"El movimiento ciudadano frenó que se tirase la Bene"

Francisco Martín Losa
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Carmen Chover Miguel, primera presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos, Riojana Ilustre, Insignia de San Bernabé, activista social y sindical y Premio Vecino 2019, comparte retazos de su vida en Encuentros

Carmen Chover, en su casa, dedicada a la lectura, una de sus pasiones. - Foto: Óscar Solorzano

Hay pensamientos, acciones y objetivos que se van haciendo tan grandes y ramificados que, antes de que te des cuenta, han acaparado toda una vida, hasta el último rincón de tu existencia. Exigen tanta dedicación, casi plena, exclusivamente, por lo que es fácil apartarse de lo demás. Que una persona nazca hombre o mujer es un hecho fortuito. Lo importante es que ella elija ser, como Carmen Chover Miguel decidió ser una activista social y política y una persona reivindicativa con los derechos de la mujer, de la democracia y la libertad, y la transformación de la sociedad que, a fuer de una realidad, han sido pilares fundamentales de su propia vida.

A sus ochenta y un años cumplidos en el último diciembre, es libre en el mismo porcentaje que cuando fue la primera presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos, Premio Vecino 2019 o también Riojana Ilustre 2022, en la misma hornada que el expresidente Pedro Sanz, en el 40 aniversario del Día de La Rioja; o antes, concejala logroñesa bajo el mandato del socialista Manuel Sáinz.

No todos los personajes de mis encuentros pueden presumir de contar con tantos desenlaces que convierten su existencia en diferentes historias.

 

El 'baile' del día de nacimiento. No es un piropo bien avenido: aparenta seis o años menos de los que tiene. «Nací en 1941 en Alcudia, un municipio de Castellón con 12.000 habitantes, el 5 de diciembre, pero en los papeles aparece el día 8 por una confusión y, al final, opté por el 8. ¿Mi infancia?, muy feliz, jugando en la calle, yendo a la escuela, ayudando en casa. Mi familia poseía unas vacas, repartía la leche, esas tareas que antes tocaba a los menores en casa».

Corta la conversación para reírse, una característica de la que no presume. «Teníamos una clientela fija y aunque viniera gente, llevaba la leche a los vecinos. No se puede decir que mi padre fuera ganadero, con cuatro vacas en el establo de la casa, al final de la vivienda». Rompiendo el tiempo del relato, suelta los últimos episodios personales. «He pasado una temporada de médicos y enfermedades que no veas y, en seis meses me han operado varias veces, una de cáncer por segunda vez y de cadera que me ha tenido sin salir, además de la pandemia. Así que nos vamos a Valencia a pasar el invierno, que hemos retrasado por las visitas oncológicas y eso no se puede dejar».

Acabada la escuela, a los dieciséis años, entró en una fábrica de zumos durante los inviernos y, en verano, marchaba a Tossa de Mar, en plena Costa Brava, ganándose la vida haciendo habitaciones de un hotel, lo que fuera. Recuerda con cariño aquella época, fueron cuatro veranos hasta que en el año 58, cogió la maleta de emigrante, sin saber francés, sin nada, rumbo a París, ciudad que no abandonaría hasta 1970, recién casada con Manuel Ruano, sempiterno compañero.

 

Comunista en Mayo del 68. Sin amargura ni desesperanza, con un proyecto de vida por delante, nuestra protagonista, comienza lo que sabe hacer. «En los doce años en Francia estuve limpiando en dos casas, primero cerca del Parque de los Príncipes y, después, en el centro, en la Avenida Le Grand, en el Arco del Triunfo. Poco a poco éramos una cuadrilla que tomamos conciencia de la diferenciación entre Francia y España y la necesidad de un cambio».

Crece la inquietud y su historia tiene varios comienzos, porque nunca se sabe cuándo termina uno y empieza otro. «Ingresé en el Partido Comunista en el mayo francés. Buscando librerías españolas, encontramos una en el barrio Saint Michel y ahí conozco a Manuel Ruano y a su hermano».

Nuestro personaje no tenía un dilema existencial sino una fe que le lleva a un compromiso. «Aprendíamos francés, hacíamos deporte y otras actividades en la Casa de la Juventud que contaba con un departamento para extranjeros. Venía gente de La Sorbona y, en una de las asambleas, me propusieron afiliarme al Partido Comunista y me dio un poco de vergüenza levantarme delante de todos».

 

Boda y regreso a casa. Flechazo o no, Carmen asistió a una Nochevieja cuando saltó la chispa. «Manolo era uno de los organizadores de la fiesta, nos tratamos pero sin hacernos novios. Salíamos en grupo y quedábamos en un lugar donde estaba la Renault, ayudando a la CGT, repartiendo papeletas para la huelga. Hemos vuelto alguna vez, porque nos trae muchos recuerdos, y en el solar de la fábrica se han construido casas de lujo. Al cabo, nos casamos por lo civil en el Ayuntamiento de Levallois-Perret y, al año, regresamos a España para aterrizar en La Rioja».

Carmen ha hecho valer siempre su decisión. «Hablamos con el Partido, yo no quería ir a Valencia por Manolo y, a mí no me gustaba Murcia, que era su tierra. Entonces, pedimos que nos dijera un lugar y señaló La Rioja. En un periodo de vacaciones, en 1969, visitamos Logroño, nos gustó el ambiente, la ciudad y aceptamos. A primeros de los setenta, ya nos quedamos en Logroño».

Reuniones, donde se podía. Las siguientes líneas quieren ser un ejercicio de ubicación familiar, laboral y política. «Buscamos una pensión donde hoy está la iglesia de San Javier, en la calle Murrieta. Siempre por esta zona, alquilamos un bajo, una vivienda pequeña y Manolo empezó a trabajar en la construcción y yo en una fábrica de encurtidos, al otro lado de la vía. Nació el hijo y dejé de trabajar y, cuando Jorge se hizo mayor, reanudé la limpieza de casas, siempre medias jornadas, para dedicar el resto a la militancia».

