«Julio Revuelta colocó a Logroño en la Modernidad»

Francisco Martín Losa
-

Encuentro con Roberto Mazo León, primer jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Logroño

Roberto Mazo, en las escaleras de acceso a la Casa Consistorial. - Foto: Óscar Solorzano

Inteligencia es conocer a otros, conocerse a uno mismo es sabiduría. Manejar a otros es esfuerzo, manejarse a uno mismo es el verdadero placer reza un mandamiento de Tao Te Ching en un texto fundamental de la filosofía oriental. El jolgorio del triunfo pronto será descifrado como una sonrisa llena de marfil, el resultado se venderá como un hecho decisivo y de ordenar realidades se encarga el tiempo. Por eso no es raro ver en esa verbenera que es la vida la auténtica personalidad del ser y saber quién es quién en la feria de esta ventana periodística. Ya no anda detrás de los focos mediáticos, ni está cerca del flash de una cámara. Roberto Mazo León, 71 años, de ellos 42 en el Ayuntamiento de Logroño, toda una vida exponiendo sugerencias a otros que daban la cara. Con los recuerdos y las vivencias de tantas personalidades públicas que han pasado por sus consejos, durante el trabajo de siete legislaturas municipales, seis alcaldes y una regidora mayor con doble mandato. Naturalidad, sentido común, trato cortés, educación, tolerancia, comprensión y un alto grado de discreción.

Nuestro protagonista ha sido el primero y el último jefe de Protocolo en la Casa Consistorial. A su jubilación, se amortizó la plaza.

Primeros pasos en la enseñanza. Viene al pelo un nostálgico brindis a los tiempos pasados: «Me hubiera dedicado a la enseñanza y estudio Magisterio, soy del penúltimo curso que se podía estudiar la carrera en el Bachillero Elemental y con 17 años, obtengo el título de maestro». Tardaron dos años en convocar oposiciones y se buscó la vida, dando clase en alguna academia hasta que llegó la mili que, en su caso, fue de año y medio». Decide ir voluntario a Agoncillo con un período de campamento en Zaragoza y el resto la pasa en una farmacia que había en Avenida de Colón, y sin vestirse de militar.

Cumplida la obligación patria, se le presenta una oportunidad que no desaprovecha: «Allá en octubre, por una amistad que tenía mi familia con un señor, Emilio Bustamante, que había sido alcalde de Alfaro y ejercía de profesor en el Instituto de Nájera, me propone dar las asignaturas de Educación Física y Formación del Espíritu Nacional y estuve cuatro años en la enseñanza. Mi problema era que los contratos eran de una duración del año académico y no sabía si continuaría el siguiente. Lo que deseaba, como todos los de mi generación, era asegurarme el futuro, como se dice».

Cultura, Festejos y Parlamento. Ya tenía un pie en el Ayuntamiento logroñés, de aquella manera, aunque la vida, tan caprichosa, cambiaba de un día para otro: «Por mi relación con el Grupo de Danzas de Logroño, colaboraba con el departamento de Cultura y Festejos en las fiestas de San Mateo. Me hacían un contrato de uno o dos meses en verano que simultaneaba con mis responsabilidades en Nájera y, sin más, se convocan oposiciones, me presento, las apruebo y me incorporo, de forma definitiva, al Ayuntamiento. Estaba de alcalde Narciso San Baldomero y mi puesto está en Cultura y Festejos, en un edificio contiguo al Palacio de los Capiteles, que ya tenía muchos servicios administrativos diferentes. Allí estamos hasta que se inaugura la actual Casa Consistorial de Rafael Moneo».

La suerte ya estaba echada y los miedos y la inseguridad pasan la página de su historia laboral, con un inesperado altibajo temporal que cuenta Roberto en la sucesión de sus quehaceres profesionales: «En un momento dado, año 1989, me requiere Félix Palomo, que ostentaba la Presidencia del Parlamento, como secretario particular y responsable de la relación con los medios de comunicación que considero muy importante. Acepto y permanecí media legislatura y otra entera, de cuatro años, adquiriendo mucha experiencia y contactos». Al finalizar su mandato, regresa a su puesto en el Ayuntamiento.

