Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


No es preciso ser guapo para hacer política

06/11/2022

Antonio Costa, primer ministro socialdemócrata de Portugal, no es tan guapo, obviamente, como Pedro Sánchez. Tampoco el gran presidente del país vecino, Marcelo Rebelo de Sousa, es ni de lejos tan apuesto como por ejemplo el jefe del Estado español, Felipe VI.
Pero con la entente entre Costa y Rebelo, que milita en la derecha moderada, han hecho de Portugal un país hacia el que miran con cierta envidia no solamente desde España, tanto el PSOE como el PP, sino desde otros muchos puntos de Europa. Los dos países ibéricos, que este viernes celebraron una 'cumbre', tienen mucho recorrido conjunto por delante. Es más: hasta podrían llegar a convertirse, si una sana ambición les llevase a ello, en la 'locomotora del sur' de la UE.
Cuando llegué por primera vez a Lisboa, como corresponsal ante la 'revolución de los claveles' (hablo de 1974) me sorprendieron las profundas diferencias entre el suave atlantismo luso y la continua bronca mesetaria española. Era entonces Portugal, un país que los vecinos españoles casi despreciaban, pero yo intuí las enormes posibilidades que la 'revolución de los capitanes' abría para una nación que ya entonces, y pese a la dictadura salazarista/caetanista, estaba mucho más abierto a Europa que el nuestro. Luego permanecí casi veinte años como corresponsal en Madrid de diversos medios portugueses y pude ir calibrando la imparable evolución hacia afortunadas fórmulas políticas poco transitadas, tanto de derecha como de izquierda, y hacia un despegue económico razonable y sin demasiados sobresaltos.
Hoy, Portugal es una especie de Eldorado para no pocos españoles, que han fijado allí su residencia (al menos, la fiscal) en busca de paisajes apacibles, un clima más templado y, sobre todo, una mayor seguridad jurídica. Paralelamente, es cierto que las políticas de ambos vecinos se han acercado, hasta el punto de que hoy Costa y Sánchez son unos buenos aliados frente a las intransigencias francesas de Macron, el corredor del gas o la 'excepción ibérica' entre otras muchas cosas. Y ambos se han acercado, a su vez, al socialdemócrata Olaf Scholz en busca de soluciones conjuntas al problema energético suscitado por Putin con la guerra en Ucrania.
Adolfo Suárez me dijo un día que una de sus aspiraciones quizá utópicas era una unión de Portugal con España: creo que mi colega Fernando Onega lo recoge en algún libro. Conozco bien los círculos lusos que se oponen a que la idea sea siquiera planteada. Pero pienso que a ambos países les conviene avanzar en un proyecto de federación tipo Benelux, y conozco a no pocas personas relevantes en Lisboa y Oporto (donde se ha creado ya una suerte de espacio regional con Galicia, que Núñez Feijoo ha alentado) a las que este objetivo no repugnaría en lo más mínimo, más bien al contrario.
Ya no es aquella época en la que Portugal y España estaban 'voltados de costas', es decir, de espaldas y sin mirarse, alentando aquello que nos lanzaban a la cara 'de Espanha, nem bom vento, nem bon casamento". Creo que las 'cumbres' bilaterales, como la de este viernes en Viana do Castelo, deberían ser más ambiciosas, y plantearse planes a medio y largo plazo, más allá de constatar la buena relación actual existente.
Sobre todo, cuando en Portugal han anclado políticos como Antonio Costa, que supo gobernar con un pacto con una izquierda-a-la-izquierda que se mostró más razonable que la española, hasta que el acuerdo se rompió para dar paso a unas elecciones ganadas por mayoría absoluta por el PSP. Costa, a quien vemos sonriente siempre junto a Sánchez, ha demostrado que el axioma de que hoy, para ser político, hay que ser físicamente atractivo, es una 'fake news'.
He comprobado personalmente el cariño que le tienen los ciudadanos, incluso los que no le votan (sí, en Portugal esas cosas son posibles y Costa es mucho más simpático y accesible que alguno que yo me sé). Y alguno que yo me sé, que el día menos pensado se va a caer al agua como Narciso, de tanto mirarse en el espejo del río, debería tomar buena nota: ser guapo tiene sus obvias ventajas (lo dice un feo consumado), pero no lo es todo. Y en política, menos aún.