Hencho Aranda: "Fui un visionario de mi tiempo"

Francisco Martín Losa
-

Encuentro con Hencho Aranda Yangüela, promotor de las urbanizaciones de El Rasillo y Sojuela y adelantado a su época en los años setenta

Hencho Aranda, en el salón de su casa de Logroño. - Foto: Óscar Solorzano

El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles, es lo inalcanzable. Para los temerosos, es lo desconocido. Para los valientes, es el riesgo. Para los visionarios, es la oportunidad. El periodista se ha convertido en un indagador del personaje elegido para ocupar este reposado espacio del diario por el que pasan aquellas personas que se han remangado para dejar huella en esta tierra. Ya no están en el foco mediático, ni persiguen arrebatar un flash a la cámara.

 Hencho Aranda Yangüela, Florencio, es un visionario de su tiempo. «Por eso, no me he hecho multimillonario», dice. Adelantado a una época dorada, no es, precisamente, un nostálgico, sino realista, aunque sus sueños no tenían límite. Campeón donde nadie quería quedar atrás, ha sacado tajada donde ha podido y consciente de que en la derrota está la oportunidad de levantarse otra vez. Ochenta y cuatro años bien vividos y disfrutados en la implicación, que es lo que cuenta. Y lo que queda.

Escapada de casa a Barcelona. Sus proyectos se confunden con su persona desde los primeros tiempos. «He sido  movido por un sitio y por el otro con muchas inquietudes. Nací en plena guerra el 29 de septiembre de 1937, el día de San Miguel. Mi padre era ginecólogo y no me dio por estudiar medicina. Me gustaba ingeniero de montes o alguna cosa así , hice un peritaje industrial, aquí en Logroño, y lo terminé en Tarrasa».

No hay plan, no hay hoja de ruta marcada: «Mi padre era un hombre que si me coge me mata pero, por otro lado me admiraba. Tenía esa inquietud tremenda y venía a verme a los campeonatos. Era austero, muy duro, ya sabes, y nos educó así, sobre todo conmigo. Era el único hijo, porque mi otro hermano murió a los 4 años, y el resto han sido hermanas; una de ellas acaba de fallecer en Francia y cuatro que viven». 

Desde la niñez, amigo de sus amigos y, sin titubeos, se largó a Tarrasa. «Se habían ido varios de la cuadrilla, agarré la bici y con 12 pesetas en el bolsillo me escapé a Barcelona, harto de sufrir broncas. Ya te puedes imaginar, trabajando en la Estación del Norte, como descargador, en Muebles La Fábrica y sábados y domingos vendiendo urbanizaciones. La carrera me sirvió los primeros años en Sabadell, montando estructuras metálicas, pero tenía yo otras inquietudes».

El cura que se cruzó en su camino. Es difícil relatar con exactitud el ritmo de vida o el manejo del tiempo y el espacio donde surgen las oportunidades. «Me gustaba mucho la radio y consigo un programa en Radio Tarrasa cara al público, Festival en las ondas, y en mi cabeza estaba irme a Inglaterra para perfeccionar el inglés y entrar en el doblaje con Rogelio Hernández. Vicente Martínez, que presentó telediarios en TVE, era mi amigo y me llevó un día a Radio Barcelona. Aquello de moverte entre los locutores estrellas como Soler Serrano, Gerardo Esteban y Mario Beut me volvió loco. Rogelio, con una voz peculiar,  era un fenómeno que doblaba a Marlon Brando, Paul Newman, a todos los grandes de Hollywood».

Y los sueños, sueños son. «Quise irme, incluso me despido de AEG Industrial y la radio para volar a Inglaterra, pero se interpuso en el camino el padre Vitoriano Laviano, el cura de El Rasillo. Me lo encuentro en Logroño, hablamos de El Rasillo, de lo que se puede hacer. Subo al pueblo y me entusiasmo del lugar, me lío la manta a la cabeza y cambió totalmente mi vida. Durante dos años los pasé comprando fincas, hasta 102, para crear una agrupación y desarrollar un proyecto turístico. En ese tiempo, construimos el Club Náutico, el primero en toda la sierra; se levanta el hostal y comenzamos la urbanización».

