"No me cuesta montar los negocios"

Francisco Martín Losa
-

José Miguel Arambarri Terrero, creador de la constructora Aransa, bodeguero presente en 14 denominaciones de origen y fundador de la antigua fábrica de jamones de El Rasillo, desgrana una vida inquieta, dedicada al emprendimiento y la empresa

El empresario riojano, en las puertas del edificio donde tiene la sede su empresa constructora. - Foto: Óscar Solorzano

Las primeras líneas del relato de nuestro personaje es para situarlo en su tiempo. Nacido el 18 de abril de 1941, su vida ha sido una sucesión de crear, construir, emprender una idea, una iniciativa. Ha cambiado el paso y se ha lanzado retos sometiendo sus proyectos siempre a rigurosa evaluación para tener el control, el cómo, el cuándo y con quién. En la vida de José Miguel Arambarri Terrero, nacido en Badarán, Pepe, como quiere que se le trate, todo ha sido una experiencia de sentir y, al final, alcanzar el objetivo. Ha creado de la nada el imperio Aransa en la construcción y, con tanto esfuerzo y el apoyo de sus hijos y esposa Aurora, no hay quien le quite el hipo al gigante Vintae en el mundo del vino, con presencia en 14 denominaciones. De pasada, ha sido exitosa su incursión en el sector cárnico, levantando en El Rasillo la fábrica de jamones San Lorenzo, acaparadora de premios nacionales, con gran fe y convencimiento de las cualidades de la sierra camerana, en la actualidad, en manos del grupo segoviano Monte Nevado.

Está de vuelta, a sus 81 años, de muchas cosas, pero se levanta con el entusiasmo del principiante y, a lo largo del encuentro, demuestra que no ha perdido ni la memoria, con altibajos, ni el sentido del humor.

El campo no era lo suyo. Nuestro personaje repasa su acontecer, saltando de hecho en hecho. «Dejo muy pronto la escuela y me fui a la carpintería con mi padre. Nosotros proveníamos de una generación de artesanos, dedicados a la construcción y a la carpintería y el maestro le sugirió a mi padre que buscará otro trabajo, porque no era muy aplicado que digamos. Teníamos tierras y me metí en la agricultura, pero veo que el peón de la finca daba un rendimiento mayor que el mío y me preguntaba: ¿qué futuro tengo yo? Así que, vuelvo a la carpintería con mi padre y mi abuelo».

Al joven le pueden las ganas de salir de este bache, siempre con mentalidad de empresario, tan precoz. «Tenía 17 años y como quería ampliar mi formación me voy voluntario a la mili; me coloco de asistente con la oportunidad de entrar en la carpintería de Felipe Ruiz por las mañanas. Trabajaba gratis, aprendí mucho, alguna vez viajaba al País Vasco para conocer lo que se hacía y, paralelamente, fabricaba unas cuchillas para las máquinas que teníamos en la carpintería».

Regreso a los estudios con éxito. Hay que meterse en su papel para dar vida a nuestro protagonista, que tiene arrestos para todo. «Cuando terminé el servicio militar, ya tenía el pensamiento de una carpintería en plan industrial que digamos, con otros modelos. A mi padre le daba miedo, pero compro una máquina nueva. Entonces había mucho trabajo y propongo a mi hermano Paco que se viniera conmigo para que llevase las cuentas. Tuvimos tanto éxito que la plantilla pasaba de los treinta empleados. Había que salir de Badarán y compramos una carpintería en Logroño». Tenía 23 años.

Algunas cosas tienen buena letra y buena música. «Mi formación académica era muy inferior a mi fuerza emprendedora. Ya la carpintería estaba en marcha, mi hermano la gestionaba bien , interrumpo el trabajo y me pongo a estudiar. En dos o tres años hago el graduado escolar, en el nocturno de Artes y Oficios, el título de delineante y en Peritos, una maestría industrial». Quiere más, se va a Burgos, se matricula en la Escuela de Aparejadores y en tres años, dale que te pego a los libros, hincando los codos, y título al bolsillo. «De los 120 que comenzamos, acabamos tres la carrera y sin repetir». Ya se había casado en agosto de 1971.