Eran los tiempos de la clandestinidad pura y dura. «Nos reuníamos dónde se podía con grupos concienciados con la situación, como la HOAC o en la Juventud Obrera. Manolo, que metía muchas horas en la construcción, alquilaba una barca y paseaba por el Ebro con gente, para no ser oídos ni escuchados. Las iglesias y las asociaciones vecinales eran los sitios más frecuentados para dar charlas».

No se atrinchera, pero se lo piensa antes de dar nombres. «Aquí, en Logroño, nos apoyaban Honorio Cadarso y Ricardo Gil, gente muy comprometida. También en el Hotel Murrieta, su director nos prestaba la sala para charlas interesantes, como la sexualidad, la diabetes y así, con médicos y otros profesionales».

Al fin, la democracia. Nuestra protagonista confiesa que ella no pisó la cárcel, aunque estuvo bastante cerca y Manolo se tuvo que ir; pero llegó la democracia, la libertad sin ira, con mejor ánimo y con mayor energía. «Seguimos igual, se crearon las asociaciones de vecinos, con montones de necesidades: las calles sin asfaltar, la escuela, lugares donde los niños podrían jugar, el centro de salud... todo eso se debatía en el movimiento ciudadano. En el barrio, presentamos una solicitud para la asociación de vecinos Zona Oeste; al principio se denegó y, aunque no éramos legales, dimos charlas en Jesuitas, a veces con dos policías en la puerta para ver quién iba, en la iglesia protestante de la calle Beratúa, donde fuera. Por fin, nos dieron una pequeña sede en los bajos de las casas del Ayuntamiento».

Baja en el PCE y alta en el PSOE. Carmen da carpetazo a una etapa: la organización vecinal y el Partido Comunista. «Me desentendí hace mucho de la asociación y supongo que se mantendrá, porque se hacían muchas cosas. La diferencia, entre antes y después de la democracia, es que te movías más tranquila, sin temor a que te detuvieran, pero el objetivo era el mismo: concienciar a la gente, conseguir que se transformaran las normas con la participación ciudadana en asuntos municipales. Nuestra acción reivindicativa frenó que desapareciera la Bene y se dedicara a contenidos culturales  y, en parte, se logró con el Conservatorio de Música, acondicionar el parque, la instalación de Cruz Roja, un instituto y luego, el Centro de Salud. El barrio ganó mucho».

Habla precisa, contando los hechos tal cual. «La integración en Izquierda Unida provocó una escisión en el PCE, porque a algunos no les convenció el papel reservado al partido; como decía Carrillo, una ensalada de fruta, donde había de todo. Pedimos la baja para integrarnos en el Partido de los Trabajadores y participar en las elecciones municipales y las europeas donde no sacamos nada. Éramos 'los carrillistas', que, en los noventa, nos acercamos al PSOE y, en mi caso, en la lista de Manolo Sáinz de 1990 a 1994; salí elegida concejal, como independiente y, con el tiempo, me afilio al Partido Socialista».

Archivo, Participación Ciudadana, Registro y Consumo. Entra nuestra protagonista en la otra deriva política, aunque sin abandonar la acción en el movimiento ciudadano». Tengo un gran recuerdo de mi etapa municipal;organizamos el Archivo porque estaba todo mangas por hombro con la incorporación de una archivera. Ahora van los estudiosos y pueden realizar sus investigaciones estupendamente. Consumo se abrió camino con charlas a las asociaciones, a los consumidores pero no conseguí la creación de una Junta de Arbitraje y, en mis tiempos se creó 'el ruedo', precursor del actual punto informativo que tanto utiliza el público cuando va al  Ayuntamiento».

Puro nervio, no paró de pensar, crear y desarrollar iniciativas. «Me quedé sin instalar una emisora municipal de radio en la Gota de Leche y, al final de la legislatura, decíamos Luz Hernáez , Margarita y yo, bromeando: como no tenemos las tetas tiesas, irán otras más jóvenes en la lista». Y no fueron, la verdad.

Putin y la causa saharaui. Se me acaba el espacio sin exponer la opinión de una excomunista sobre la guerra de Ucrania. «Putin  es un hijo de su madre; se ha equivocado desde el minuto uno, aunque Europa debiera haber llegado a un acuerdo y no apostar por las armas. A lo mejor, hacen falta, pero las razones son imprescindibles y se habla poco de la situación de los rusos que residen en zonas de Ucrania». Empezó a leer en Francia y hasta hoy. Ahora está releyendo y hay libros en el pasillo, en las habitaciones, vive rodeada de una verdadera biblioteca. Sigue peleando por las causas justas y nobles, ha estado involucrada en otros momentos con las idas y venidas de los niños del Sáhara a Logroño y comparte las aspiraciones del pueblo saharaui. Piensa que España y la comunidad internacional tienen que exigir el cumplimiento de los acuerdos de Naciones Unidas y se pregunta: «¿Por qué no se cumplen esos mandatos?»

Trabajó como limpiadora de la sede de Comisiones Obreras y compaginó su tiempo en un departamento de actividades diversas, para jubilarse a cuatro meses de cumplir los setenta. A su hijo Jorge, que ocupa en el sindicato el mismo puesto de secretario general que un día desempeñó su padre, lo educaron lejos de todo credo político hasta que, con la edad, decidiera personalmente su proyecto de vida.

Como final de este relato, cabe escribir que Carmen Chover ha hecho de su vida un compromiso con el color de esperanza de Diego Torres: «Sé que lo imposible se puede lograr».