Vivir entre lápidas

Ana Torrecillas
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Los hermanos Fossores velan por el descanso eterno de los moradores del cementerio de Logroño. Una vida dedicada al acompañamiento de difuntos entre los que destacan riojanos ilustres como el doctor Zubía, Amós Salvador o el cantante Pepe Blanco.

Fray José observa las tumbas de ilustres riojanos en el Cementerio de Logroño - Foto: Ingrid

En la orilla norte del Ebro se erige el camposanto de Logroño. Un lugar protegido del sonido incesante del tráfico de los vehículos que transitan entre el polígono industrial de Cantabria y la capital, por unos gruesos muros de piedra y  los altos cipreses. La tradicional quietud de la necrópolis logroñesa se ve interrumpida estos días por el trajín de gente que acude a limpiar las tumbas y nichos de sus familiares ante la festividad de Todos los Santos. Algunas familias, las más tempraneras, ya han depositado los ramos en los pasados días. Adopta así, el cementerio una apariencia más luminosa y alegre de la habitual. El rojo de los claveles y el blanco de las gladiolos rompen el gris del granito y piedra de los panteones, muchos de ellos olvidados y en desuso.  El cementerio de Logroño tiene un indudable interés histórico y artístico. De dimensiones considerables, el camposanto fue construido en 1832 a iniciativa de Cayetano de Sierra, presbítero beneficiado de la Iglesia de Santa María de Palacio. Su apertura puso fin al caos que acosaba la ciudad de entonces por los enterramientos de sus habitantes pues tenían lugar en iglesias, conventos y hospitales. Los que no tenían posibilidad de ser inhumados allí,  terminaban en el Fosal situado junto al Puente de Piedra. 

El camposanto sufrió varias ampliaciones. Las más importantes fueron las realizadas por el arquitecto Luis Barrón, entre 1884 y 1886 y por Fermín Álamo que desarrolló un ensanche del mismo que tuvo lugar en 1910. El cementerio fue de titularidad eclesiástica hasta 1972, fecha en la que asumió su gestión el Ayuntamiento de Logroño.

En el espacio sacro conviven elementos clasicistas, modernistas e historicistas. Y entre sus calles y avenidas, descansan los restos de prohombres de la ciudad y de familias insignes de La Rioja. Localizar el lugar en el que descansan los ilustres riojanos no es fácil. El tiempo ha borrado el nombre de los moradores de las tumbas más antiguas. Solo un experto es capaz de identificar el sitio exacto. Es parte del trabajo de los hermanos Fossores de la Misericordia, una orden religiosa creada por el Fray José María de Jesús encargada de velar por el descanso de los muertos y a orar por los vivos. En la actualidad, los miembros de la orden solo residen en dos camposantos: en el de Guadix, Granada, y en el Logroño. Llevan ofreciendo su su vida al acompañamiento de los difuntos y viviendo en fraternal comunidad  desde 1953. 

El hermano José María Prieto, se ayuda de un mapa del cementerio y de las cartillas en papel donde aparecen los nombres de los fallecidos que descansan allí. Son varias las personas que se acercan estos días a la casa de los hermanos preguntado por el lugar de una tumba o un panteón. Fray José  les atiende con diligencia. Camina entre las tumbas como el que lo hace por su jardín particular. Con energía y conocimiento del sitio. Algunos inquilinos ilustres llevan muchos años allí y al hermano fossor no le resulta complicado ubicar el lugar donde yacen. Como el espacio destinado al descanso de los Marqueses de Riscal. No es difícil identificarlo: se trata de un panteón de considerables proporciones, algo abandonado, en cuya puerta luce en relieve el escudo familiar. El marquesado se remonta a principios del siglo XVIII y fue uno de los títulos más importantes de la aristocracia española y riojana. En la actualidad da nombre a una de las bodegas más importantes de la Denominación Rioja.

Cementerios con  historia. A escasos metros, pasa desapercibida una tumba sin nombre. Se trata de una gran lápida de granito, oculta por los líquenes y las hierbas. Allí descansan los restos de Amós Salvador. El arquitecto y librepensador riojano, perteneciente a una familia liberal, llegó a fundar junto a su hermano Miguel la Universidad Popular de Madrid en 1903. Fue ministro de Gobernación y tras el exilio, murió en la capital de España en 1963. 

No muy lejos de allí, yace  Pepe Blanco. El popular cantante logroñés se hizo muy conocido por sus imitaciones en el antiguo Café Ibiza e inmortalizó canciones como 'Amor que vienes cantando'.

cementerio con historia. Las partes de más antiguas del camposanto contrastan con las más novedosas. Espacios vetustos como panteones decimonónicos con apellidos olvidados comparten espacio con zonas destinadas a los columbarios o pequeñas tumbas donde los logroñeses depositan las cenizas de sus seres queridos al estilo de los camposantos de países  como el Reino Unido o EEUU. 

«No he estado en muchos cementerios pero, para mí, el de Logroño es el de los más bonitos», asegura el hermano fossor que nos acompaña en el recorrido, «es como un enorme jardín». El religioso confiesa que le gusta por su tranquilidad y que, al atardecer, aprovecha para dar un paseo.

Nos guía ante una tumba singular. Con un estilo casi modernista, el monolito se eleva al cielo envuelto de azulejos y símbolos al más puro estilo 'Gaudí'. Se trata de la tumba-panteón de la familia de Gallego Herrera. Fernando, cuyos restos también descansan allí, fue un hombre muy particular. Este inventor, pintor y aviador durante la segunda parte del siglo XX, eligió un lugar para el descanso enterno de su familia, tan especial como él. De hecho, como nos asegura Fray José, diversos programas de televisión se han interesado por el curioso y especial panteón.

No es tan llamativo como la tumba de Fernando Gallego pero sí tiene un importante valor, no solo por el apellido que reza en la lápida sino por el estilo de la misma. Se trata de la lápida de  Santos Mateo Sagasta, un descendiente del insigne político liberal que, por cierto, no está enterrado en el cementerio de Logroño, sino en Madrid. La escultura de la lápida evoca a un sol de atardecer o amanecer, como si el astro se despidiera de la vida o, bien, iluminara la existencia de los seres humanos. Elementos alejados de la tradición cristiana que acostumbra a adornar con ángeles y cruces sus construcciones mortuorias. 

Por muchas de las tumbas han pasado el tiempo y el olvido. Sin descendientes que puedan ocuparse de ellas, es el trabajo de los hermanos fossores es, en muchas ocasiones, lo que las salva del desastre. A veces, cuentan con ayuda. Como en el caso del panteón Ildefonso Zubía Icazuriega. Farmacéutico y botánico, el doctor Zubía forma parte del imaginario colectivo de la ciudad por su labor científica y pedagógica. Fue profesor en el Instituto de Segunda Enseñanza, el que hoy es conocido como Instituto Sagasta. Sus restos descansaban en un panteón que fue restaurado por el Ayuntamiento de Logroño en 2018. El consistorio también se afanó para reformar un mausoleo gemelo, donde yace  Alejandro Ganzábal, cantero de la ciudad.