"La Rioja es una tierra privilegiada que tenemos que cuidar"

Francisco Martín Losa
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Dionisio Ruiz Ijalba, presidente del Grupo Dioniso Ruiz y Bodegas Viña Ijalba, participa en Encuentros con El Día de La Rioja y narra las secuencias más destacadas de su vida empresarial

Logró la bici con la que Indurain ganó el Tour de 1992, en una subasta de TVE - Foto: Ingrid Fernández

En este juego de ajedrez de la vida, que se aprende a diario, este relato retrata a mi manera y, traducido al lenguaje casi coloquial, a las personas que ya no andan detrás de los focos mediáticos. No buscan espectáculo, ni quitar ni poner a nadie, es gente buena que ha contribuido, a lo largo del tiempo, a levantar la tierra que les dejaron sus antepasados, dejando huella. Con sus noventa años cumplidos, como noventa soles, Dionisio Ruiz Ijalba ve las cosas, desde la trinchera de la retaguardia, con tranquilidad y sosiego, sin descanso y sin tregua, con más ilusión que nunca. Todo un riojano adelantado a su tiempo al apostar por la economía circular, verde y la transformación ecológica.

Fácil a la sonrisa y a la risa, cuando se tercia, podría escribirse la historia de La Rioja, en sus últimas décadas, a través de las vivencias de nuestro personaje. Tiene esa bendita virtud de emprender y dicho en roman paladino, ha coleccionado empresas con la misma facilidad que los chavales coleccionan cromos de futbolistas. Es el presidente del Grupo Dionisio Ruiz y bodegas Viña Ijalba.

Los tiempos duros. Decía el profesor Gay de Liébana que hay que afrontar la vida con ganas, como viene, desde que se pone el pie en este mundo: «Nací el 12 de marzo de 1931, en Nestares, cuando se pasaba mucha hambre y no había para comer. Tenía el pueblo unos 200 o 300 habitantes, ahora no me preguntes cuántos tiene. El otro día estuve en un entierro, en misa, y me hizo mucha ilusión porque es una de las iglesias más bonitas de toda la sierra. Me encantó estar con la gente porque, la verdad, no voy mucho porque el tiempo no me cunde». Dionisio no necesita una sacudida porque tiene la memoria como un reloj suizo: «De Nestares me fui a los cinco años a Islallana, que está a dos pasos, y el abuelo me bajó en un burro agarrado a la cola. Éramos seis hermanos y hace poco que ha fallecido un hermano que ha estado trabajando conmigo toda la vida. A mi hermana se la llevó un tifus que cogías entonces y yo me libré de milagro. Toda mi familia, hermanos, sobrinos y nietos trabajan o han trabajado en alguno de mis negocios, toda la familia ha tenido un sitio».

"La Rioja es una tierra privilegiada que tenemos que cuidar" - Foto: Ingrid FernándezDionisio tiene una cabeza viva, como siempre,y le resulta fácil recordar  los años de la niñez: «Me pongo a trabajar a los ocho años llevando el ganado al monte. Yo veía que aquello no era lo mío y estuve unos años con un tío mío que me enseñó muchísimo. A los 16 compré una camioneta, con unas perrillas que había ahorrado, y me puse a vender por los pueblos lo que fuera, pescados, fruta, carne, todo lo que podía. Bajaba al mercado por la mañana y después subía a los pueblos de la sierra hasta que hice la mili en Pamplona. Me dieron un camión durante el servicio militar y, al licenciarme, como sabía lo que había en casa, me puse a buscar trabajo en Barcelona. Compraba a diario La Vanguardia y entré en la Seat los días de prueba y a la semana me mandaron a hacer puñetas porque me pedían lo que no sabía. Y a buscar un trabajo otra vez».