El primer reto empresarial. Empieza la cuenta atrás y todavía no se ha detenido. «Le propongo a mi hermano que se quedara con la carpintería  y constituyo, por mi cuenta, Aransa y Construcciones Farco, trabajando a tope pero, como tenía más actividad, construcción y promoción, abrimos delegaciones en Mallorca, en Tenerife y en los países de Europa del Este, primero en Rumanía, que no me convenció, y más tarde, en Polonia, con un socio. Estuve dos años y, como la rentabilidad no era la esperada, vendí mi parte».

Conforme va desgranando su historia, su vida construye nuevos objetivos y salta a Portugal. «Entramos en Oporto, ampliamos y ya llevamos treinta años en los que hemos construido más de 1.500 viviendas y seguimos». Es inagotable y pone una pica en México, donde sigue respondiendo al mercado inmobiliario del país americano.

El mejor jamón serrano de España. No es un patrón exclusivo, pero el futuro le lanza retos y, si los supera, lanza otros nuevos: «Tengo la oportunidad de una empresa en Baños de Río Tobía y, viendo las posibilidades de las cárnicas, en 1989, me decido por una fábrica en El Rasillo, a 1.100 metros de altitud, muy interesante por sus condiciones climatológicas para la cura de la carne y dotada de la última tecnología. Previamente, recorrí España viendo empresas, métodos y sistemas y, mientras seguía con la constructora, empezamos a elaborar jamones y el embutido, que era un poco más complicado».

Era mucha empresa, con más de 200.000 unidades de jamón en producción y una gran plantilla que daba trabajo a toda la sierra, y buscó una persona que gestionase e impulsase nuevas ideas, abriendo otros mercados. «Arturo San Juan, el fundador de Galletas Marbú, me presenta a su hijo Juan Miguel, que entra en la empresa. Al cabo de un tiempo, observo que no era la persona que buscaba y, sin enfados y llanamente, le planteo a su padre: O me compras o te compro.  Así que llegamos a un acuerdo y se la quedó».

No desliza ningún reproche y lo pasado, pasado está, aunque la fábrica San Lorenzo ya no era de su propiedad, acabó en manos del grupo familiar segoviano Monte Nevado, que viene recogiendo una pila de premios nacionales por la máxima calidad de sus productos. A destacar, el máximo galardón del Ministerio de Agricultura en 2021, al mejor jamón serrano de España.

La aventura vinícola, éxito total. Como los caminos del Señor son inescrutables, a Pepe Arambarri se le cruza meterse en el apasionante mundo del vino. «Ya llevaba un tiempo estudiando el mercado, cómo se movía, contraté un enólogo y analizamos cosechas. Faltaban blancos en Rioja, salvo Viura y algo de Maturana. Hicimos una prueba en una viña de Pedro Martínez Alesanco para lograr una variedad más afrutada y, comprobando que el moscatel salía bien, empezamos en Calahorra, donde había comprado bastante tierra, y plantamos 80 hectáreas de estos blancos, traje un enólogo, que había estado en Galicia, se construye la bodega en Calahorra para un millón de botellas y plantamos 50 hectáreas de Viura y otras variedades, como albariño, chandonnay o sauvignon, que luego las levantaron. A mí no me tocaron. Desde el principio, el Libalis atrajo al consumidor y se consumen millones de botellas, cada vez más, en todo el mundo».

Libalis es un blanco único, con una aroma muy profundo y, a la vez elegante, procedente de la bodega Castillo de Maetierra y está elaborado con Moscatel de Grano Menudo, algo de Viura y Malvasía, con IGP y tiene su espacio en los cuatro valles de Sadacia que recorre los ríos Iregua, Leza, Cidacos y Alhama.