De una vida de locura a otra cargada de osadía e incertidumbre.

El boom jamás conocido en los Cameros. Imagino a nuestro personaje entre pinos y hayas, contemplando y pensando. Su cabeza es un cúmulo de obras. «En Barcelona, había estado con grandes promotores de polígonos industriales y residenciales. Era el boom de las urbanizaciones, era el año 1967. Entonces, imagino en El Rasillo el futuro. Lo que pasa es que me equivoqué en el tiempo. Cuando arranco con toda la ilusión, pensando en Barcelona, pasé por alto que en El Rasillo no había compradores. ¿Qué, entonces? Iba todos los días a San Sebastián y a Bilbao, publicitando el proyecto para atraer a gente con un nivel adquisitivo superior al nuestro . Y aquel trabajo me costó mucho sacrificio».

Empieza el largo y valeroso camino del trabajo, lo que puede significar que irá muy lejos. «Era un pueblo que hubiera ido a menos, a menos. La gente respondió muy bien, salvo los cuatro ganaderos que guardan la vacas debajo de las casas y era su calefacción. Esta situación me creó dificultades y enfrentamientos, hasta que se fueron haciendo mayores y los jóvenes se colocaron todos. Se ganaba mucho dinero, colocando a treinta y tantas personas, venían de Ortigosa y de Villoslada a trabajar. Fue el mayor boom urbanístico de los Cameros».

El primer tropezón. El proyecto iba con su persona. «La urbanización tenía unas setenta hectáreas y yo no hice chalets, bueno, levanto los cinco primeros y luego, unos seis o siete de madera y ahí sufro una estafa, bastante grande, de unos chilenos en la época del presidente, ¿cómo se llamaba?...eso es, Salvador Allende. Y ¿qué hacían los chilenos? Pues sacaban fletes de madera y, a la entrega, medio contrato, firmaba las letras, las cobraban y regresaban a su país. Entonces, nos dejaron los fletes en el puerto de Valencia, abandonados. Luego exigí ese dinero, sin conseguirlo, porque a la hora de cobrar, primero estaban las instituciones públicas, Medio Ambiente era la primera. Total, que me dejaron un gran pufo y me fui a pique, la primera ruina».

Haciendo equilibrios, como la admirada Pinito de Oro en el trapecio, Hencho tuvo que reinventarse para salir adelante. «Estaba solo, ese es mi problema pero, al final, conseguí vender a un gran grupo, a Goyo Martínez, que era constructor. Faltaban para terminar unos 20 millones de pesetas y coloqué varias parcelas a cambio de terminar la urbanización».

Hasta 100 chalets. Nada de tirar la toalla. Hay que huir del desánimo y ni se metió debajo de la mesa. «Esa urbanización tenía unas 70 hectáreas y se inició toda a la vez. La idea era levantar una primera fase encima del pueblo y se acercaba gente de Nieva y, si vendías, había que urbanizar y era un lío. También hice la primera piscina de toda la sierra, la que está en el hostal, con 10 habitaciones. El comprador lo adaptó a restaurante y se sigue llamando Hostal Cameros. Aquello llevó muchos años, más de 25, fue muy largo y los beneficios no se vieron por ninguna parte. Tenía 30 años, pero con mucha fuerza, y cualquiera hubiera tirado la toalla. Iba a San Sebastián, traía los clientes y les enseñaba El Rasillo, después de invitarles a comer y así días y días».

Unas palizas de coche que soportaba por los pocos años y porque el cuerpo aguantaba todo. «Al principio, los compradores fueron vascos en un ochenta por ciento, pero me salió un competidor tremendo que fue la urbanización de Estella, un verdadero muro porque los clientes se quedaban a medio camino porque El Rasillo les parecía largo. Al final, muchos vascos han ido vendiendo y ahora son prácticamente residentes riojanos».