La oportunidad de su vida. Este Roberto es un corredor de fondo, un culo de mal asiento, hasta que le presenta un trabajo que ya sólo abandonará el día de su jubilación: «Curiosamente, en la misma fecha que me reincorporo al  Ayuntamiento recibo una llamada de José Luis Bermejo, recién nombrado alcalde, ya conocía de su etapa de concejal, para que me haga cargo de su secretaría particular y, también, asumir el protocolo». Aquello le provocó una situación personal disconforme  porque venía de estar con un Gobierno socialista y la nueva propuesta se correspondía con una Administración de otro color político, del Partido Popular: «Conocía que en otros ayuntamientos limítrofes, Vitoria, San Sebastián o Pamplona, existía la figura de jefe de Protocolo dentro del organigrama municipal. Así que me la jugué y, para no estar en la boca de nadie, sugiero al alcalde, agradeciendo su ofrecimiento, que se convocase la plaza de Protocolo. José Luis Bermejo y la Junta de Gobierno dieron su conformidad, aunque me confesó que, viniera donde viniera, le daba igual y valoraba la persona y la capacidad de trabajo. Entonces, se acordó la creación del puesto y oposité, junto a otra persona, logrando la plaza. Y ahí me quedé. Estamos hablando de 1995».

Las bodas civiles, a la sala de alcaldes. Hay que revisar el manual para salir satisfecho de la tarea que le toca desarrollar: «Lo importante es tener claro que trabajas para una institución y que todo lo que pasa, se queda en el Ayuntamiento dentro de sus cuatro paredes, ser consciente de lo que haces, sin ningún atisbo de protagonismo porque tú no eres protagonista de nada. Nunca me ha gustado mandar, nunca me ha gustado inmiscuirme en otras áreas ajenas a mi responsabilidad. Intentaba hacer las cosas correctamente, no meterme en  líos que no me correspondían ni eran de mi incumbencia pero es una profesión de 24 horas y fines de semana también».

Guarda nuestro personaje el discreto estilo de otra época y, en seguida, se acomodó a todas las tareas, que eran nuevas en los ayuntamientos: «Hacía poco tiempo que se celebraban las bodas civiles y había que desterrar esa imagen de cierta frivolidad que se respiraba durante la ceremonia en el interior, intentando que fuera un acto protocolario, cercano, entrañable para los contrayentes y los invitados. Se busca un lugar más adecuado. Inicialmente, se celebraban en la sala de usos múltiples y se acordó que la sala de alcaldes era el lugar más solemne. Recuerdo que, al principio, eran los primeros sábados de cada mes, luego qué concejal no tenía un compromiso que obligaba a su celebración durante el mes y más tarde se ha aceptado una finca particular o un restaurante, leyendo, eso si, los artículos que requiere la ceremonia». Algo que va en el cargo: ni horas ni tiempo, la dedicación total iba pegadita al trabajo: «Muchos fines de semana había que estar pendiente de un acto que había en el Ayuntamiento, se celebraban muchas recepciones, porque entonces éramos ricos, había un simposium organizado por la Universidad y se quería que el señor alcalde formase parte del Comité de Honor o recibir cualquier visita de Alcaldía. Había que estar». Eran los tiempos de lo políticamente correcto y no hay que irse por la tangente para descifrar el lenguaje: «Me incorporé con Narciso San Baldomero, con posterioridad vinieron  Miguel Ángel Marín, Manolo Sáinz, José Luis Bermejo, Julio Revuelta, Tomás Santos para finalizar con Cuca Gamarra, antes de concluir su segundo mandato. Con todos, he recibido un trato exquisito y he tenido una relación cordial con todos ellos, de diferentes ideologías políticas, muy a gusto, viendo cómo el espacio urbano se ensanchaba y crecía en infraestructuras y servicios. Quizás, la etapa de Julio Revuelta fue la más apasionante con muchas obras y construcciones singulares que han hecho de Logroño una ciudad más compleja y llamativa. Le dio la vuelta y la situó en el mapa de la modernidad: la plaza de toros de La Ribera, el nuevo campo de futbol de Las Gaunas, el Palacio de Deportes, el complejo de Pradoviejo, las nuevas urbanizaciones y nuevos barrios, Riojaforum, la Gran Vía y un largo etcétera. En ese tiempo, ETA atentó junto a la Torre de Logroño,  lo pasamos mal, indignó a todos los ciudadanos y puso en guardia al propio Consistorio. Unos momentos muy dolorosos que recuerdo con tristeza y rabia. Mi relación con José Luis Bermejo fue también muy estrecha y tengo contactos con Cuca aunque vive en una proyección que no para de escalar a posiciones importantes nacionales».

