Un horror que debe ser contado

Laura Zornoza (EFE)
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Margot Friedländer, una superviviente del Holocausto, emociona al Parlamento Europeo con una historia para que no se olvide la barbarie

Friedländer no se separa de su collar de ámbar, el último recuerdo que le dejó su madre antes de acabar en Auschwitz. - Foto: OLIVIER HOSLET

Ante el Parlamento Europeo, Margot Friedländer lleva al cuello un collar de ámbar del que no se separa nunca. Fue el último recuerdo que le dejó su madre tras ser transportada a Auschwitz, junto a una libreta de direcciones y un mensaje: «Intenta hacer tu vida».

A sus100 años cumplidos en noviembre, Friedländer puede decir que lo ha logrado: es la memoria viva del horror del Holocausto, pero también de un legado dedicado a contar cómo, siendo apenas una veinteañera, sobrevivió al campo de concentración de Theresienstadt y, ya cerca de sus 90 años y tras una vida en Estados Unidos, decidió volver a Berlín para cumplir una misión: procurar que nadie olvide lo que sucedió.

Coincidiendo con el 77 aniversario de la liberación de Auschwitz y el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el Parlamento Europeo se unió ayer a la larga lista de lugares públicos en los que Friedländer ha contado al mundo su testimonio y su advertencia de que aquello «puede volver a pasar».

«En muchos países, nadie movió un dedo para salvar a sus vecinos judíos de la deportación», recordó ante la Eurocámara. 

A su hermano lo detuvieron cuando aún era menor de edad y su madre no dudó en entregarse a la Gestapo para «acompañarle allá a donde le llevaran». Cuando Margot llegó a su casa y la encontró vacía, sus vecinos solo pudieron contarle lo que había pasado y darle las últimas pertenencias de su madre.

Con 21 años, se quedó sola en Berlín y pasó 15 meses escondida en diferentes casas de amigos antes de ser detenida y deportada a Theresienstadt, en territorio de la República Checa. En este campo de concentración, donde dormía en una cama de madera y sin ninguna higiene, vio morir a muchos de sus compañeros de hambre o enfermedades, castigados por el duro invierno centroeuropeo.

Aún prisionera, se reencontró con Adolf, un joven berlinés a quien conocía de su vida antes del Holocausto, con quien mantuvo encuentros secretos durante los meses en Theresienstadt y se casó apenas unas semanas tras la liberación del campo en mayo de 1945.

«Al principio», desveló, «no estaba enamorada de él». «Necesitaba tiempo para ser de nuevo una persona, volver a tener sentimientos. Tal vez fue el dolor lo que nos unió, más que estar enamorados. Queríamos una vida normal». Él le dio el anillo de boda de su padre, de los pocos objetos que no les quitaron en el campo, y un rabino les casó el 30 de junio de 1945, 53 días después del momento «irreal» de abandonar, libres, Theresienstadt.

La pareja se mudó a Nueva York, donde vivía la hermana de Adolf y donde Margot estuvo 64 años. Desde su llegada a EEUU y hasta la muerte de Adolf en 1997, la pareja viajó mucho a Europa, pero nunca a Berlín, a donde él se negaba a ir.

Ya sin su marido, en 2003 -casi 60 años después de ser deportada- Margot volvió a «su Berlín» por primera vez. En 2010, con 88 años, hizo la mudanza definitiva y se estableció de nuevo en Alemania.

«Volvía con un mensaje que desde ese día he estado transmitiendo: pedir a la gente que se convierta en testigo contemporáneo», explicó Friedländer. «Lo que pasó ya sucedió, no podemos cambiarlo, pero no puede suceder de nuevo».

Su misión hoy, dijo, sigue siendo hablar por los inocentes asesinados por el régimen nazi. Le preocupa que el Holocausto y el exterminio están quedando «cada vez más olvidados.