"El Monumento al Labrador fue una donación de mi tío"

Francisco Martín Losa
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Coautor del Monumento al Labrador y de la Fuente de los Ilustres, pintor-escultor de más de 25 obras y fotógrafo superpremiado, Alejandro Narvaiza Rubio recuerda en este Encuentro su trayectoria vital y artística

Alejandro Narvaiza, en su taller, con algunas de sus obras. - Foto: Óscar Solorzano

Por la vereda itinerante de estos encuentros, sucede el relato con un artista directo, sin artificios, antípodas de cualquier retórica, enemigo de todo relumbrón. Casi, a fuerza de sencillez y autenticidad, es posible recorrer su talante, huido de toda propaganda, al margen de cualquier ademán publicitario. Es Alejandro Narvaiza Rubio, en las vísperas de los ochenta y dos años, unido tantos tiempos a su tío, también Alejandro, por más señas, Rubio Dalmati. 

Eso que, con buen golpe, dice la gente, que el marido y la mujer acaban por parecerse, acontece, de alguna manera, entre dos escultores-pintores y su obra ingente, con más de 25 monumentos, algunos espectaculares y muy sonados, versus el Monumento al Labrador de Logroño o la Fuente de los Ilustres, cientos de cuadros. Al fin y al cabo, dos almas en perfecta simbiosis.

Al fallecimiento de su tío, continúo el sobrino con su obra, dando más de cuatro pasos muy notables por las nubes del arte. Nacido en Chile al emigrar sus padres al país andino, obligados por la Guerra Civil, es riojano, también ilustre. Su pintura y escultura son de la misma manera, un vivir en el futuro, antes de vivir en el pasado. Lo que ha logrado de verdad Alejandro Narvaiza Rubio y parece tan fácil, es vivir con el presente.

 

Condenado a muerte. Paso a paso, echa la mirada atrás, con afán de esperanza, pero lejos del revanchismo. «Voy a cumplir los ochenta y dos años, en nada, el próximo 23 de noviembre. Vine al mundo en Santiago de Chile, porque allí se fueron mis padres por la guerra del 36. Mi padre tuvo que emigrar porque a mi tío Alejandro le condenaron a muerte y, después de tres meses en la cárcel, llegó a América, gracias a un jesuita que en aquel entonces ostentaba al grado de general y se vino a Logroño a sacarle de prisión. Era un hombre muy curioso. Mi tío estaba en Madrid, nominado para el Premio Nacional de Artes Plásticas, y se lo encontró, vestido de obrero, porque los jesuitas estaban perseguidos, y le metió en un portal, diciéndole: 'No me has visto, pero mañana coges el tren y te vas a Logroño porque aquí se va a organizar una muy gorda'. Le sacó y le embarcó para Chile», rememora el artista.

 Ha hecho escalada nuestro protagonista en el inicio de la Guerra Civil, que le contaron en casa. «A mi tío le estaban esperando en una sastrería que había en la esquina de Muro de Cervantes con la San Juan. Un guardia civil le detuvo y al día siguiente le metieron en la cárcel».

Sabe, intuye y cree que lo que dice vale la pena. «Mi tío no era nada de nada y le condenaron a muerte por comunista, dijeron,  hasta tal punto que, cuando llegó a Chile, gracias al jesuita no quiso figurar ni meterse en política jamás».

 

Dalmati, yugoslavo de origen. Nuestro personaje levanta los ojos, junta las manos y se sonroja con aplomo. «A mi tío, le llama el rector de la Universidad Católica de Chile, le ofrece que sea profesor y él, por su manera de ser, le aclara que no es católico y el hombre le replica que no se lo ha preguntado. 'Lo que quiero es que me diga si quiere ser profesor y le doy cinco días para pensárselo'». Y, efectivamente, acepta y nunca preguntaron por sus ideas políticas. «Mis padres se casan en Chile, vengo al mundo en 1940 y soy hijo único. Mi madre tuvo hasta una granja con 5.000 gallinas y, cuando se cayó medio Chile en el terremoto de 1939, dejó un territorio en ruinas, sin edificios, sin catedrales, sin nada. De inmediato, llegó la reconstrucción y mi tío, con los arquitectos que habían sido alumnos suyos, levantaron las catedrales de Concepción, Chillán y  Talca. Una barbaridad».

