La Cofradía de San Gregorio festeja al santo en Ruavieja

El Día
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La entidad recupera la tradición interrumpida por la pandemia y celebra una misa en la ermita del casco antiguo logroñés

Foto de archivo de los miembros de la Cofradía. - Foto: Cofradía de San Gregorio

La Cofradía de San Gregorio de Logroño, vuelve en el día de su santo, a la misa que se ofrece en su ermita, situada en la calle Ruavieja, este lunes a las 20,00 horas, organizada por el Club Rotario de Logroño y recuperando una tradición de antes de la llegada de la pandemia de la Covid-19.

Tras la ausencia de dos años de este acto religioso, acuden el Cofrade Mayor, Taquio Uzqueda, así como diferentes miembros de esta Cofradía nacida en Logroño en el año 2015. Previamente, los cofrades se reúnen en un almuerzo en la sociedad La Becada y desde la Plaza de la Oca, a las 19,30, hacen un pequeño desfile hasta la ermita, informa Europa Press.

De esta forma se empiezan a recuperar distintas costumbres, como la realizada este domingo por parte de diferentes cofrades que acudieron a la celebración realizada en la Basílica de San Gregorio Ostiense, levantada sobre una colina próxima al pueblo de Sorlada. La tradición indica que Gregorio volvió a Logroño, donde se vio acometido de fiebre y unas malignas calenturas, muriendo el 9 de mayo de 1044. Dejó encargado a sus discípulos que, una vez muerto, pusieran su cuerpo dentro de una caja, sobre una mula, a la que habían de dejar en libertad y el lugar donde cayese por tercera vez, sería donde tendrían que enterrarlo.

Este deseo se cumplió y la cabalgadura que soportaba el peso del cuerpo del cardenal cumplió su tercera caída en una ermita llamada de San Salvador en el alto conocido como de Piñalba. Allí existe una basílica en honor del santo.

Asimismo, la Cofradía de San Gregorio se está planteando volver a abrir la ermita de Ruavieja, todos los primeros sábados de cada mes, para informar a los ciudadanos riojanos -y a los peregrinos-, la vida del obispo de Ostia que vino a La Rioja en la primera mitad del siglo XI, enviado por el papa Benedicto IX, y que se acabó convirtiendo en el "sanador de los campos" que, en aquellos momentos, estaban asolados de plagas.