Editorial

Adiós a un año de incertidumbre que debe dar paso a mayores dosis de consenso

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Termina un año que, aunque inicialmente muchos vaticinaban como el de la vuelta a la normalidad, ha acabado con mucha incertidumbre como consecuencia de una pandemia que, con su última variante ómicron, ha superado los registros más negativos en cuanto a cifras de contagio e incidencia. Pese a estas cifras, los científicos coinciden en que esta ola es la que puede acabar definitivamente de inmunizar al planeta de un virus que ha ido perdiendo fuerza gracias, sobre todo, a las altas tasas de vacunación.

Si el coronavirus ha seguido siendo protagonista en este 2021 que nos deja, la polarización de la política nacional y, por ende, de la sociedad ha sido otra de sus señas de identidad. Con un Gobierno de coalición condicionado por las demandas de los partidos independentistas, se han producido episodios tan controvertidos como el indulto de los presos condenados por el procés, la aprobación de la ley trans, a la que incluso se opone una buena parte del movimiento feminista, o tan inesperados como la salida de Pablo Iglesias del Gobierno y de la política, sin llegar, como no había parado de asegurar, a asaltar los cielos. Las guerras internas del PP o el protagonismo cada vez más importante de Yolanda Díaz son otras de las notas más significativas de un año en el que el matrimonio entre los populares y Ciudadanos ha saltado por los aires, primero en Murcia y posteriormente en Castilla y León, con la convocatoria de unas elecciones que marcarán el paso del primer trimestre del próximo ejercicio y en las que el movimiento de la España vaciada podría abrirse hueco y mostrar el camino a las provincias más despobladas y desfavorecidas del territorio nacional.

La reforma de las pensiones, la subida del salario mínimo interprofesional o el 'lavado de cara' de la reforma laboral llegan para cumplir con las demandas de Bruselas, así como para adaptar cada normativa a unos nuevos tiempos, marcados por una recuperación que no ha sido tan brillante como era de esperar, pese a los síntomas de revitalización del mercado laboral, condicionada por una inflación desbocada -la mayor en las últimas tres décadas- y una crisis de suministros que se ha erigido como ese palo en la rueda que no permite seguir avanzando.

Ese clima de polarización tan dañino como poco saludable debería hacer que nuestros políticos reflexionen y comiencen a tender puentes para sacar adelante proyectos que impulsen a España con garantías para hacer frente a los retos de los próximos años. El consenso, ese que ha sido fundamental para el progreso y la consolidación democrática del país, parece hoy una quimera, aunque la ciudadanía, hastiada por la actual situación, demande pactos de Estado que, en vez de enfrentar, sirvan para unir y dar respuesta a las verdaderas necesidades del futuro antes de que sea tarde.