"Con la crisis del petróleo y la de 2008 las pasé canutas"

Francisco Martín Losa
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Pedro Ferrer Ruiz, fundador del Grupo Sapje y deportista incansable, relata en su 'Encuentro' con El Día de La Rioja una vida llena de retos y esfuerzos para llegar a una meta empresarial, deportiva y familiar satisfactoria

Pedro Ferrer, con una bicicleta de carreras, una de sus pasiones. - Foto: Ingrid

Si la vida es el tiempo, el tiempo de Pedro Ferrer lo sitúa en la flor de la vida, que ha dejado su huella a lo largo de los años. Este 30 de marzo cumple 74. Ruiz, de segundo apellido, se ha entregado a su trabajo, a su familia, a sus amigos, a sus aficiones. Por esta ventana del periódico pasan esas gentes que ya no andan detrás de los focos mediáticos, ni están en la carrera de arrebatar un flash a la cámara pero, en su trabajo, han dejado lo mejor en aras de esta tierra. Fundador de un grupo empresarial, ha dejado hace ya años de inquietarse por abrir y cerrar la puerta de su empresa, siempre, el último, porque había que ganarse el pan a diario y sin bajar la guardia. 

Disfrutando con sus nietos de acá para allá, que lo traen  de la ceca a la meca con sus aficiones deportivas y algún hijo también, Pedro Ferrer está viviendo ahora en la séptima gloria.

 

Si no estudias, a trabajar. Desde los primeros años fluían en nuestro personaje las ganas de prosperar y despertaban sus ansias de ser y de labrarse, cuanto antes, un porvenir. «Voy a cumplir 74 años en unos días y nací en Murillo de Río Leza. Mis padres, en aquel entonces, se dedicaban a lo que podían, como les pasaba al ochenta por ciento de las familias. Tenían un pequeño huertecito y poco más, para vivir con lo justo. Somos seis hermanos, cinco hombres y una hermana, a Dios gracias todos bien, y estabas en el pueblo, con más libertad que ahora, que si aquí, que si aquí, que si allá... ir al colegio, poco tiempo. A los 14 años bajé a Los Boscos».

No debía tener un pelo de tonto. «Me decían que tenía capacidad para estudiar, pero no lo sé, porque no he estudiado. Entonces, a esa edad, si no querías estudiar, pues ya sabes, a trabajar. Un niño es un niño, a buscarse la vida en un sitio y en otro».

 Entonces había trabajo en todas partes y  estaba todo por hacer en la postguerra: «Me puse a aprender fontanería y sin cumplir los 15, como me gustaba también el ciclismo, me largué al País Vasco a trabajar a Aretxabaleta, con los hermanos Arriarán, que eran muy buenos pelotaris y tenían la fontanería Urdala».

Los cimientos del grupo. Correr y trabajar tiene su miga y sacrificio. «Los Arriarán eran buena gente, me tenían mucho cariño y no querían que me fuera cuando me despido para volver a Logroño. Aretxabaleta eran cuatro casas. Luego se instaló la Cooperativa Mondragón, que la trabajamos nosotros, otro mundo. Entonces no se descansaba ni para comer y después me iba a andar en bici y regresaba, calado hasta los huesos, con ese sirimiri que me llegaba al alma. Salía todos los días, corría en muchas competiciones y me seleccionaron hasta llegar a aficionado. Trabajar y andar en bici era muy duro, no había patrocinadores como ahora y te tenías que pagar todo, no te daban nada. No sé cómo estoy vivo, pero me gustaba mucho la bici».

Pedro Ferrer ni en su juventud ha querido ser un espectador. «Mi primera experiencia empresarial fue abrir una tienda de ultramarinos, que luego llevó un hermano. Cuando regresé a Logroño y con otros dos hermanos, montamos en año 1952 una empresa de fontanería y calefacción, gas y mantenimiento.  La verdad es que hemos tenido suerte y poco a poco, con muchos trabajos, desde cero, pasando en ocasiones bastantes apuros y hasta necesidades, porque no es fácil abrir la empresa, buscamos trabajo a todo el personal y llegábamos con la cabeza alta a fin de mes».

El equipo y la innovación. En la década de los ochenta se constituye el Grupo Sapje, que incorpora las propuestas energéticas más innovadoras, el desarrollo y eficiencia, el ahorro energético, que hacen de la empresa todo un equipo multidisciplinar con más de 150 personas que permite ampliar su oferta más completa a los clientes y afrontar el reto del futuro. «Empezamos con Sapje y sigue la empresa con una estructura bien pensada con ingenieros industriales y mecánicos, técnicos de prevención de riesgos laborales, instalaciones de climatización, aire acondicionado, gas, frío industrial, geotermia, biomasa, cogeneración, instalaciones de fontanería, un laboratorio en la investigación de energías renovables a través de Enerterra, eólicas, fotovoltáicas y demás productos del gremio».

