El instituto de todos

El Día
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La reforma integral del Sagasta refunde historia académica y modernidad educativa y regala a Logroño y a La Rioja un foro para la cultura abierto a la sociedad en pleno centro de la ciudad

Un grupo de alumnas y alumnos del Sasgasta, en el salón de actos del instituto, cuyas butacas se han fabricado en Ezcaray. - Foto: Óscar Solorzano

Ciento ochenta años de docencia dan para mucho y dejan un poso de conocimiento y de historia docente que una sociedad moderna no podía desaprovechar. De ahí que la reforma integral del instituto Sagasta se plantease como una simbiosis entre esa tradición ilustrada y la puesta al día del centro de enseñanza logroñés con los estándares educativos del siglo XXI.

Que no se trata de un instituto más lo demuestra, entre otras cosas, el esfuerzo realizado por las administraciones en una de las obras más señeras acometidas en la capital riojana en los últimos años. Además de las partidas presupuestarias aportadas por los gobiernos de La Rioja y de España, la renovación total del edificio ha sido posible por la llegada de fondos europeos, de modo que de los 22,6 millones que ha costado (con un incremento de 1,3 millones de una modificación por la aparición de restos de la muralla carlista), 16 proceden de Europa.

Y que no estamos ante un centro de enseñanza al uso lo demuestra también su filosofía como espacio cultural abierto a la sociedad, más allá de su importancia función docente. «La rehabilitación aporta algo que ya tenía el instituto, pero que ahora se mejora: la vocación de servicio del Sagasta hacia la ciudadanía, en un enclave muy céntrico, permite que asociaciones, sobre todo culturales, puedan hacer sus actividades en horario de tarde en nuestros espacios», comenta Carlos Jiménez, que lleva once años en el centro, tres como director y ocho anteriores como secretario.

El instituto, que exhibe con satisfacción sus remozadas instalaciones y lleva con orgullo el nombre del prócer torrecillano, pertenece a sus casi mil alumnos y 107 profesores, pero también a toda la sociedad logroñesa y riojana. Nada más abrir sus puertas, sus espacios no solo se han abierto a las visitas, sino a la realización de actividades por parte de distintos colectivos ciudadanos, desde una charla de la cineasta Isabel Coixet a un campeonato de ajedrez.

La idea es contar en pleno centro de la ciudad con un foro abierto a actos sociales, presentaciones de libros, jornadas literarias y demás eventos de este tipo que mantengan las instalaciones con actividad también los fines de semana. Y la ambiciosa rehabilitación respaldada con los fondos UE lo propicia. 

El Sagasta cuenta con una zona reservada para acoger próximamente un museo en el que mostrará su ingente patrimonio, en el que hay desde grabados de distintas épocas a aparatos científicos de física, química y óptica, mapas, una máquina de vacío del siglo XIX y un globo terráqueo, ambos restaurados recientemente, y una de las joyas que se mostrarán al público: un tabla periódica Antropoff de 1925, restaurada hace unos años, y que es una de las siete u ocho piezas de este tipo que existe en el mundo. 

«Este es un edificio público que le ha costado mucho dinero a las administraciones y que se ha podido acometer gracias a las ayudas de la Unión Europea y sería una pena dedicarlo exclusivamente a la docencia», señala el director del instituto, que apunta un objetivo: que la gente pueda acudir los fines de semana a disfrutar de una exposición o a visitar el museo y tomarse un café tranquilamente. 

Un museo en el centro. Y es que el rediseño del edificio ha reservado para la zona museística dos salas y un pasillo en la planta inferior, así como otro espacio para exposiciones temporales, todo ello junto a la cafetería y a uno de los patios interiores, de forma que toda esa zona abierta al público puede tener un uso independiente del resto del inmueble.

La ambiciosa reforma acometida ha logrado conciliar la historia y las partes nobles del instituto, como su fabulosa biblioteca, el salón de actos, el aula magna, el vestíbulo, los anchos pasillos y los techos altos, con los requerimientos de un moderno centro de enseñanza, con 28 aulas totalmente nuevas, espacios para informática, música y plástica y laboratorios, junto a espacios deportivos y vestuarios.

Como resalta Carlos  Jiménez, se han cuidado mucho los estándares de eficiencia energética, que en gran medida han propiciado la obtención de los fondos europeos. El edificio tiene carpintería de última generación, dobles revestimientos en techos y paredes, una cámara de aislamiento de 20 centímetros entre la planta baja y el sótano, climatización de bajo consumo y un sistema de renovación continua del aire que evita tener que abrir las ventanas y perder temperatura.

Y todo lo realizado no pasa inadvertido para los alumnos. El director del Sagasta detecta en ellos una mezcla de sorpresa y orgullo por poder estudiar en un centro equipado a la última y que a la vez atesora una historia y una tradición docente tan distinguida.

 

Mejora educativa, riqueza económica

Una obra que se acerca a los 23 millones de euros aporta por fuerza riqueza y empleo a la ciudad y a la región. En la rehabilitación del Sagasta han intervenido empresas locales, como la constructora Qoda, que ha ejecutado la obra en unión con Dragados, y Ezcaray Seating, que ha diseñado y fabricado las butacas del salón de actos. «Aquí han intervenido buenas empresas locales y los fondos europeos revierten en la economía de la zona, que se ve reforzada», apunta el director del instituto, Carlos Jiménez. Para la cooperativa ezcarayense que ha suministrado las butacas, no se trata de un contrato más. «Cualquier obra es significativa, pero el Sagasta es nuestra casa y de los pocos institutos centenarios de España», subraya Juan Carlos Sáez, jefe de ventas de Ezcaray Seating, cuyas butacas equipan teatros, auditorios, cines y demás espacios en más de 40 países y que cuenta con 26 socios cooperativistas y 45 empleados. En sus instalaciones de Ezcaray, la empresa realiza todo el proceso de fabricación, salvo la tapicería. Para las 330 butacas del salón de actos del Sagasta, partió de un modelo de serie sobre el que realizó modificaciones para adaptarlas a las necesidades del instituto, de forma que resultan un poco más altas y algo más estrechas.