"Creí que era al único, pero hay muchos chicos con TCA"

Ana Torrecillas
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Diego, un joven riojano con TCA, relata su proceso de recuperación y cómo la ayuda de su familia y el apoyo de sus amigos están siendo indispensables

Diego, un joven con TCA - Foto: Ingrid

«¿Tú has visto a algún príncipe azul de las pelis de Disney gordo?» Diego se hace esta pregunta retórica para explicar como el imaginerio colectivo que reciben los niños  está conformado a partir de las famososas películas en las que se transmite la idea de que los príncipes o los héroes son guapos, esbeltos y fuertes, y las princesas, rubias, guapas y delgadas. Esto, lejos de ser determinante a la hora de padecer un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), sí que influye en la percepción del ideal de belleza. Como también lo hace el acoso escolar y el bulling que Diego sufrió en el colegio y en el instituto por parte de compañeros que se metían con su aspecto físico.

La consecuencia fue que este joven calagurritano desarrolló un grave complejo por su cuerpo, que le generó mucha ansiedad y periodos depresivos hasta que derivó en un derivar en un TCA. «Empecé a vomitar para sentirme mejor, pero esto me producía más ansiedad así que el trastorno fue en aumento», recuerda, «de todo ello hace casi 10 años pero con la llegada de la pandemia todo fue a peor:  había días en los que vomitaba de 15 a 20 veces».

A la ansiedad por  su trastorno se le sumaba la vergüenza que sentía y que le impedía pedir ayuda a sus padres, familia, amigos, «porque siempre he pensado que esta cosas solo le pasaban a las chicas y no a los chicos». 

Pero tras el agravamiento  que padeció durante la pandemia dijo basta y se decidió a pedir ayuda a ACAB. «Empecé a ir a terapia y estoy mucho mejor», afirma Diego, aunque sabe que la recuperación es un camino de largo recorrido. «Trastornos como el que yo padecí, te lo quita todo porque te afecta en las habilidades sociales.

 «Cuando quedaba con mis amigos era un problema porque si quería vomitar debía hacerlo en los servicios de los bares y cuando terminaba y salía, me sentía tan culpable que no podía disfrutar del momento de ocio con ellos», señala, «también me restó mucha capacidad de concentración, porque le das muchas vueltas a todos, tienes ansiedad y no te concentras en los estudios».

Pero, gracias al apoyo de su familia y amigos, Diego está recuperándose y dejando atrás la pesadilla del trastorno. De hecho, lleva un tatuaje en el brazo que simboliza la lucha contra el TCA y su supervivencia.  «Me han ayudado muchísimo y les doy las gracias», apunta, «porque las personas que padecemos TCA lo que no necesitamos es que se nos culpabilice. De esto se sale».