Culé como el palo de la bandera

Diego Izco (SPC)
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«Puede que sean las críticas más injustas que he visto en mi carrera». La frase es de Xavi, hoy su entrenador, ayer su amigo, anteayer el padrino deportivo del muchacho que subió al primer equipo el año en que el 'profesor Hernández' pilotaba la nave del mejor Barça de la historia. 

Detrás de sus palabras se esconde una historia casi imposible de contar, porque Sergi Roberto -objeto de esas críticas de su propia afición- no ha pasado de gregario de lujo, pero cobraba como una figura planetaria, pero apenas tenía minutos, pero cuando ha jugado su rendimiento ha sido indefectiblemente de notable, pero no era brillante en ningún lado, pero podía jugar en todos lados, pero quedó retratado en las grandes citas, pero aparecía fulgurante en las grandes citas… Muchos peros y muchas contradicciones que hacen que la grada del Camp Nou tal vez viva confundida y pite a Sergi y ovacione a Roberto. O al revés.

Su trayectoria es la del chico que tiene todo el fútbol en la cabeza -un sentido táctico descomunal, al alcance de muy pocos- pero unas condiciones físicas y técnicas algo inferiores a las del resto. Es decir, Sergi Roberto nunca fue el más rápido ni el más hábil, pero todos sus entrenadores (desde que llegó a La Masía a los 14 años a sus 31 actuales) han visto en él a un jugador válido, versátil y tremendamente regular. Tres adjetivos que no se encuentran fácilmente en el mismo futbolista, más aún si es catalán y canterano… y uno de los 'secundarios' con un don nada desdeñable: no desentonar. E incluso, esporádicamente, aparecer en las grandes fotos.  

Grandes momentos

El pasado fin de semana volvió a tocar la gloria después de mucho tiempo relegado a un papel intrascendente, cuando su gol abrió la cuenta de la victoria que sentenció virtualmente LaLiga (2-1 ante el Real Madrid). Igual que hace seis años, también en un clásico, cuando en el minuto 87 arrancó una jugada -marchándose de tres rivales- que desembocó en el icónico 2-3 del Bernabéu, con Messi mostrando su camiseta al graderío blanco. Y, sobre todo, aquella noche mágica (8 de marzo de 2017) en la se convirtió en el muchacho del minuto 95: cuando su gol al Paris Saint-Germain provocó un terremoto la jornada más apasionada en la historia moderna del Barcelona. Neymar centró al área y el chico de Reus alargó la pierna derecha y, en escorzo, firmó un 6-1 para la historia. 

«Seis años viviendo de aquel gol». Ese es el fundamento soterrado de la crítica más ácida a un jugador que aprovechó el momento (y las eufóricas torpezas de la Junta Directiva) para firmar un contrato con un sueldo de 10 millones. Y que en la reciente época de vacas flacas, donde las salvíficas 'palancas' se mezclaron con conceptos como «quiebra técnica», «posible sanción FIFA», «no podemos retener a Messi», «reducción de masa salarial» o «no se puede ni fichar ni inscribir a nadie» ya se comprometió recortando su sueldo un 35 por ciento… algo que ha vuelto hacer hasta la mitad para firmar su penúltima (o última) renovación en azulgrana: hasta junio de 2024 con una cláusula simbólica de 400 millones de euros. 

«Es más culé que el palo de la bandera, un jugador de la casa que siempre rinde juegue donde juegue. No se queja nunca, tiene una actitud espectacular y es un capitán tremendo». Xavi es partidario de ese estilo, de ese 'seny' que desde niños han mamado los muchachos de La Masía y que hoy portan futbolistas como Sergio Busquets. Sacar a Sergi Roberto, un 'comodín' (lateral derecho para momentos puntuales, dominador de casi todas las plazas del mediocampo y hábil como falso extremo) que el entrenador egarense no ha querido perder en esta época de regeneración, casi renacimiento, en una de las épocas más complicadas en la historia del club.