Del encerado al 'Kahoot!'

Javier Alfaro P.
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Un millar de alumnos regresan desde hoy al histórico Instituto Sagasta. El Día junta a Sofía San Miguel y a Taquio Uzqueda para intercambiar impresiones entre generaciones

Sofía San Miguel y Taquio Uzqueda en la nueva biblioteca del IES Sagasta, que conserva elementos originales. - Foto: Óscar Solorzano

En los tiempos de Racima, archivos en la nube, aulas virtuales, presentaciones con Prezi, mensajes al instante de WhatsApp o las evaluaciones gamificadas en Kahoot!, no sorprende ver grandes pantallas en las aulas del recién reabierto instituto Sagasta. Elementos, que ni siquiera se habían ideado cuando se contruyó el céntrico edificio de la Glorieta del Doctor Zubía a finales del siglo XIX.

Aplicaciones y plataformas que a exalumnos de otras generaciones les suenan a chino. «Piensa que en mis tiempos la única tecnología avanzada era el transistor y aquí solo se oía lo que ponían en Radio Rioja; de música las jotas, cuplés, misa o el himno nacional», relata el polifacético artista Taquio Uzqueda, de 72 años y exalumno del centro en los años 60 del siglo pasado. Ahora, en un pequeño dispositivo como un teléfono móvil es posible disfrutar toda la música del mundo. «Se escucha de todo, reggaeton pero también trap, pop, hip-hop, rock... varía según los gustos de cada uno», explica Sofía San Miguel Tejada, alumna de 4º de ESO, de 15 años, una de las alumnas que estrenarán las nuevas instalaciones. 

«El edificio en el que nos tienen ahora, el instituto Comercio antiguo, es muy pequeño y está todo muy concentrado, pero esto es enorme y tiene de todo, yo quiero poder utilizar un laboratorio como los de aquí, que hasta ahora no he podido en cuatro años de secundaria», indica San Miguel, que le encanta «Física y Química, y también la Historia». De hecho, está viviendo un momento histórico que podrá relatar en el futuro «porque siempre va a estar guay contar todas las experiencias que hemos vivido», que, en tiempos de pandemia, no son pocas.

Con 57 años de diferencia, a ambas generaciones les separan épocas totalmente diferentes y les une el mismo instituto. «Me gusta la mezcla de estilos, por dentro muy moderno, limpio y bonito y por fuera conserva lo antiguo», apunta la joven, que indica que su abuelo «también estudió en Sagasta antes de tener que ponerse a trabajar».

«Yo estuve de 1960 al 64 y ya era un edificio con solera, con 65 años empezaba a estar viejo. Lo que más me ha gustado es que han mantenido la escalera principal, que cuando yo era joven me parecía la de un palacio. Me gusta cómo lo han dejado y que hayan mantenido el instituto en su sitio, el centro de la ciudad», señala Uzqueda, que con el paso del tiempo ha ganado afición por la historia local. 

«De como esto era antes a ahora me ha llamado la atención que hay varias salas de ordenadores, los pantallones que tienen en muchas clases, toda la nueva tecnología me choca mucho, porque en mis tiempos era diferente, había capilla y se rezaba en clase», rememora. Sí matiza que el resultado de la biblioteca no le cuadra. «En vez de cristaleras en los armarios le han puesto una malla de jaula de conejos, para evitar que salgan humedades, y tampoco están las mesas clásicas inclinadas de toda la vida, que ojalá las vuelvan a traer».


Cientos de historias.
No son los únicos que ya han podido ver el remozado edificio. Óscar Solorzano, fotógrafo de este periódico y exalumno entre 1994 y 1998, asegura que «tenía ya ganas de ver el resultado, porque fue mi instituto y en un par de años lo será de mis hijos». Al recorrer las instalaciones cree que, «por dentro, es otro instituto y la biblioteca recuerda menos de lo que debería a la de siempre». Eso sí, le encanta «que los patios tengan suelo de polideportivo y estén cubiertos pero mantengan el espiritu de siempre». Resalta que el nuevo Sagasta está «muy equipado, con cientos de taquillas nuevas y con todo tipo de cosas que para un adolescente son susceptibles de usar  'a su manera', como las barandillas de algunas escaleras que hacen efecto tobogán».

Durante el paseo, revive momentos. «Me acabo de acordar que estaba en esta clase la primera vez que me mandaron al despacho de Pilar Frías, la jefa de estudios, por una trastada; no es que fuera malo, sino que no paraba quieto». 

Más reciente tiene su paso por el centro Mario Pinedo, de 26 años y de una de las últimas generaciones que estudió en el viejo Sagasta entre 2008 y 2014, dos años antes del cierre temporal. «Tengo muchos recuerdos, entre ellos mi evidente enfado por el estado del centro, con evidentes humedades en las clases y sus patios rotos asfaltados», comenta. Recuerda con cariño «las peleas por los bocadillos de tortilla que hacía Luis cada recreo y que nos igualaba a profesores y alumnos en la pelea por conseguir uno, me entra el apetito solo de pensar en ellos». Espera que para los nuevos alumnos, al igual que para él, sea un espacio «de encuentros, formarse, vivir y aprender a ser mejores».

Ambos coinciden en que las amistades forjadas allí, así como los momentos vividos, les siguen acompañando en la actualidad. «Sin ir más lejos, el viernes quedé con un amigo de los tiempos del instituto para echar el vermú y el sábado con otro, también de esa misma época», indica Solorzano. Pinedo, por su parte, asegura que su «relación con el centro siempre fue muy especial por las personas que me he encontrado en el mismo y que han marcado mi vida estudiantil y también buena parte de mi vida personal».

 

Muros alzados a finales del XIX.
Fue en 1894 cuando el arquitecto municipal Luis Barrón remitió al Ministerio el proyecto y planos del edificio para construir el Instituto de Segunda Enseñanza y la Escuela Nacional de Maestros.
Oficialmente, el 21 de septiembre de 1900 se inaugura el nuevo Instituto General. En 1923 pasa a ser Instituto Nacional de 2a Enseñanza y en 1959 pasa a Instituto Nacional de Enseñanza Media 'Marqués de la Ensenada'. Coincidiendo este nombre con el del instituto de Haro, que tenía la misma denominación, en 1975 se vuelve a bautizar como Instituto Práxedes Mateo Sagasta, que permanece hasta ahora. 

Antes de la construcción del edificio la institución de enseñanza existía desde 1837 bajo la denominación de Instituto Riojano que, tras ubicarse en diferentes lugares, con diferentes cambios de denominación, acabó en la actual.

Allí han estudiado ilustres arquitectos como Fermín Álamo y Quintín Bello; el fundador del Opus Dei, San José María Escrivá de Balaguer; el ilustre doctor Ramón Castroviejo Briones o, el exministro de principios del siglo XX, Amós Salvador.