LAVENADELEMPRENDEDOR. El pueblo de uno tira siempre y, encima, en fiestas. Dionisio ha sido de los hombres que ha sabido a donde quería ir: «Se terminó una obra en Barcelona y regresé a Logroño: eran las fiestas de Nestares el 11 de marzo, venía mi santo y tenía a mi mujer. En Nestaras estaban los de Eduardo Andrés y me dijeron si quería entrar con ellos de chófer; «de lo que haga falta, les contesté». El trabajo salió con la obra de las aguas de Logroño, alquilé una camioneta por días y me compré con otro un camión a medias, pero el que curraba era yo. Luego, al terminar en Logroño, Cossam y Firmes me propusieron ir a Badajoz. Ya tenía dos hijos, Nisio y Marisol y luego llego Jorge, el tardío, y estaba en los 40 tacos. Cogieron otro trabajo en Badajoz y me tiré dos años y medio. Más tarde, una obra en Santo Domingo, en el Najerilla y me hice cargo de todo. Se traía cemento de Italia y lo descargaba con 20 camiones. En Santo Domingo tuve de socias a las Koplowitz al cincuenta por ciento y se perdió mucho dinero. Y como las hermanas no sabían perder, me hice con su participación».

Dionisio no deja pelos en la gatera y reconoce que el transporte y las gravas ha sido lo suyo, su verdadera vocación: «Estuve en Santo Domingo ocho años y me pongo por mi cuenta, montando una planta de hormigón en Logroño, la primera, Hormigones Ebro, en Navarra, en la carretera de Mendavia porque en Logroño no me ponían más que pegas. Esto sería el año 1965».

"La Rioja es una tierra privilegiada que tenemos que cuidar" - Foto: Ingrid FernándezEl grupo coge cuerpo. Como bien dice ese dicho bien redicho, que la vida está llena de pequeños y grandes sueños, Dionisio deshoja las hojas de aquel tiempo: "Todo fue empezar y metí una planta en Santo Domingo a medias con otros dos socios, durante dos años pero les gustaba vivir bien: iban a la oficina, cogían 50.000 pesetas y se marchaban a San Sebastián y, el que se quedaba era yo. Entonces, les escribí una carta con esta oferta: mirad, o vendéis o yo vendo y me contestaron que ni vendían ni compraban. ¿Con que estas tenemos, eh? Dicho y hecho, levanté una planta enfrente y como vieron que conmigo no tenían nada que hacer cedieron y les compré las acciones. Luego, vinieron las plantas de Calahorra, Tudelilla, Uruñuela, Hormigones Logroño, Estella, Riojana de Asfaltos y entramos en Zaragoza con otras tres, adquiriendo terreno y terreno».

Aceptado el envite, se embarca de lleno en una flota de camiones, prestando servicio a las empresas constructoras con hormigoneras y maquinaria de movimiento de tierras, excavaciones, áridos, fabricación y venta de hormigón, mortero, aglomerado o la gestión de materiales y residuos de la construcción, en Hormigones Rioja, que es el futuro. Con el viento de cara, trabaja ya en Navarra, Burgos, Aragón y La Rioja, destacando la Torre del Agua en Zaragoza y las galerías del AVE en la capital maña.

Viña Ijalba, vino ecológico. Nuestro personaje suelta ideas, unas detrás de otras, cuando salta un proyecto que costó Dios y ayuda dar su brazo a torcer y hoy es la niña de sus ojos: «Me hacía con terreno para extraer las gravas y preparaba las fincas antes de plantar viña. Previamente, las había allanado porque quedaba una altura de ocho metros. Luego conseguía papel para plantar Rioja o la finca con papel. Sin esperar a la declaración de objetivos de la transformación ecológica y la economía verde y circular, Dioniso Ruiz ha sido un adelantado a su tiempo, quizás sin saberlo, intuyendo que la sostenibilidad ambiental era imparable: «Tenía dos encargados en el viñedo y vendía la uva a Faustino o a Olarra, a quien mejor pagaba. En casa, me calentaban la cabeza,  con que había que construir una bodega, una y otra vez. Pero, ¿ dónde están las perras? Me costó tres años decidirme. Hablé con mi mujer y los hijos y, al final, en 1991, tiramos para adelante con la bodega Viña Ijalba cuando tenía en propiedad el 60 por ciento del viñedo. Fui a Zaragoza un día, se compraron los terrenos de la General Motors, se recuperaron y se plantaron. Cuando otros daban vueltas, ya la había plantado. He sido pionero en todo y no he tenido noche y día, todo seguido, trabajo y trabajo con ilusión y ganas. Yo sigo viendo y visitando las obras, la maquinaria, las canteras y los camiones. El lugar de Viña Ijalba era una gravera que le compré a Jesús Fernández. La bodega ha sido consecuencia del viñedo que hemos ido plantando en las fincas, tras extraer la grava. Cada año hincamos un buen número y nos estamos haciendo con una cifra importante de hectáreas. La bodega es otro mundo y estamos contentos toda la familia porque vamos consiguiendo muchos premios de calidad y cada día entramos en nuevos mercados internacionales», narra con ilusión.