Vinos de 17 denominaciones. La magnitud vinícola se concreta en la cifra apabullante de la elaboración de vinos de 14 denominaciones de origen y no para de crecer y extender sus tentáculos. «Casi siempre alquilo bodegas, primero fue la de Ruiz-Alejos, en El Sequero, luego al marqués de Griñón. En Nájera, utilizamos Cuna de Reyes y estamos en Ribera del Duero, en Rueda, en Toro, en Navarra, en el Bierzo y así hasta 14 zonas vinícolas. Surgió, entonces, sería 2006, el proyecto de San Vicente de la Sonsierra. Me arreglé con el alcalde y adquirí unos terrenos a unos vascos. A toda pastilla y a fondo, levantamos en tres meses Hacienda López de Haro, para tintos y blancos, una bodega espectacular sobre unas vistas maravillosas desde las que se domina todo el valle. Vamos, un orgullo del grupo Vintae.

En plena vorágine, vino lo que vino y nuestro protagonista es directo sin virguerías dialécticas para soltar lo que le aconteció. «Cuando empecé en México, me dio el ictus. Los dos hijos habían acabado su carrera y el mayor, Josemi, entró en el negocio de la construcción en 2003, el pequeño, Ricardo, en 2008 para dirigir las empresas del vino y más tarde, Patricia, colaborando con ambos».

 

Pisos de 26 metros. No estaba muy boyante el mundo del ladrillo en aquellos años con la burbuja inmobiliaria, pero nunca le faltó trabajo y pudo abordar la construcción de algunos edificios singulares de la Administración, como la bodega institucional de La Grajera, la nueva Escuela de Enfermería o el centro de Salud al final de Avenida Navarra y, también, la iglesia de los mormones.

Es evidente que todo cambia. «Ahora me dedico más a analizar la necesidad de vivienda y de promoción, porque los hijos lo hacen muy bien y lo llevan estupendamente. He enviado un estudio a la Asociación de Promotores y me enseña que, a nivel nacional, hay una necesidad de millón y medio de viviendas. En La Rioja, no me atrevería, por falta de datos. Lo que puedo decir es que, a lo largo del tiempo, nuestro grupo habrá entregado más de 5.000 viviendas».

Firme en sus creencias, nuestro personaje reflexiona y saca consecuencias. «Lo que pasa es que muchas de las peticiones de pisos son insolventes y tiene que haber una solución, empezando por abaratar el suelo y terminar con la especulación. Al principio, se hacían pisos de 150 metros cuadrados, de ahí, a 90, a 70 y se barajan más pequeños, porque no son viables al comprador». Y  recuerda algo que ya no choca: «En Polonia, hice un proyecto para pisos de 27 metros, cuando salían del régimen comunista y necesitaban construir a toda costa, pero no salió. Ahora, se piensa en la rehabilitación de viviendas desocupadas pero, ¿cuántas salen al mercado? Pues no hay porque el propietario la reserva para su hijo y no sale. Tenemos una distancia muy grande entre lo que cuesta una vivienda y lo que puede pagar el cliente».

Siempre creando. Puede uno estar de acuerdo o discrepar de sus ideas, pero no es provocativo, no ha estado nunca en el chisme ni en la murmuración. Lo suyo es crear. «No me cuesta montar los negocios y lo necesito por mi fuerza emprendedora. En seis años, pasó desde las primeras letras hasta lograr el título de aparejador, que el Colegio acaba de entregarle la medalla por sus cincuenta años en la profesión. En la familia, dos nietos con la carrera finalizada y una tercera en camino. No tiene hobbies, es feliz y la cabeza siempre la tiene pensando con las luces largas. Le ocupa el tiempo, por ejemplo, los estudios para elaborar cava, con grandes posibilidades, en las tierras altas de nuestro territorio, sin tocar la denominación del Rioja.

El futuro de Pepe Arambarri no viene con un manual de instrucciones, pero hay que meterse a fondo en su papel para responder a sus permanentes inquietudes de emprender. Llegado a este punto, es increíble todo lo que nuestro protagonista puede tener por dentro. Hay mucha vida en esta vida.