Mira Pedro Ferrer con mentalidad de un empresario hecho y derecho y por esos años le daba a todo: «En ese tiempo, instalo con un hermano Recreativos Ferrer, en Gran Vía, creo que en el número 47, no me acuerdo bien,  y seguro que habrás llevado a tus hijos, porque era la época. Tenía un tren, coches, máquinas de videojuego y luego vinieron las primeras tragaperras. El negocio no me terminaba de gustar y aparecieron en otros sitios. Había cosas en las tragaperras que no me gustaban: gente que perdía mucho dinero y eso no me convencía y no me llenaba de pleno. Aquello duró ocho años y lo cerramos».

La crisis le pega dos veces. De su parte se pone el esfuerzo y la tenacidad. Este no es el dilema, sino que las cosas transcurran y se enderecen. No todo va a ser tan fácil y en la calle está el mercado. Empieza el largo y valeroso camino de un empresario que aspiraba a todo, haciendo sus equilibrios. «Estábamos en la fontanería, que era la matriz de todo y aunque no los busques vienen altibajos. He sufrido las dos crisis, la del petróleo en el 73, y luego la otra, la de 2008, en el sector de la construcción, que nos dejaron medio tiesos. Y lo pasamos mal, con gente que no te podía pagar, aunque quisiera, pero me ayudaron a salir de aquella situación tan complicada que nos vino a todos».

No hay mejor manera que volver a los buenos recuerdos que has vivido. «En la fontanería siempre hemos tenido mucho que hacer. Igual teníamos en contratación más de 600 viviendas, que son muchas, para hacer en Logroño; y personal, no sé, 300, 400 empleados, con épocas de más y en otras, con menos. Tenía españoles, polacos, portugueses, de todo. No sacabas un momento de descanso. Son tantas las edificaciones, que haría una gran lista de casas en las que hemos estado, muchísimas, por ejemplo el edificio entero de 'Las Palmeras'. Tenemos casas por todo Logroño».

El relevo generacional. Está en el mundo de la realidad y, con el paso del tiempo, se van poniendo las cosas en su sitio, como ley de vida. «Ya vienen los hijos arreando y me plantearon que querían abrir una tienda de deportes. Les gustaba mucho el deporte. Ya sabes que han destacado y desde pequeños vivían el deporte, sobre todo el ciclismo, el esquí y ahora el pádel. A mí también, me ha gustado y he disfrutado una barbaridad. Y ahí se montó Deportes Ferrer y mi hijo Pedro y mi sobrino Jesús comenzaron a trabajar los primeros. Nunca han dejado el deporte y Diego, con el esquí alpino, llegó muy lejos. Después de terminar sus carreras, entraron en la empresa y como yo veía que eran serios y formales, cuando me tocó la hora de la decisión, me dije: Esta es la mía. Y llevo ya ocho años largos de jubilado. Fueron entrando Pedro, Diego y Miguel, tocando todos los palos, desde equipamientos de todos los deportes, eventos, gestión y lo que hiciera falta».

Deportistas, como su padre, han sido los tres y todavía a Miguel le da por las carreras en cuanto se tercia. «Les ha tirado el ciclismo y esquiaban de maravilla. Lo que pasa es que Pedro, como era el mayor, estuvo para pasar a profesional, pero el ciclismo tiene lo que tiene y le dije que apostará por la empresa y me hizo caso. Bueno era, pero dedicarte al ciclismo era muy sacrificado. Estuvo en muchas carreras, incluso con Yndurain, corrió la Vuelta a Asturias con profesionales y en la selección española».

Pregonando con el ejemplo. La cabra siempre tira al monte, se dice, y en lo más íntimo de sus entrañas, a Ferrer padre le tiró siempre la actividad deportiva, practicando y dirigiendo. «Como me gustaba tanto, me hice director deportivo y si analizo ahora los pros y los contras, en aquella época el ciclismo no merecía la pena de ninguna de las manera. Tuve varios equipos, pero les aconsejaba a los chavales primero que estudiasen y se buscaran un buen trabajo, porque iba a ser lo mejor. Estaba aquello tan mal, con lo del doping y tal, que lo que no quería para mis hijos tampoco lo deseaba para los demás. Hay trabajos buenos y trabajos malos y en aquellos momentos el ciclismo era un mal trabajo y creo que acertamos».

No ha querido ser simple espectador en esta aventura deportiva y le tiraba tanto el ciclismo que hasta se metió más. «He tenido al equipo Saunier Duval profesional durmiendo aquí, en Logroño, cuatro o cinco años. ¿Cuál es el problema? O dejas el ciclismo o el trabajo, y el trabajo es sagrado. He hecho el Circuito Montañés y todos los circuitos vascos».