La bodega está en manos de su hija Marisol y su nieta Cristina, con un formidable equipo de profesionales. A Dionisio le preocupó, desde un principio, marcar diferencias en las botellas, en el diseño de las etiquetas, en los nombres, en muchas cosas como la de recuperar variedades, por ejemplo, el graciano, que estaba a punto de desaparecer. Dionisio no sabe de todo pero sí rodearse de expertos, como en su día Juan Carlos Sancha: «Fue un reto plantar variedades históricas como la Maturana tinta y Maturana blanca que han significado un hito, como la apuesta por el vino ecológico y ser la primera bodega de la Denominación que invirtió fuerte por su implantación. El campo me ha gustado mucho, yo lo aprovecho todo, vino, trigo, lo que sea. Lo que no puedo es tener la tierra sin producir porque tiene su valor. A mí, me ha gustado contar con la maquinaria más moderna, sin pensar lo que tenía el que estaba al lado, buscando la rentabilidad y calidad, por supuesto.

La bici que ganó el Tour. En su infancia de postguerra, bastante era con matar el hambre, pero a Dionisio le ha tirado también el deporte: «De pequeño tuve una bici que fue un  tesoro, siempre me ha gustado el deporte. En casa había una bicicleta de manillar ancho y piñón fijo y, como escaseaba el pan teníamos que bajar a Nalda o Lardero. Me mandaban a mí y me echaba quince o veinte barras a las espaldas. Había que ir al monte a llevar la comida a mis padres, cogía la bici. Luego, con el tiempo y los años, en que tuve unas perras, compré la mejor del mercado. La que tengo en el despacho de Viña Ijalba tiene su historia y no le vendo por nada del mundo», afirma. Y se arranca con el porqué. «En una campaña sobre el sida, estoy en casa y veo que Rafaella Carrá, en su programa de televisión, saca a subasta una bicicleta de Indurain con la que había ganado el Tour de 1992. Sale en 300 pesetas y participo con la puja. Va subiendo, subiendo y le digo a mi hija, Marisol, máximo hasta 1300 y lo que Dios quiera. Y la suerte fue que acabé adjudicándomela. Miguel viene de vez en cuando y siempre me trae una botella de vino de una bodega que tiene en Navarra. Por aquí, han pasado muchos ciclistas, como Perico Delgado, que me regaló una bicicleta sin los zapatos, o el campeonísimo Eddy Merckx. Luego, en un concurso en Albelda, me quedé con otras dos. Perico me envió los zapatos y yo le mandé vino. Antes andaba mucho, ahora me conformó con hacerme 40 ó 50 kilómetros y si no hay bicicleta, voy a un gimnasio, que tengo en Logroño y me paso un rato por la mañana o por la tarde». 

Dionisio es un emprendedor hasta para patrocinar un equipo ciclista: «He tenido 14 chavales, de aficionados, que andaban muy bien. Viña Ijalba corría con los gastos pero hay gente que los llevaba y el presidente era mi amigo de Murillo, Ángel Terroba. Yo me iba con ellos a correr y se pasaba bien, entre ellos Carlos Coloma que empezó conmigo. Eran gente muy disciplinada y amante de la bici, una etapa muy bonita.

El futuro. Saca pecho cuando habla de los suyos, orgulloso de sus hijos y no digamos de Pilar, su esposa: «Siempre me ha aguantado lo que no está escrito y es lo mejor que tengo, un matrimonio desde hace 70 años cuando ahora se casan tres o cuatro veces».