 A Alejandro le quedan nociones del apellido Dalmati que lo sitúa en ascendencia yugoslava. La familia emigra a Milán, de buena posición, dentro de lo que cabe, aunque fue a menos hasta arruinarse, pero el abuelo, bastante culto, tocaba el piano y se convirtió en organista de la catedral de Milán. Otro abuelo, que era de Fuenmayor, pidió morir en su tierra y regresó a La Rioja. «En aquel entonces, mi familia regentaba en Chile un supermercado, tipo Sabeco, se vendió y compramos en Logroño una huerta construyendo un chalet, no sé si te acuerdas, en el lugar que luego fue Villa Iregua».

 

La unión artística. Dejando el mundo correr, Alejandro regresa a España, con 15 años y se matricula en la antigua Escuela de Artes y Oficios, Pintura y Escultura, que es lo que se le había metido en la cabeza. «Mí tío no me quiso enseñar para no influenciarme y acabo con mi abuela. Había regresado con un permiso, como corresponsal de la Universidad chilena y ahí comenzó su aventura riojana. «Se pasó tres años viviendo en Viana sin pegar ni golpe. Sólo pintó los cuadros, que todavía están en la sala Gonzalo de Berceo y terminó las tres catedrales de Chile».

El joven Narvaiza completa sus estudios en Barcelona, le salió trabajo, no le interesaba y cruza de nuevo el charco, se matricula en la Universidad Católica y, al poco, imparte clases durante el bienio 1959-1960 con 20 años cumplidos. 

Tira tanto la tierra y, a nuestro protagonista, le preocupa ser el mismo como artista. «Ya en España, hicimos un viaje juntos por un encargo y desde entonces los dos Alejandros hasta su muerte. Subimos al andamio con una obra de 60 metros de ancho por 50 de alto y cada uno en un lado. Al final, nos miramos, sorprendidos, porque teníamos la misma técnica: podíamos trabajar juntos perfectamente».

El primer 'labrador' de España. A un servidor le parece que el arte es una tensión dramática. Hay siempre un protagonista y un antagonista pero, en este ensamblaje, tío- sobrino, parece que no. «En La Rioja, de nuevo, a empezar de cero. El alcalde de Logroño Martínez Bretón nos encarga un monumento a Franco, si podía ser, y se le dice que a Franco, pues no, negativo. Se le propuso un labrador y aceptó».

 A Narvaiza, realizar ese trabajo le resulta algo muy serio. «Lo iniciamos en el 65 en un local cedido por el Ayuntamiento en la estación de autobuses, lo terminamos en el 67 para inaugurarse el 20 de septiembre, con Víctor de Lerma como alcalde. Mi tío metió muchas más horas que yo, es una obra muy suya. Tenía ganas de un monumento al labrador, admiraba mucho a la gente del campo y se hizo con gran sentimiento. La estatua tiene 280 centímetros de altura, 1.500 centímetros de monolito y 200 de alto sobre el pedestal. La gente criticaba que tenía la cabeza pequeña, pero no es por casualidad: es como lo hacía El Greco, con su sentido de grandeza. La obra se donó a Logroño, por expreso deseo de mi tío, sin cobrar nada y fue el primer 'labrador' que se levantaba en España».Y al César lo que es del César. «Mi tío era más dibujante, era un escultor que pintaba, y yo tengo más sentido del color, más facilidad para la luz».

