Editorial

Feijóo y Ayuso alinean la flota para afrontar la recta final de las elecciones

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Los términos se van invirtiendo. La política nacional, autonómica y local se ha movido en el último lustro en torno a la capacidad de la izquierda para entenderse. El fiasco de Ciudadanos, que lo pudo decidir todo y optó por no decidir nada, y la posterior reunión de la izquierda con el secesionismo, el neocomunismo y los radicales de Bildu, declinó todo en favor de un Partido Socialista en el que los clásicos afilan los dientes, pero después los aprietan para callar más de lo que dicen y mucho más de lo que piensan. Así ha sucedido desde que Pedro Sánchez ensamblara su moción de censura contra Mariano Rajoy sobre el cimiento de una causa de corrupción que jamás señaló al expresidente popular, sin que eso obste para que desde Génova emanara un tufo insoportable para un partido de gobierno.

Ahora el equilibrio político es otro, como ha quedado demostrado con la esperpéntica moción de censura que ha sido el salvavidas del Gobierno en un momento en el que no acertaba ni con la hora. Abascal atacó al PP. Sánchez atacó al PP. Los socios de Sánchez atacaron al PP. Menos mal que el presidente del PP ni compareció en una ceremonia que se sabía fracasada, como así quedó acreditado en la votación que retrató el aislamiento de Vox.

El foco terminó de virar ayer en la Asamblea de Madrid. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, partió peras con Vox después de un final de legislatura en el que ni siquiera se ha podido aprobar un presupuesto por cuestiones estrictamente dogmáticas. A partir de ahora, advirtió Ayuso, cada uno por su lado. Oportunista o no, lo cierto es que el mensaje de la lideresa madrileña converge con el que empleó su presidente nacional, Alberto Núñez Feijóo, después del 'esperpento Tamames', al que únicamente le faltaba subastar el discurso. Todo fue un espectáculo «improductivo», a ojos del presidente popular. Difícil negarle la mayor a Feijóo. A fe que la moción fue un espectáculo y a fe que fue improductivo. 

Pero de los hechos hay que extraer las lecturas, y una que no necesita intérprete es que, a diferencia de lo sucedido en los últimos años, ahora todo depende de los resultados del bloque conservador. El énfasis por dividir el voto de la derecha demuestra que Sánchez y sus socios, que también transitan por el camino de la fisión a cuenta de los instintos políticos de la vicepresidenta Díaz y la incapacidad de los líderes de Unidas Podemos para hacerle siquiera sombra a la heredera nombrada a dedo, necesitan azuzar la grieta entre PP y Vox para que, sobre todo en el caso del partido de Abascal, siga siendo un actor relevante. Solo así se evitaría una minoría cualificada para gobernar a la vuelta de las urnas.