Hencho Aranda, siempre  con la vela a su santo y el incienso a la Providencia. «Se construyeron 100 chalets y yo hice la urbanización y la parcelaria. Las casas tenían una edificabilidad del treinta por ciento de la superficie urbana, baja más dos alturas era lo que se permitía, y la edificabilidad correspondía al Ayuntamiento. En esa etapa, sufrí lo indecible porque el Ayuntamiento no entendía de estas cosas, no estaba documentado ni tenía dinero y se tenían que fiar de mí. Cuando les traspasé la piscina y las calles carecía de capacidad para su mantenimiento hasta que, pasado el tiempo, recaudó dinero y se hizo cargo de todo».

A la búsqueda de trabajo. Si de algo ha sabido nuestro personaje, es salir de las dificultades, girando la rueda de la fortuna, entre prudente y audazmente. No ha sido la única ruina: dos veces arruinado pero se he levantado tres. La situación más dura se dio del 70 al 75,  una época gorda y, en seguida, se abre camino, recorriendo un segundo itinerario. «Me salió el coto de caza de Sojuela, lo tuve 25 años y me reinventé para obtener dinero. Un día de locura se me cruzó adquirir una finca en ese municipio a un ingeniero de Minas, Jaime Navarro Domenech, y pongo caza industrial. Fue todo un éxito. Se cazaba perdiz, codorniz, conejo y corzo de monte, entre otros animales. Unos días antes, llevé a mi mujer a que la viera y me dijo: 'Seguro que la has comprado'. Y era verdad».

Me pregunto qué explica con vehemencia esa pasión por la naturaleza a la que siempre recurre Hencho cuando emprende una nueva aventura. Sencillamente está a gusto y a sus anchas. «En el coto aparecían franceses y soltaba codornices, la llamábamos 'La Nogarela'; era bonito, sí, con todas las características de un campo de golf. La prueba es que el actual terreno no ha cambiado para nada de lo que era la finca al principio. Ha cambiado la zona de las edificaciones y se han cortado árboles para construir las edificaciones. La primera parte, muy bien».

El campo de golf, a trancas y barrancas. La verdad es que el coto tiraba y rendía muy bien, por lo que la decisión del campo golf no estaba tomada, pero empezaba a revolotear en su cabeza. «Llegaron unos franceses con mi cuñado, que era alcalde de Sigur; con los de Taya y Bayona, trajeron unos palos y todos estuvimos jugando, comentando que sería un campo de golf fantástico. Y empiezo a darle vueltas y más vueltas, ¡bueno soy yo! Encargué una maqueta, la estuve estudiando y me costó mucho, Paco, sacar el proyecto adelante. Toda  la artillería en contra y yo era solo, no tenía a nadie que me apoyase, una institución, un inversor, un capitalista, solo contra todos los ecologistas del mundo, Administración, fue muy duro».

Las ideas incitan pero los autorizaciones y el dinero no se fabrican sólo con un discurso bien apañado y argumentado. «Entonces era delegado provincial de Deportes, que fue otra etapa de mi vida. Había  hecho una buena relación con los arquitectos del Consejo Superior y les pido que hicieran este proyecto. Carlos Araujo Trigo y otro, no me acuerdo su nombre, desarrollaron el proyecto y con esto estaba seguro de que ganaría a la primera, porque venía del Consejo. Pues, amigo, me lo tumbaron. El corporativismo es terrible. Un día me llamó un amigo y me dijo: «Este proyecto no lo vas a sacar nunca adelante y te estás gastando mucho dinero, vete a hablar con Javier Martínez Laorden y, si decide como arquitecto, hacerlo, es posible que lo logres pero tú solo, nunca. Y así ocurrió».