Los regalos a Casa Real. Ha vivido momentos de gloria, siempre detrás, que era la manera de cumplir su papel y los secretos, que tenga, se los llevará a la tumba pero puede contar los regalos institucionales que se daban en su época: «Se casaban los actuales reyes de España y había que buscar un regalo institucional y recuerdo, en compañía con el arquitecto López Araquistáin, visitamos  el estudio de Blanco Lac, que ya había fallecido, y se les regaló un cuadro. Cuando se casó la infanta Cristina, se nos ocurrió enviarla una almazara camerana, había que buscar algo que representará a La Rioja, sin ser ostentoso. En mi tiempo, se tiraba mucho de vino de las grandes bodegas de Rioja y se utilizó mucho unas reproducciones de la «dama de la plaza» del Ayuntamiento, unas chapas muy bonitas o reproducciones de la puerta que está delante de la Universidad, no sé, algún libro también».

Roberto Mazo ha pasado por la vida pública sin dar ningún motivo de polémica sin ningún andamiaje, metido en sus bambalinas: «Durante la época de Julio Revuelta, se creó uno de los actos institucionales que ahora ha adquirido gran transcendencia, como son las medallas de San Bernabé, con las que se premia no necesariamente a gente de gran relumbrón social. ¿Te acuerdas aquella señora que vendía golosinas, metida en una maquinita de tren, que se colocaba en el Tívoli?. Pues se intentó pero había fallecido la pobre antes de publicarse los nombres de los premiados. Ahora, me parece, que se ha politizado bastante y cada grupo designa a una persona, todas merecedoras. Me tocó diseñar hasta la insignia».

Hermanamiento con la Virgen de Triana. Supongo que su día a día ha sido un sin parar e ir de trajines : «Los viajes a Madrid fueron frecuentes porque el señor Bermejo era vicepresidente de la Federación de Municipios y Provincias, que luego lo fue Cuca Gamarra y, por detallar alguno curioso, en una ocasión viajé a Sevilla, acompañando al señor Bermejo  en el hermanamiento de la Virgen de la Esperanza con la Virgen de Sevilla y fue muy interesante y curioso, verás: visitando por casualidad la Torre del Oro, nos encontramos con un grupo de murcianos con su alcalde, que le gustaba mucho la capital sevillana, les pongo en contacto a los dos alcaldes y de allí salieron bastantes exposiciones y una vez trajeron a Logroño una muestra de Salzillos muy interesante».

Y cómo no, Francia: «Fueron los tiempos de los hermanamientos con las ciudades del Sur de Francia, Dax, Libourne a las que siguieron la británica Dunfermline, la alemana Damstadt, Brescia de Italia y Hagunia en el Sahara Occidental y también se estrecharon lazos con Todos los Santos de Nueva Rioja, en la provincia La Rioja en Argentina y en Rancagua en Chile, que ya le afectaba al área de relaciones institucionales y exteriores».

Las andas de San Bernabé. A nuestro personaje, le gusta la vida y me parece bien porque sospecho que su pensamiento presente y futuro no lo hará nunca contra nadie: «Se van cambiando las formas. Te comentaba que, las andas de la imagen de San Bernabé las llevaban los jóvenes de Logroño, que era un honor. Luego, los portadores fueron las peñas durante varios años y se extendió que había que solemnizar el acto. Cada año ponía un anuncio en el periódico, solicitando jóvenes y no había nadie, uno, dos, nadie. Tuve que tirar el Grupo de Coros y Danzas y de la propia Corporación Municipal y eran los concejales los que hacía de porteadores. Estando Eugenio La Riva, como concejal de Festejos, comentamos para solucionar este problema de alguna manera: primero, trasladar la imagen del santo, que estaba en el Ayuntamiento y después conseguir un sitio más visible, hablamos con los responsables de La Redonda y ahora tiene una hornacina en la capilla de Los Ángeles».  Quedaba por resolver lo de los portadores. Coincidió con  una visita de Elías del Rio al Ayuntamiento, muy relacionado con la gente joven y de ahí surgió la creación de la Cofradía de San Bernabé y se ha resuelto el problema con los propios cofrades.

