El monstruo que nunca se fue

R. Muro
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Tras un comportamiento educado y modélico en sus numerosos años como interno, el crudo y despiadado caso. Almeida ha asestado un duro golpe en el mismo corazón del ánimo reinsertor del sistema penitenciario español

Un momento del homenaje en el parque de Entre Ríos tras el asesinato de Álex - Foto: Ingrid

Francisco Javier Almeida López de Castro nació en Logroño un 13 de abril de 1967. De padre policía, ya fallecido, es el hermano mayor de cuatro hermanos de una familia que residía en la calle San Millán de la capital riojana. Cuenta su edad prácticamente en años de condena y cuentan quien han asumido su defensa en episodios anteriores que vivió una infancia marcada por la soledad. Acomplejado por su forma de hablar y por su apariencia física fue diana de mofas escolares y de los reproches de un progenitor que se quitó la vida hace ya más de dos décadas, cuando Almeida ya había dado rienda suelta a sus despiadado e indomable apetito sexual.

Con un desaprovechado coeficiente intelectual superior a la media, inició estudios de música que no concluyó. Con 22 años, en 1989, engañó a una niña de trece años que vivía en su mismo edificio de la calle San Millán. Le contó que su madre se había puesto enferma y que estaba en su casa. Una vez en el dormitorio de Almeida la ató a una silla y le obligó a practicarle sexo oral mientras le profería todo tipo de comentarios sexuales y se masturbaba.

La investigación de aquellos años asegura que no llegó a violarla pero estuvo muy cerca de estrangularla con la cuerda con la que le ató a la silla. La niña perdió el conocimiento y cuando lo recuperó, Francisco Javier Almeida, sumido en su estado incontrolable, solo le dijo que se fuera a su casa, según consta en los informes redactados  entonces.

Una frialdad que trasladó a la prisión de Tenerife donde fue encarcelado en 1990 tras ser condenado a siete años por agresión sexual a su vecina menor de edad. Todo cordialidad y educación con los funcionarios y un comportamiento propio de un preso ejemplar.

Una vez en libertad, ya en el año 1998 y antes de cumplir la totalidad de la condena, el monstruo salió de nuevo golpeando en el mismo corazón del ánimo reinsertor de la política penitenciaria. 

Contactó con María del Carmen López, una agente inmobiliaria de 26 años con la que ganó confianza tras mostrar interés en varios inmuebles. En uno de ellos, mientras la agente le mostraba un dormitorio, Almeida empujó a Carmen contra la cama, sacó una navaja y comenzó a propiciarle diferentes cortes hasta que le seccionó la traquea para posteriormente clavarle el arma en el corazón. Fueron 17 cortes mientras, de nuevo, le dirigía a la víctima todo tipo de comentarios de contenido sexual. Detenido por segunda vez, la Justicia con mayúsculas le impuso otros treinta años de ingreso penitenciario, veinte por asesinato y diez por agresión sexual. 

Tres cuartos de condena. Cumplió condena en el penal de El Dueso, donde de nuevo se comportó como un preso modelo empleándose incluso en el reparto de comidas, en limpieza y en el economato. Tras cumplir las tres cuartas partes de la pena, tal y como establece la Ley, se le concedió el tercer grado y fue trasladado hasta la prisión de la capital riojana. 

El monstruo recuperaba de nuevo la libertad. Francisco Javier Almeida no fue a vivir a la capital riojana con su familia. Prefirió una zona alejada del ruido y de las miradas de la ciudad. Prefirió un tranquilo barrio residencial del municipio riojano de Lardero y una pequeña vivienda, hasta aquel momento discreta, próxima a un colegio y a un parque infantil. 

A partir de este lunes y durante dos semanas, el jurado tendrá que determinar si la noche del 28 de octubre de 2021 Almeida olvidó su comportamiento modélico en prisión y recuperó al asesino y al violador. Presuntamente, aquella bestia eligió una víctima indefensa de tan solo nueve años asestando un duro golpe, de nuevo, al ánimo de reinserción del sistema penitenciario. El monstruo siempre vuelve o quizá, es que jamás se fue.