El bien benefició y se extendió a muchos, sobre todo, a la gente del pueblo. «Contraté a los que querían y se movían a su bola. En tiempos de caza, oían cuatro tiros y se escapaban a la paloma. Era su diversión y no tenía más remedio que aceptarlo. Luego, traigo el agua de las Navaridas y se le ocurre a un alcalde poner una choricera.  Pues otro problema evitando todos los pleitos posibles. No he querido pleitear, porque es un mal camino».

Se cierra el grifo bancario. El ladrillo ya recuperará su valor pero, antes, las pasará mal, que se dice. «Terminado el desarrollo urbanístico con Martínez Laorden, lo vendo a Caja de Ahorros de Navarra, en 300 millones, le saco un buen pellizco aunque me había gastado mucho, y se paga a todo el mundo. No había pasado mes y medio y la entidad bancaria se lo coloca a Manolo Jové, que le suelta 1.500 millones y, por último lo adquiere la promotora Mantinsa-Fadesa, que se encarga de todo el complejo. Ese fue el ir y venir del campo. Bien. Todo sin apoyos. Quería hacer viviendas y me concedieron 800 y a los nuevos, Urbanismo llegó hasta las 1.300, así son las cosas».

El arte de lo posible encaja como un guante hasta que viene lo que no está previsto. «A mí me dieron otro golpe urbanístico: el cierre bancario; y todos los promotores nos fuimos a hacer puñetas, con todos los créditos cerrados en el año 2006. La banca te cierra y te exige que pongas el ochenta por ciento restante, te cierran el gas y ¿a dónde vas? Es que son las reglas de juego con un riesgo enorme. Recuerdo que un amigo me decía: 'Hencho, cuanta más capacidad de endeudamiento tengas, más rico vas a ser porque, con el dinero del banco, sacas un veinte por ciento y así vas multiplicando, multiplicando y acabas multimillonario'. Sí, sí, ya, hasta que te cerraron el grifo y entonces ¿qué?»

Un ring en el interior de una bodega. La crisis la hemos agitado tanto que puede salir un pan como unas tortas, porque en el mundo de los negocios no siempre se da el milagro de los panes y los peces.

 «En Sojuela, gané. Supongo que costó unos 100 millones, me quedó limpio un dinero muy majo. Lo que pasa es que yo soy así e, inmediatamente, me meto en otro bollo comprando en la zona de Valparaíso y eso no salió y me fui poco menos que a la ruina. Todo lo que fue la Eco-Ciudad, que iba a ser el boom, el chollo de los chollos, y como soy incapaz de tener el dinero en la banca, pues allí que voy. Estaba Josechu Arrieta, con otros, y empezaron a desarrollar una urbanización, esto era en la finca de motocross, que la compro. En ese terreno, el Ayuntamiento tenía un proyecto de desarrollo por la zona norte, que comprendía desde Oyón al Arco de Navarrete, unidos por una carretera, una obra impresionante, pero no salió y otra vez, abajo. Lo ves y piensas, aquí está el futuro».

El deporte, siempre, incluso el boxeo. Nunca se ha hecho a la idea de estar quieto y descansar, lo pasa bien en todos los sitios y le saca chispas a la vida. «Era un chaval  y mi padre era el médico de la Federación de Boxeo y su ilusión era que lo practicara. Los boxeadores me regalaron unos guantes y andaba con Mínguez en la calle Los Baños y me enseñaba de todo. El presidente Peiró se lamentó de que le quitarían el ring, al quedarse sin dinero y, como tenía pasta, lo compré por 35.000 pesetas para la Federación, que todavía lo tiene. Me enredaron para asumir la Presidencia y, como todo lo que veo me entusiasma, pues accedí y llevaba a los chavales hasta El Rasillo y los invitaba a comer. En una de las reuniones que teníamos salió la subasta del Campeonato de España, me presenté y nos lo adjudicaron. En todos los torneos palmaban dinero y el nuestro resultó con 130.000 de beneficio. Pusimos un ring en Calahorra, otro en Haro y otro, en Logroño, en Las Gaunas y todas las noches, lleno. Hablo con Melquiades Entrena, que era un hombre genial, y le propongo hacer el campeonato de boxeo en la bodega. «Van a estar todos los medios nacionales, la tele y metimos el ring en el interior de Berberana». Para Cenicero fue un puntazo. No se ha vuelto a repetir y a los seis meses, dejo la Federación al nombrarme delegado de Deportes.