La salud. Hay que dotar de humanidad a cada momento y aceptar lo que suceda: «La imagen de San Bernabé no ha vuelto al Ayuntamiento, como en el antiguo y se queda en La Redonda. Tengo idea, que no puedo asegurar, que en el nuevo edificio, concretamente en el despacho que yo ocupaba, subiendo las escaleras, a mano derecha, alguien comentó que, en ese lugar, ese espacio estaba destinado a capilla pero nunca se concretó nada. Igual hubiera sido el sitio para colocar la imagen del patrón de la ciudad».

Cuidarse empieza por uno mismo: «Mi problema son los pies. He sido un hipocondríaco y no he ido al médico por temor a escuchar algo tremendo. Tenía unas pequeñas heridas en la planta del pie derecho, que no cicatrizaban y, en alguna revisión médica, que nos las hacían en el Ayuntamiento, me pronosticaron que era prediabético: ni seguía un tratamiento, ni un seguimiento, Hace cuatro años, acudo al médico, yo me jubilé hace seis, me envía al especialista vascular y ahí deciden que hay que amputar un dedo y parte de un segundo. Ni así y, en vez de corregirse la cosa, empeoró y me amputan los cinco».

Muy duro, se le viene el mundo encima pero hay que reponerse: «Sigue siendo un drama, mala suerte, pasando las de Caín, me han puesto una plantilla adecuada y, claro, que puedes andar con mucho sacrificio y molestias».

 Cuando se tuercen las cosas, hay que sacar toneladas de paciencia, como un santo Job: «A los tres meses, me encorvaba mucho, veo a una traumatóloga y, después de una resonancia magnética, me operan de la cadera». Total, con una piel tan delicada, tiene facilidad para que le surjan heridas y ha terminado en el podólogo, que le trata con lasser y va tirando.

El teatro, una de sus pasiones. Con todo, le cuesta hacerse a la idea pero no se ha metido debajo de la mesa como penitencia: «Soy creyente, practicante a mi manera, a veces menos de lo que debiera, estoy en paz conmigo mismo y  un gran aficionado al teatro y, en honor a mis compañeros, tenemos una programación fantástica, tanto en el Bretón como en Riojaforum. Acudo al teatro lo que puedo, esto me está costando ni se sabe. En mi etapa de Cultura, organizamos un festival de teatro en el Auditorum Municipal, cuando se quemó el Bretón y fueron unos años muy bonitos. Trajimos los mejores grupos, recuerdo a Els Joglars, La Cubana, por ejemplo. Aquello supuso un revulsivo tremendo para la ciudad y para Francisco Gestal, que se encargó de su organización durante bastantes años.

Con cierto suspense, lo deja caer: «Nos tocó una cosa muy divertida: la creación de un grupo de teatro en la etapa de Margarita Mombiedro y todos los compañeros de trabajo, bajo la coordinación de su esposo, Celso Fernández. Nos hacíamos llamar «La paranoya» y logramos hacer dos funciones ; una, para el público en general y otra, para la Tercera Edad. Luego, se disolvió. Estamos hablando de1998».

Un par de corbatas en su despacho. Estamos en la hora de los buenos propósitos y santas intenciones. Roberto vive solo pero no se aburre y todos los vecinos tienen una llave de su casa. El periódico lo lee en papel y no consigue habituarse al libro electrónico. Reconoce que, a lo largo de sus 42 años en el Ayuntamiento, no ha sabido vender bien sus títulos universitarios sobre protocolo, primera promoción, relaciones institucionales y experto por la Universidad Miguel Hernández de Elche. Tuvo claro que su papel era estar detrás y en su despacho, siempre hubo un par de corbatas, por si el visitante al alcalde, señor alcalde, las requería. Añora el comercio antiguo por su decoración, que llamaba la atención a compradores y clientela de fuera. Quiso traer a Juan Antonio Samaranch para la inauguración del nuevo estadio de Las Gaunas pero no pudo y cuenta siempre que, en una visita de Gloria Fuertes al Instituto Sagasta, le hizo compañía y le enseñó Logroño, mientras ganaba tiempo y diera la hora para recitar sus poemas. Valora a sus amigos y guarda recuerdos de gratitud de todos sus compañeros en su extensa vida laboral.

Siempre señor alcalde o señora alcaldesa y, a pesar de sus desdichas, le gusta la vida aunque pone una cierta melancolía en sus palabras. Lo que sabe es que Dios espera al final de su travesía.