dijo el ministro del Interior, el socialista, Juan Alberto Belloch, para que pusiera punto final a la dispersión de presos. Dos días después de que ETA confirmara el secuestro, lo hizo el 19 de enero, se produjo una protesta silenciosa en todas las cárceles de España, manifestaciones de repulsa que no cesarían durante el año y medio del cautiverio en prisiones, calles y plazas, como el 17 de cada mes en El Espolón, que llenaron de lazos azules todo el país. Los funcionarios de Logroño no olvidaron ni un segundo a su compañero secuestrado y protagonizaron, durante 70 miércoles, 70 concentraciones exigiendo su liberalización, en las que eran acompañados por los principales representantes políticos de La Rioja. La «incertidumbre» cundió entre la plantilla porque «igual que le tocó a él nos pudo tocar a nosotros», recuerda José Manuel Garrote, entonces y ahora funcionario del centro penitenciario, cuya plantilla mantuvo un encierro continuo «las 24 horas del día durante los 532 días».  «Siempre había alguien presente en una zona que habilitamos para ello, incluso en Nochebuena y Navidad, algo que fue muy duro», señala Garrote, que destaca que los encierros se realizaban en los días de libranza. «Es lo que más me asombra de aquella etapa, que mantuvimos día y noche aquella acción», destaca el funcionario, que señala que albergar ahora «tantos presos de ETA [16] nos ha hecho revivir aquella época».

El expresidente Pedro Sanz recuerda las conversaciones con «su tío fraile» durante el secuestro que, relata, intentó «muchas veces» buscar cauces de diálogo con la banda  terrorista, y el lazo azul que se colgó en el Palacio de Gobierno. 

«Toda la sociedad riojana se quedó conmocionada», afirma el exdelegado del Gobierno, que destaca el trabajo que realizaron los GAR (Grupos de Acción Rápida) de la Guardia Civil, aunque reconoce que desconocía los pormenores de la investigación. López San Miguel señala que la víspera de la liberalización, en un despacho con el general de la Guardia Civil de la V Zona, este le desveló que al día siguiente se iba a desarrollar un importante operativo, pero sin ofrecerle más detalles, «que es como tenía que ser».

La larga noche. Quien en aquella época era capitán de la Guardia Civil responsable de la actuación, el hoy coronel Manuel Sánchez Corbí, relató en el libro Historia de un desafío lo extremadamente difícil que fue hallar el zulo  y cómo «en el momento de sacarlo, Ortega Lara, que no entendía lo que pasaba, grita matadme ya de una puñetera vez», pensando que se trataba de los etarras. López San Miguel narra que fue la figura de Garzón la que desveló al secuestrado que estaba siendo rescatado.

Relata que la Guardia Civil «lo tenía muy bien estudiado» y coincide en la «larga noche» que pasó la Guardia Civil porque, aun teniendo la certeza de que estaba Ortega Lara se hallaba en aquella nave, «no le encontraban», e incluso se quiso detener las investigación que, por el empeño de la Benemérita, concluyó con éxito. El exdelegado del Gobierno recuerda que fue sobre las 7 de la mañana cuando el general de la Guardia Civil le comunicó el final del rapto, «la mayor alegría que yo recibí durante mis ochos años frente a la Delegación» en dos planos, «por tratarse de un conocido y porque habíamos logrado desmantelar el secuestro de ETA».

 «José Antonio no perdió en ningún momento la cordura, leía lo que le dejaban y llevaba la cuenta de los días y las horas, se confundió por escasa media hora», destaca el presidente del PP, que visitó varias veces a su compañero en Burgos , donde conoció los «duros» detalles de los que le hizo partícipe Ortega. «A veces le castigaban sin comer varios días porque no accedía a lo que quería, como jugar a las cartas», cuenta. A cambio, él le entregó un dossier encuadernado con los cientos de noticias aparecidas en la prensa nacional y regional sobre las continuas concentraciones. «Lo hice con mucho cariño, con la esperanza de poder dárselo un día», dice un emocionado Ceniceros.

«Hay que destacar todo lo que hicieron las fuerzas de seguridad  por localizar el zulo», alaba Pedro Sanz, que recalca que «conviene que no lo olvidemos y que las nuevas generaciones sepan lo que es la libertad, los derechos humanos y el respeto a los demás». Su compañero Ceniceros cree que hay que considerar  a Ortega como un símbolo de la libertad, «que aguantó lo que aguantó», gracias, también, a ser creyente Otro expresidente, el socialista José Ignacio Pérez, que era en aquella época líder de la oposición, subraya que hoy podemos celebrar un acontecimiento «feliz», pero el balance son 853 muertos de ETA. «Estábamos en una sociedad chantajeada en las que se nos quería hurtar la libertad», señala, al tiempo que destaca que hay que agradecer que no se ha producido ningún atentado desde 2010. «Lo que soñábamos en aquel tiempo era el final del terrorismo y se consiguió», apunta Pérez, que resalta que la violencia «no lleva a ningún sitio». No obstante, «sin el perdón no se puede reanudar otra vida».