Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Las dos Españas del dolor infinito

17/02/2023

Regular las soluciones al dolor, a la angustia, es necesario, entre otras cosas para impedir que el dolor -u otros en su nombre_abuse de nosotros. Y hay que establecer una frontera comprensible, transitable, entre quienes predican que el dolor nos purifica como premio para el más allá y los que quieren anticiparse tanto al dolor que lo prevén provocando quizá males mayores. Estoy hablando, por supuesto, de cosas tan diferentes, pero tan insertas en el sufrimiento humano, como la transexualidad, el acoso a la mujer por parte de sus abusadores, el aborto o la eutanasia. O sea, todos los temas que están ahora en el tablero político de un país, España, que de nuevo se parte en torno a cuestiones que alteran la piel de la ciudadana: ¿es políticamente ético pelear por el poder jugando con el dolor de la gente? Por supuesto, no me siento juez capacitado para sancionar que se tramite una 'ley trans', porque la considero necesaria, aunque no estoy seguro de que en los términos actuales: en parte por algo así, sus desacuerdos respecto a los términos de una ley sobre este tema, acaba de dimitir la mandataria escocesa Sturgeon; un paso, la dimisión, impensable por estos pagos. Ni me creo autorizado para pontificar sobre si es o no un derecho natural el aborto, que es problema anclado en la sociedad y que en todo caso también es necesario regular no con ánimo punitivo, sino de ayudar a la mujer en dificultades, económicas o sociales. Y qué decir ya de, por ejemplo, la eutanasia, que decididamente apoyo, rogando a nuestros poderes que inviertan todo el esfuerzo y dinero necesarios, nunca el castigo, para disuadir a quienes no ven otra solución a sus padecimientos y a quienes deciden ayudarlos en tan humanitaria tarea. Compasión frente a punición, ayuda contra represión, sería, a mi entender, una buena receta genérica. Lo que no podemos hacer es convertir en habitual una guerra de géneros que en ocasiones no busca más que colocar a determinada política -claro, me refiero, por ejemplo, a Montero, Irene- al frente de la manifestación feminista del 8 de marzo, suponiendo que, a estas alturas, haya una sola manifestación feminista. Ni debemos convertir algo trascendental en la vida de la persona -la conformidad con su propio cuerpo_en asunto tan intrascendente que el menor no tenga que ser asesorado cuando quiere cambiar de sexo. Y qué quiere que le diga sobre el aborto: no se puede convertir esta decisión, tan importante en la vida de una mujer, en un acto casi cotidiano, sin trascendencia, casi como ir a la peluquería. Todo eso es subvertir los valores sociales, y conste que no hablo de los religiosos, a los que coloco en plano diferente. Y entonces, cuando estos temas, que tanto sufrimiento causan en lo más profundo del ser humano, se quieren convertir en munición para conseguir votos, en artilugios de poder, sea político, social o religioso, ocurre lo que está ocurriendo: la profunda fisura -Montero versus Montero- en la coalición que nos gobierna o las vacilaciones poco valientes en el seno del Partido Popular, una parte del cual se resiste a viajar al centro templado que muestra Feijoo. Reflexiono que toda esta catástrofe moral existe porque nuestros representantes colocan al colectivo votante por delante del individuo sufriente. Pese a las proclamas en contrario, no se gobierna, ni se hace oposición, ni política en general, ni religión, en bien de la persona, sino que se busa el apoyo del colectivo -izquierda contra derecha, agnosticismo frente a religiosidad acendrada- en el que los 'reguladores' quieren asentar su poder, actual y futuro. Y, donde debería imperar el acuerdo en favor de quienes más lo necesitan, se mantiene esa confrontación en la que se basa la acción en la política española. Y tantas veces no solo, miremos hacia los Estados Unidos y la polémica allí sobre el aborto, en la española. Una filosofía, siempre la del duelo a garrotazos, que aumenta ese dolor infinito que desde hace siglos nos ahoga.