El trabajo no le ha producido nunca arritmias y le han salido escamas en sus negocios: «Que cómo veo el futuro? Sin trabajar no se levanta ni se construye nada. No hay que mirar lo que hace el vecino sino que hay que ir por delante del competidor, ser diferente en la gestión, en la forma de llevar los negocios, en el producto que se hace. Eso es lo que les he enseñado a mis hijos para que la empresa está viva, se posicione y crezca. Luego, vendrán, seguro, los éxitos. El empresario riojano es emprendedor que sabe estar en el riesgo y no se echa atrás. La Rioja es una tierra privilegiada que tenemos que engrandecer y cuidar entre todos. Es la mejor herencia que vamos a dejar a nuestros hijos. No he parado en ningún momento de mi vida y disfruté de unas vacaciones a los 50 años. Mis hijos y nietos son más trabajadores que yo, no me puedo quejar, aunque, a veces, ya sabes... Son otros tiempos. Entonces no había ni sábados ni domingos. Ni aquello ni esto. Ha habido crisis pero hemos salido. Hasta ahora, no hay impagados, parece que la gente se ha responsabilizado, alguno te deja colgado pero, a la postre, paga. Veremos, con la pandemia, cómo salimos». 

'Tocado' por la diosa Lotería. La rueda de la Fortuna ha recaído, no una vez sino dos, a nuestro personaje, que no fue nunca razón ni argumento para dejar el trabajo: «Cuando vine del viaje de novios fui a Vidorreta a comprar un bote de pintura y cogí una participación de Lotería y me tocaron 3.000 pesetas y con ese dinero, compramos la cama y el colchón». Luego, la segunda vez, fueron 30 millones de pesetas hace treinta años, una historia digna de contar, casi de película: «Jugaba con unos amigos un décimo de una serie que trajo el amigo Jesús de Elda, creo recordar, donde cayó el gordo. Todos muy contentos y a mí que el décimo que no aparecía, revolviendo la casa de arriba abajo y nada. Me acuerdo que ese día llevaba unos pantalones cortos y, con el hijo pequeño, vamos a Islallana, los pantalones los habían lavado pero, a duras penas y paciencia, conseguimos recomponer el décimo que estaba hecho añicos. Primero, logramos que me dieran una copia del boleto premiado y, con mi amigo Reboiro hicimos 2.000 kilómetros. Tuvo que venir gente de Hacienda, que comprobó la veracidad del número y, al día siguiente me mandaron las perras. No soy comprador habitual de la lotería. Si estoy en un sitio con amigos que juegan y, se tercia, me quedó con un décimo, pero ir a comprar exprofeso, no lo hago 2.

Comida familiar por obligación. De vicios, cuenta los justos: «Fumo un purito después de comer, si estoy de buenas y tranquilo. Hace años, alguna vez me daba por un cigarrillo y la mitad lo tiraba pero el purito me lo fumo con la mujer en casa. Todos los domingos y festivos, nos reunímos en el chalet de Islallana y comemos juntos y no hay excusa para faltar».

Ya tiene familia numerosa y a la mujer y los tres hijos, hay que sumar cinco nietos, dos biznietos y un tercero en camino. Madruga, como siempre, y a las cinco ya está en pie. Ha perdido la cuenta de los muchos premios y distinciones a su persona y a sus empresas y lleva con orgullo el título de Riojano Ilustre, que le reconoció la Comunidad Autónoma, por su trayectoria y amor a la tierra que le vio nacer. 

Lo mismo que el Premio Europeo de Restauración Medioambiental, recibido en Estrasburgo, por la restauración llevada a cabo en la gravera La Plana de Villamediana, recuperada en viñedos y olivares. Ha sido una larga y apasionada trayectoria y, como todos, ha pasado épocas de tormentas y de cielo azul.  En su despacho, fotos con los reyes Juan Carlos y Felipe VI, con Ronaldo y, por supuesto, con Indurain, Perico Delgado y Eddy Merckx. Su trilogía de buen serrano ha sido la familia, el trabajo y el deporte, sin renunciar a los amigos. Vive el hoy y ahora y le chispean los ojos cuando habla de la mujer de su casa: Pilar.