¡Qué fría está la plaza!

Bárbara Moreno
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El público esperaba más de una tarde con dos de los toreros más mediáticos del momento. Fue el día con más fotos en el callejón pero con poca alegría en el tendido

Público en la plaza de La Ribera. - Foto: Óscar Solorzano

La cuarta de feria arrancó con gran expectación en el patio de caballos, con dos de los toreros más mediáticos del momento, Julián López El Juli, y José María Manzanares. Decenas de personas esperaban para poder ver, fotografiar e incluso besar a estos dos matadores que bien podrían ser modelos de Dolce&Gabbana. Y quintándole el protagonismo, Chimy Ávila, jugador de primera División, del Osasuna, que fue incluso más demandado para las fotos. 

Con una entrada de 3.800 espectadores, 1.400 menos que en la del día anterior, los garcigrandes prometían por su bonita estampa, pero no transmitieron nada. La tarde empezó con ganas del público por ver al menos la mitad de lo que se vio en la tarde anterior. Con menos entrada que el día de San Mateo, el público acogió a su Juli con gran cariño, y no tanto al primer toro de la tarde que se  ganó el pañuelo verde y fue devuelto, por lo que en realidad, la primera atracción fueron los bueyes, en especial Jacinto, al que el mayoral le llamaba para que condujera a los demás a corrales. Y los momentos más aplaudidos, los brindis al público, esos brindis tan importantes que muchos obvian y con los que ya se calientan las palmas.

Y la primera bronca llegó con la primera puesta de banderillas, cual recortadores, los subalternos pusieron un rehilete cada uno, nada de  par de banderillas. Pero es que esta acción se repitió más veces ayer con distintas cuadrillas.

Con el Juli hubo silencio después de haber entrado a matar cinco veces. Y con Manzanares, más pareció preocupar la banderilla que se le clavó en la cara que el toro que le embestía.Y tras fallar a espadas, también silencio. Con José Garrido llegó el primer susto de la tarde cuando José Antonio Carretero, un mítico banderillero, se lesionó tras banderillear. Su pronóstico es de sospecha de rotura fibrilar en muslo derecho. Y Garrido, con un toreo un pelín despegado no levantó pasiones, y a pesar de que el toro cayó rápido tras una espada no muy certera, el público más bien frío ni le pidió que saludara. El Juli recibió de rodillas, y lució capote. Y tras una buena faena que bien  agradeció el público, con el premio ayer del aplausómetro más alto para esta faena, falló con la primera estocada, y aunque mató rápido y a la segunda, pocos pañuelos blancos se vieron en el tendido aunque el  público sí que pidió que saludara. Manzanares, con su segundo, no transmitió nada, ni él ni el torero, y el público ni aplaudió al diestro tras su actuación. Algo que no se entendió muy bien, porque de bien nacidos es ser agradecidos.

Pero ni es que en la Jota de Logroño la gente estuvo animada como otros días, y aplaudieron con poca gana.

José Garrido por fin movió los tendidos y arrancó los últimos oles de la feria matea con unas manoletinas antes de la muerte, y una estocada con la que se ha pedido la oreja, con sábana y todo.

En el callejón de nuevo ayer el alcalde de Logroño, Pablo Hermoso de Mendoza, o Alberto Canals, relaciones institucionales de la UNIR, el ex torero Antonio Barrera, Matías González, el presidente de la plaza de toros de Bilbao. Y también se ubicó en el callejón el futbolista Chimy Ávila. En el burladero de los hosteleros ayer se escaqueó Francisco Martínez Berges. Y en los tendidos algunos empresarios de calzado que no se quisieron perder tampoco la última de feria aunque no toreara el de Arnedo, como la familia Callaghan y la Morón. También se pudo ver al diputado del PP y exconsejero de Hacienda, Alfonso Domínguez, o Ana Verano, de la familia Vivanco, esta vez con flor roja un poco más  discreta que la del día anterior.

 

Una tarde que no crea afición

Si el martes se dieron en La Ribera todos los ingredientes para una tarde que crea afición, con el valor de Roca Rey que reventó la plaza, un Diego Urdiales que ofreció clases de clasicismo puro y un Emilio de Justo con gusto, con quites, buenos pares de banderillas, y alegría  y diversión en general, la tarde de ayer, salvo algunos detalles, fue una de esas que no crea afición ni en jóvenes ni en mayores. Fue una corrida de toros sosa, sin transmisión, no solo por parte del ganado. Y lo único que salvó la tarde fue el que venía a sustituir a Pablo Aguado, un José Garrido que puso broche de oro y cerró su actuación, la tarde y la feria matea con una oreja que se pidió con vehemencia.