 

Los Riojanos Ilustres. Hay que ponerle historia y determinación, sin tentación de vértigo, ético y exigente, como confiesa nuestro protagonista. «El monumento de los Riojanos Ilustres, encargo de José Luis Bermejo, que lo inauguró en 1999, son ocho esculturas que representan a otros tantos ilustres riojanos, en círculo y de espaldas al chorro de agua, cada uno vestido de su época y un atributo que les identifica. Es la Fuente de los Ilustres, que conoce todo el mundo y se proyectó con el propósito de ensalzar a Logroño como la capital de La Rioja, en la campaña institucional 'Logroño, en el siglo XXI'.

Contra todo riesgo, por los tiempos que corren, Alejandro Narvaiza sabe y certifica que lo hecho, hecho está. «La elección de los personajes fue decisión nuestra y, por más que buscamos, aceptando otros criterios muy respetables, no dimos con una mujer, con reconocimiento mundial. Había algunas importantes, María Lejárraga por ejemplo, pero no alcanzaban el prestigio internacional». Y cita los ocho ilustres como testimonio: el rey Don García de Nájera, Marco Fabio Quintiliano, Gonzalo de Berceo, Pedro del Castillo, Navarrete El Mudo, el Marqués de la Ensenada, los hermanos D'Elhuyar y Julio Rey Pastor, dejando fuera a Bretón de los Herreros y a Cosme García, entre otros y por razones de presupuesto, que también.  

 Al monumento de los Riojanos Ilustres, Narvaiza le tiene un especial cariño. «Es el último trabajo que hicimos juntos mi tío y yo. Había cumplido los ochenta y estaba muy cansado».

24 monumentos. No ha puesto el pedestal para levantar las famas, pero ha abierto, discretamente, la puerta de las obras y vanidades, dejando correr el éxito a su avío. «¿Obras? Tantas que me resultaría difícil enumerarlas. Prácticamente hay en Vitoria, en Bilbao, en Pamplona y monumentos por toda La Rioja, que pasan de 24: la Vendimia en Fuenmayor o el niño en Cenicero. En Logroño, los Donantes de Sangre, Los Marchosos, Los Fueros de Logroño, el Memorial en el cementerio de La Barranca, la Sagrada Familia, la cabeza del Doctor Zubía, el Cristo de madera de la iglesia de Santiago, obra mía personal, monumento a las Enfermeras, mucha pintura y muchos encargos. También un 'labrador' en Lleida, pero distinto».

Nuestro personaje ha producido obras por doquier, tiene pendiente un encargo del Ayuntamiento y le empieza a cansar un poco. «Lo que he dejado es de exponer, porque la última que se hizo en la Sala Amós Salvador en 2013, en homenaje a mi tío, resultó un éxito enorme. Llevamos sobre nuestras espaldas más de 600 encargos; es verdad que sigo pintando y lo guardo para sacar el cuadro dentro de un tiempo y dar las pinceladas maestras».

Fotógrafo, acaparador de premios.  Es un vitalista y de mucha y bien abastecida trastienda en su taller de cuadros, esculturas, dibujos y hay también recortes de prensa a cientos y recuerdos. Del mundo, le gustaría vivir en Italia y en España y, puestos a elegir, España y, por supuesto, Logroño. Para él, es más importante vivir que triunfar. Sale todos los días con su Leica, tiene multitud de premios nacionales y no se da importancia aunque no descarta montar una exposición. Se ha cotizado y la vida le ha ido bastante bien a pesar de ser artista. Se siente feliz de haber tenido dos padres: José, el biológico, y su tío Alejandro, que lo adoptó con todo el amor. Casado, tres hijos, ninguno le ha seguido para que continuara la estirpe. En sus trabajos, ha puesto ilusión, arte, método y fantasía, nunca a lo que salga, previamente estudiado, aplicado, como alumno entusiasta sin faltar por nada a clase.

Hemos hablado de tantas cosas que quedan, Dios mediante, para una segunda parte de un día de mañana.