Cuando la primera palabra aprendida en español es paz

Cayetano G. Lavid
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Ucranianos desplazados por la guerra aprenden el idioma en Cruz Roja con el objetivo de integrarse en La Rioja y tratar de encontrar un empleo con la esperanza de poder regresar a su país lo antes posible

Una de las clases de español para desplazados ucranianos que imparte Cruz Roja en Logroño. - Foto: JPEG Estudio

Anna Lysenko es una diseñadora ucraniana que en estos momentos no puede mostrar sus bocetos ni pensar en su próxima creación, porque aunque ha logrado dejar atrás el horror de la guerra desde La Rioja, donde vive ahora como refugiada, de alguna manera su mente sigue pendiente de lo que ocurra en su país. Al igual que Anna, casi un centenar de desplazados se encuentran actualmente en La Rioja, donde gracias a Cruz Roja aprenden español. Acuden a unas aulas atípicas, donde pueden olvidar por unas horas el sufrimiento que arrastran de la guerra y centrarse únicamente en adaptarse a su nuevo entorno mientras esperan el fin del conflicto.

La responsable de aprendizaje del idioma en Cruz Roja, Soledad Suárez, se encarga de coordinar estas clases. La entidad lleva realizando esta labor en La Rioja desde hace más de 30 años, dado que considera que se trata de «la herramienta esencial par poder integrarse en la sociedad», ya que al desconocer cuánto durará el conflicto, los refugiados deben desenvolverse bien en español para conseguir empleo. Esta trabajadora se muestra optimista y afirma que «el índice de éxito es elevado y en menos de dos años han cumplido ese objetivo».

Además, Suárez destaca que las clases de español son un momento «de gran alivio y relajación», pues es la primera vez que estas personas olvidan sus problemas derivados de la guerra y se centran únicamente en aprender, integrados en un grupo afín sobre el que apoyarse unos a otros, «garantizando que la enseñanza sea más fluida y enriquecedora», asegura.

En el centro de Cruz Roja de Logroño, una de las profesoras que imparte las clases es Coral Ferrer. Esta voluntaria apoya el mensaje de la coordinadora de idiomas, y confiesa que uno de los momentos «más duros y a la vez más gratificantes que suceden en las clases es cuando alguien llora y todos se apoyan o cuando hago una broma y pueden reír y olvidar por un momento toda la carga que llevan encima». Acerca de la comunicación, esta profesora reconoce que no habla ucraniano ni domina su alfabeto, pero «muchas veces basta con las miradas y el tono de voz para transmitir mucho más que con palabras», por lo que el objetivo se termina cumpliendo de todos modos.

Coral también destaca que no es lo mismo impartir una clase para personas que quieren aprender que para aquellas que lo necesitan para sobrevivir, aunque «el idioma sea el mismo», sentencia.

El otro profesor de español, José Mari Lozano, concuerda con su compañera. En sus casi 20 años de enseñanza dentro del voluntariado de la Cruz Roja, ha visto situaciones muy diferentes y a refugiados de otras zonas geográficas, pero a la hora de la verdad «las personas son iguales, todas sienten y padecen de la misma forma y no son desplazados distintos ni se les trata de un modo diferente», asegura. 

Lozano, que imparte el nivel 'avanzado' de español para extranjeros, resalta de los ucranianos su nivel de estudios, por lo general alto, lo que permite que tanto el interés del grupo como la fluidez de los mismos sea mayor. Este voluntario insiste en la importancia de estos cursos: «Cuando tengan fluidez y se puedan desenvolver en la sociedad, obtendrán un empleo y podrán generar ingresos para vivir mejor aquí», concluye.

Una de estas personas refugiadas es Anna Lysenko, la diseñadora que de un día para otro despertó en medio de una guerra y tuvo que huir con las pertenencias que pudo meter en una maleta y con sus padres, pero dejando allí su hogar, su trabajo y a familiares y amigos.

La historia es similar para muchas otras personas, aunque los contextos son difíciles de asemejar. «En mi caso, tenía familia en Logroño y había veraneado en alguna ocasión aquí», reconoce Anna, que lamenta que sus padres no tienen la misma suerte: «Ellos no dominan el idioma y son más mayores, les cuesta adaptarse. Al fin y al cabo no estamos haciendo turismo», asegura esta refugiada.

Sus palabras para referirse a las clases de español son de gratitud, ya que asegura que entender el idioma, no solo le posibilitará para trabajar en La Rioja y poder costearse la vida aquí, sino que «entender la cultura, las expresiones y el lenguaje aporta también una sensación de seguridad» que es clave para sentirse a gusto en el día a día, confirma Lysenko.

Deseando regresar.

Las expectativas de Anna son tan altas como inciertas, ya que al igual que la mayoría de desplazados, están basadas en que la guerra termine pronto y puedan recuperar pronto sus antiguas vidas. «Yo tenía mi vida resuelta, con trabajo, ingresos, amigos y aficiones», se lamenta esta desplazada, que desea poder regresar a esa vida de la que era dueña hasta hace solo unos meses.

«No hay diferencia entre una clase de refugiados y otros»

La responsable del programa de personas refugiadas de Cruz Roja  en La Rioja es Isabel Manzanos. Se encarga de realizar gestiones para facilitar trámites, como ayudas económicas, escolarización o de aprendizaje a los desplazados, de quienes comenta que «en contra de su voluntad, han tenido que abandonarlo todo para ir a un país desconocido y empezar una nueva situación hasta que pueda volver», asegura.  Por ello, no hace distinción: «Cada persona tiene sentimientos y la pérdida es la misma para todos, por lo que no hay clases de refugiados distintas», sentencia.