Logroño es mi pueblo...y su río

Bruno Calleja Escalona
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Último puerto fluvial romano, el Ebro fue defensa y puente, y da identidad a la ciudad, como dice el himno

Mujeres lavando en el río, mientras otras tienden ropa en los cantos del lecho fluvial, en una imagen de 1890. A la izquierda, el Ebro Chiquito. - Foto: Foto depositada en el Archivo Municipal de Burgos

Eje vertebrador de la historia de Logroño, escenario de actos felices y otros no tanto, el río Ebro es un eje clave en el fluir de la vida en la ciudad. Tanto que la capital de La Rioja nació junto al río, tal y como dice su propio himno. Fue precisamente en la confluencia de los ríos Ebro, por entonces Hiberus, e Iregua donde se asentaron los romanos, y donde fundaron Vareia, la actual Varea. Poco a poco, la ciudad romana fue creciendo en importancia, de forma que llegó a ser el último puerto fluvial del río.

Con la caída del Imperio Romano, el río Ebro no perdió importancia. No sabemos exactamente en qué momento, en torno a la actual iglesia de Santiago, se empezaron a construir las primeras casas de la ciudad. Las calles Ruavieja y Barriocepo fueron las primeras arterias que surgieron paralelas al Ebro.

El desvío del Camino de Santiago por el rey Sancho III el Mayor dio el empuje definitivo a la ciudad. Según informa el Fuero, se levantó el puente de San Juan para enlazar con el Reino de Navarra, tras quedar inservible el de Mantible. 

Fue la presencia del río lo que impidió que Logroño creciese hacia el norte, pero a cambio el cauce se convirtió en defensa natural. Barrera frente a los enemigos, pero también fuente de aprovisionamimiento para la población, tal y como cuenta la leyenda de los panes y los peces. Esa historia narra que, durante el tiempo que duró el asedio a Logroño por parte de las tropas de Asparrot en 1521, los logroñeses aprovechaban la oscuridad de la noche para salir al río para pescar y conseguir así alimento con el que resistir el cerco francés.

La ‘lavadora’ de la ciudad. Al mismo tiempo, el Ebro era usado en sus orillas como punto donde las lavanderas acudían para hacer la colada. 

En el año 1736 se realizó un desvío del río, que, desde la zona de la actual pasarela peatonal, recorrería lo que hoy son las calles del Norte y San Gregorio para volver a unirse con el cauce principal a la altura del puente de piedra. Este canal,  que movía las piedras de un molino, se convirtió con el paso de los años en el Ebro Chiquito. Las obras estuvieron dirigidas por Juan Raón. 

Entre ambos ríos en un área conocida como El Sotillo, se instaló el lavadero municipal. A su lado había un abrevadero para el ganado y varios manantiales a los que acudían los logroñeses para abastecerse de agua de buena calidad. No muy lejos, dentro de El Sotillo, junto al puente de hierro, una zona de pasto servía de alimento a los animales y en este lugar también se celebraban ferias de ganado. Bajo el puente de hierro, también se ubicaron unas chabolas donde vivían varias familias gitanas. Para unir El Sotillo con la ciudad, se construyó un puente de un solo ojo.

Hacia la década de los 70, esta área fue reconvertida para dar paso al parque del Ebro, dado que la zona presentaba un aspecto nefasto. El cambio más notable fue la eliminación del Río Chiquito, sobre cuyo cauce se trazó y urbanizó la calle San Gregorio.