En seguida se le descubre la generosidad de hacer por los demás, sin pedir nada a cambio. «Me llevó bien con la gente. Trajimos una imagen de la Virgen de Ordesa, que es la patrona de los ciclistas, y la colocamos en la cuesta de Murillo de Río Leza. Y suben muchos cuando salen a correr. Organizamos unos circuitos profesionales en el actual trazado de Avenida de la Paz y otros dos circuitos en la estación de autobuses. Y luego metimos una etapa de la Vuelta Ciclista al País Vasco por Vara de Rey, que no había venido nunca. Hicimos muchas cosas, es verdad.

Los hijos, bien gracias. Habla y recuerda con una sonrisa, como si estuviera corriendo en bici por Salamanca, Santander o Valladolid, que había que estar al día siguiente en el trabajo a las siete de la mañana. «Los tres hijos tienen una responsabilidad y se llevan a las mil maravillas. Pedro es un todoterreno; lo mismo te organiza un cross por las calles de Logroño, que monta una fiesta infantil, se va a las ferias o se implica con los comerciales. Diego, que hizo Empresariales, lleva toda la gestión económica. Y Miguel es ingeniero industrial y lo remató con un MBA en Pamplona y se vino a trabajar a la empresa. Recuerdo que tuve con él unas palabras cuando tenía 18 años, que lo primero era la carrera y se puso serio y yo también. Entendió las razones y se integró en la empresa perfectamente. Están aquí porque lo han querido y no les he obligado. La vida es dura y, en estos momentos, más para los empresarios. Les admiro porque les ha tocado vivir una etapa complicada. Son años difíciles y yo las he pasado también canutas y me han echado al pozo, pero he salido. ¡Cuántas veces me ha tocado hacer obras que no he cobrado! Cuando hablamos de pesetas, uno me dejó 12 millones de entonces y otro unos millones, y lo pasé mal, con las letras devueltas. Pero supe levantarme, pagamos a todo el mundo y tiramos hacia adelante. Ahora ya no llevo nada y todo está al mando de los hijos».

Siete nietos y feliz de la vida. Ha sido siempre un hombre inquieto, de acción, antes con los negocios y los hijos, y ahora con los nietos. El caso es no quedarse en la butaca de casa. «Tengo amigos por el mundo y si no me interesa alguna persona en contra con la que no congenio, la dejo y en paz. No soy rencoroso, ni tengo envidias. Por eso me ha ido bien en la vida. Ahora hago de todo, vengo mucho a ver a mis hijos y me paso los días con los 7 nietos, que si al fútbol, que si al baloncesto, hago lo que debo hacer y mi mujer me ha seguido siempre, ahora de abuela, siempre pendiente de todos».

Abrió tienda en Haro y en Calahorra y se acabaron cerrando por diversos motivos, alguna porque no tenía el mercado necesario para seguir. Se conoce medio mundo, esquiando en todas las estaciones españolas, en Austria, en Francia o en Italia, y estuvo en la Federación de Esquí con la furgoneta de una estación a otra. «Ahora vienen pegando los nietos, que también son deportistas, porque lo llevan en la sangre».

El descanso merecido. Está agradecido a la vida. «He trabajado mucho porque era el momento y si no trabajabas no había dinero y te metías el curro hasta las doce de la noche». Le recuerdo lo de los bancos con calefacción que se colocaron en la entrada del Hospital San Pedro y alguno más. «No sé que pasó, pero el Ayuntamiento no estaba muy interesado y se pusieron unos cuantos. Teníamos un convenio con la empresa que empezó a tener pedidos, pero la crisis le pilló de lleno, lo pasó muy mal y cerró».

Ni le gusta la política, ni la quiere, nada. «Nunca me ha gustado y, como no me he metido, tampoco me han dicho nada». Habla sin prisa y piensa que le van bien las cosas a pesar del covid. «Miguel lo cogió en Navidad y no pudimos cenar todos juntos. En Nochevieja la pillo yo y nos pudimos perder todos unidos el final de año. Tal fue así, que los Reyes Magos los dejamos para más tarde, pero se pasó y todos bien».

Es verdad que hay jubilados aferrados a la nostalgia y, al principio, paralizante y nociva crisis cuando dejan el trabajo, pero también está probado de muy antiguo que la sabiduría profunda, no coyuntural, peina canas y es sabiduría gestionar los tiempos, como Pedro Ferrer. Ahora respira y es feliz desde que se ha quitado de encima la responsabilidad de sus empresas. No tiene ninguna presión, ni hacer presupuestos, ni cobrar, ni pagar. «De repente, te descargas de todo. Yo soy otra persona, ni me reconozco». Y llama a Viki, la más fiel, 36 años en la empresa. «¿ A que me ves una persona más feliz», y asiente con la cabeza, que sí, que siempre hay un tiempo apasionante para disfrutar.

El protagonista de este encuentro tiene una historia tan fecunda como completa. Lo que pasa es que ahora está ocupado en otras cosas más familiares en el momento justo y en el lugar indicado, en el sitio que le corresponde. Hay vida después del trabajo, ya se sabe.