Rafael Torres

FIRMA SINDICADA

Rafael Torres

Periodista y escritor


Mar-a-Lago y la confusión

11/08/2022

Lo sorprendente no es que el FBI registrara por primera vez en la historia de los EE.UU. el domicilio de un presidente, sino que alguien como Donald Trump llegara a serlo. Es más; puestos a encontrar lo sorprendente, la perplejidad aumenta al saber que los agentes federales se limitaron a escudriñar la mansión de Mar-a-Lago en busca de pruebas incriminatorias contra el titular de la vivienda, en vez de llevárselo arrestado, tal es el caudal de evidencias que existen del enorme daño que el magnate hizo, y sigue haciendo, y amenaza con seguir haciéndolo en el futuro, a su nación.
El complejo turístico de Mar-a Lago, donde Donald Trump tiene su residencia y que compró por tres perras gordas, en un perfecto emblema de la confusión entre lo público y lo privado que el sujeto elevó hasta el delirio durante su mandato. Legado a la nación por su original propietaria para albergar a los presidentes de los EE.UU. en sus jornadas de descanso y recreo, acabó por arte de birlibirloque en sus manos, y hoy podría venderlo por veinte veces más de lo que le costó. La arquitectura del emporio, construido en 1927, contribuye a subrayar no ya esa, sino toda clase de confusión. De estilo supuestamente español, en sus 6.000 m2 construidos conviven, es un decir, antiguos y valiosos azulejos españoles y elegante rejería andaluza con salones Luis XIV de un lujo tan recargado y hortera que el propio Rey Sol reputaría de insufrible. Ese estilo de un españolismo absurdo y dislocado no podía sino acabar acogiendo a Trump y, circunstancialmente, a los agentes del FBI que le pisan los talones.
Donald Trump llevó al país más armado del mundo al borde de una guerra civil, circunstancia que aprovechó Vladimir Putil, que parece que algo tuvo que ver en su victoria electoral de 2016 sobre Hilary Clinton, para irse encargando el disfraz de Pedro el Grande. Aquella chusma inclasificable que asaltó el Capitolio para torcer el veredicto de la urnas que le daba perdedor, alentada por él ante la mirada estupefacta del mundo, llevaba en su violencia y en su estupidez escritas las pruebas que el FBI busca hoy innecesariamente. Y no digamos la que llevaba escrita en la cara, bien visible, el tío aquél de los cuernos que se repantingó en el sillón presidencial de la Cámara.
En Mar-a-Lago está la clave. Acaso no los documentos que se buscan y que lo mismo Trump arrojó al retrete, pero si la de la confusión, la de la más absoluta y letal confusión.

 

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