Los círculos que se dicen bien informados en la Villa y Corte madrileña especulan acerca de la personalidad, que no es funcionario ni figura en la nómina oficial de asesores, que habría aconsejado a Pedro Sánchez que tratase de tapar el 'catalangate' con la revelación del 'moncloagate'. Hay mucho aspirante a sustituir, sin despacho en La Moncloa, al gurú Iván Redondo. Y el presidente, que es mucho más maleable de lo que se piensa, aceptó el 'consejo' de enviar a su ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, y a su portavoz, Isabel Rodríguez, a cometer el dislate político más importante del año.
Así, el lunes 2 de mayo, jornada festiva en media España, a las siete y media de la mañana, Presidencia anunciaba una conferencia de prensa en La Moncloa para dos horas después. Allí se anunció, sin identificar a los responsables, que también, como los de los independentistas catalanes, los teléfonos de Pedro Sánchez y de la ministra de Defensa, Margarita Robles, habían sido espiados por Pegasus. Se abrió la caja de Pandora y salieron de ella todos los viejos diablos en la semana más infernal para Pedro Sánchez desde que le echaron de Ferraz el 1 de octubre de 2016.
Denunciar desde la mismísima Moncloa una quiebra de la seguridad del Estado tan importante como la que supone que el presidente del Gobierno y la responsable de las Fuerzas Armadas y de los propios servicios secretos han sido espiados tenía forzosamente que provocar una catarata de efectos indeseados. Lo incomprensible es que eso no se previera.
Por ejemplo, quiebra del tímido acercamiento entre el Gobierno central y el Govern de la Generalitat (había que ver con qué cara se miraban el viernes Sánchez y Pere Aragonès en el Círculo de Economía en Barcelona); puesta en solfa del CNI y de su directora, Paz Esteban, obligada a dar incómodas explicaciones, consideradas por todos insuficientes, ante el Parlamento en la imposible comisión de secretos oficiales; pérdida aún mayor de la credibilidad del Estado; envenenamiento de las parecía que retomadas relaciones con Marruecos, al difundirse el rumor, que el Gobierno no pudo controlar, de que fueron los alauitas los que espiaron al Gobierno español; nueva oportunidad para que Podemos se distancie del PSOE en la coalición, llegando a pedir nada menos que la dimisión de la ministra de Defensa, con la que está cayendo en Ucrania; polémica inmensa entre los ministerios de la Presidencia y Defensa, acerca de a quién corresponde la seguridad telefónica del presidente...
Podría seguir. Porque, por ejemplo, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, que desde luego ha decidido no hacer sangre del 'catalangate', dado que los espionajes al propio Aragonès comenzaron ya en tiempos de Rajoy, se ha apresurado a pedir elecciones anticipadas, alegando el "caos" en el que se halla la Legislatura. Y sí, una cierta sensación de caos sí existe, un caos que abarca no solo a ciertas acciones que superan al Gobierno, sino a la coaligada izquierda a la izquierda del PSOE, que ha vivido, disfrazados todos de alegría y faralaes en la feria de Sevilla, angustiosos momentos para encontrar un candidato/candidata en un frente único ante las elecciones andaluzas. Yolanda Díaz ganó a Pablo Iglesias, pero la batalla deja heridos (y quizá muertos) en el bando que respalda, es un decir, al Gobierno.
Ocurre que la descoordinación en el Ejecutivo de Sánchez se ha hecho evidente. Que miembros de un Gobierno pidan la dimisión de otro miembro de ese Gobierno, como ha ocurrido con las ministras de Podemos con la titular de Defensa, Margarita Robles, ejemplifica la incoherencia que se vive en un Consejo en el que hay ministros/as que apenas se hablan con otros/as; ríase usted de aquella pelea florentina entre la vicepresidenta de Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, y la que entonces era ministra de Defensa, Dolores de Cospedal. Nada comparado con esta pugna, que ya ni se disimula.
En fin: Sánchez tiene todos los frentes, excepto quizá el europeo -puestos a hablar de fotos, hay que ver lo sonriente que se mostraba este viernes ante Ursula von der Leyen en la playa de la Barceloneta-, abiertos. Lo único que tiene claro, por ahora, es que no piensa disolver las Cortes anticipando las elecciones, no importa la profundidad de la crisis de la coalición que gobierna, no importa el desgaste, de nuevo, en las relaciones --no rotas de milagro-- con la Generalitat de Cataluña. Pero creo que, para llegar con bien a finales de 2023, tiene que dar un golpe de timón muy serio. Y no será atendiendo a las ocurrencias de algún lobista, que se pasea por La Moncloa como Perico por su casa, como arreglará las cañerías y los cada vez más patentes desconchones.