En la política, de pasada. Y me cuenta un secreto. «Una cosa que no sabe nadie: el pabellón de Lobete iba a Palencia y para que se construyera en Logroño hacia falta un terreno, que Narciso San Baldomero, nada más proponérselo dijo que adelante; pensé en Lobete y en un presidente. Me voy a ver a Alejandro Fernández de la Pradilla, que era de halterofilia, vamos a Madrid y nos dan en el Consejo el OK. El polideportivo se vino a Logroño».

No le he tentado el poder, pero ha estado en la antesala. «De política no quiero saber nada. He votado en Madrid a Ayuso, pero estuve trabajando por la cara en UCD, que me lo pidió Luis Javier, que les echara una mano, desde el año 76 hasta el 82 en la gerencia del partido. Luego, Antonio Andrés Castellanos me propuso para ir en la terna del Senado con José Luis Bermejo y María Francisca. Fuimos los tres y nos ganó por goleada el PSOE en la apoteosis de Felipe González. Yo les había anunciado: éste nos barre, es un gran líder y así sucedió. En la gerencia, me quedo por ayudar y, visto lo visto en los partidos, prefiero marcharme, no saco nada y metía horas como por un tubo».

Siempre en solitario. Hay manera de pasar a la historia y de varias maneras. Hencho ha aprendido a sortear las adversidades, siempre dándole al coco por lo que pueda caer. «Lo he tenido muy difícil, igual he sido un poco chulo, al decir yo valgo y no necesito a nadie». Ha sido bastante caprichoso, como llegar a tener 50 burros para proteger la especie, sobre todo, la zamorana, que es la raza más bella. 

Entre hobby y trabajo, se ha dedicado a las antigüedades y todavía conserva dos locales llenos de cuadros, de bargueños y todo lo demás, de gran valor aunque  ahora no se vende nada. Rectifica: solo compran los hoteles nuevos. No se ha preocupado ni del tiempo ni del espacio y no es perezoso para sacar lo que se propone, como lograr, ya en la juventud, una medalla en los Nacionales de Atletismo en los 100 metros lisos o arrimar el hombro, como vicepresidente con José Luis Lázaro en el histórico Deportivo Logroñés. Cada palabra la elige cuidadosamente y está convencido de que hay una Rioja por descubrir desde Moncalvillo hasta el Serradero, en Torrecilla, hacia las montañas de Ezcaray, que ya la quisieran en Estados Unidos. 

Le ha gustado estar en misa y repicando, escuchar a la gente y, a la vez, es muy individualista, que necesita la soledad. Le encanta aprender de los ingenieros, que tocan el medio natural, y rechaza el grupo de ecologistas pelotas. De los cientos de casas de Sojuela, se quedó con 10 a cuenta de un dinero que le dejaron sin liquidar.

Ya en la madurez, ha creado un grupo que todos los domingos recorren un pueblo distinto de La Rioja, de Burgos o de Soria, hombres y mujeres a los que les pasa más de veinte años.

La edad marca y se notan los 84 con tres hijos y nueve nietos. Hencho Aranda ha vivido en la cuerda floja, toreando en dos ocasiones, por lo menos, el mihura de la derrota económica sin desaprovechar la oportunidad de levantarse.

Esta es una versión un poco liberal con licencia para la interpretación, pero sin salirme del estricto territorio del personaje, eso creo.