Un piloto que no cesa

El Día
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Carlos Arratia vuelve a competir 35 años después de dejar las carreras

Carlos Arratia, al mando de un R5 GT. - Foto: Óscar Solorzano

El 8 de junio de 2020, Carlos Arratia (Logroño, 1959), presidente del Voley Ciudad de Logroño, dijo adiós al voleibol. Lo hizo después de que su club, primero en Murillo y después en la capital riojana, fuese la entidad hegemónica acumulando dieciocho títulos. El 19 lo hubiera ganado si la pandemia no hubiese suspendido una Superliga Femenina que hasta el 8 de marzo las logroñesas dominaban con mano de hierro.

En estos dos años, Arratia no ha dado la espalda al deporte, el hilo conductor, junto a la ingeniería mecánica, de su vida. Portero en el Atlético Riojano y San Marcial (madrugó el día después de su boda para poder jugar un partido en el viejo Las Gaunas), ha practicado con fortuna el automovilismo y el trial, aficiones que dejó en un segundo plano por el voley (dos de sus 18 títulos, la Copa y la Superliga de 2018 llevaron su firma como entrenador).

Sin embargo, el pasado fin de semana volvió a sentir la adrenalina de subirse a un coche de carreras. Aunque problemas mecánicos le impidieron completar el Rally de Arnedillo, en 2023 seguirá participando en el calendario riojano «y algunas pruebas en Navarra o Aragón».

«Me encontré bien», rememora, «como si no hubiesen pasado treinta y cinco años desde la última carrera». El nacimiento de su hija Mai hizo que se alejara del mundo del motor aunque siguió coqueteando con el trial.

Pese a que ha estado treinta y cinco años sin pilotar, los coches, especialmente los clásicos de los ochenta y noventa, siguen siendo su pasión. «Para mí tienen alma», se sincera el ingeniero que lleva dentro. Sigue los rallies, modalidad un tanto alejada de las focos mediáticos, y también la Fórmula 1, «que es un poco como España, se la tratan de cargar con tantos cambios pero siempre resurge».

Pero además de disfrutar como espectador pasivo, tiene una modesta colección de coches deportivos, vehículos que ha adquirido o restaurado y que le permiten seguir matando el gusanillo, bien como piloto, bien como mecánico.

Si en Arnedillo compitió con un Ritmo Abarth, vehículo que ha cumplido 35 otoños, como el tiempo que llevaba sin renovar su licencia de piloto, en su colección destacan joyas deportivas que harían las delicias de muchos colegas de profesión. Son todos vehículos europeos y japoneses. No encontrarán en su garaje marcas tan icónicas como Pontiac o Mustang. «No puedo con los americanos. Son coches demasiados grandotes, no es mi estilo», se ríe. Sus preferidos siguen siendo «los italianos y eso que sus acabados no son los mejores».

Su joya de la corona es un Honda NSX, «el anti Ferrari», informa. «Es un coche mítico, el más refinado, un icono de Honda», agrega. «Tiene un motor central de 280 caballos, el máximo porque los constructores japones hicieron un pacto de caballeros para no hacer vehículos más potentes», se emociona. Llegó a sus manos desde Suiza y con solo «22.000 kilómetros», confiesa antes de acariciar su prístina carrocería. 

Junto a él destacan dos Alpine, la añeja escudería francesa propiedad de Renault, otra marca bien presente en su taller. Uno de ellos es el A610, del que la fábrica gala sacó a la calle 1100 ejemplares. Uno de ellos es suyo.

En cualquier caso, el más fotogénico es un Datsun 280Z, automóvil producido por Nissan entre 1978 y 1983. El suyo 'actuó' en dos capítulos de la ochentera serie de Los Ángeles de Charlie. 

Con ninguno de ellos piensa ganar carreras aunque sueña con seguir haciendo carrera en el modesto motor riojano.