Bartolomé de las Casas sigue siendo hoy una de las figuras más polémicas de la historia de España. Su trayectoria vital y sus escritos, a veces en gran contradicción, están íntimamente unidos desde su primer comienzo a la gran aventura americana, cuando ni siquiera se la nombraba así.
Su libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias es el más terrible y exagerado alegato contra la conquista española que ha servido de base durante siglos para la elaboración de la propaganda de las naciones enemigas y competidoras del entonces hegemónico imperio español, la Leyenda Negra. Lo fue y lo sigue siendo hoy. En él hay, como en muchos de sus escritos, una enconada defensa de los indígenas y una denuncia de los abusos contra ellos, algo a lo que dedicó gran parte de su vida. Pero en este caso la exageración da paso incluso a la invención y recoge como hechos ciertos desmesuras atroces sin base ni veracidad para apuntalar su proclama. Su utilización por parte de imperios que practicaron mucho más que el español el genocidio y la limpieza étnica, como prueba la contrastada evidencia de la población actual y mestiza de lo que fueron territorios hispanos con la desaparición casi absoluta de las etnias indígenas y la ausencia de mestizaje digno de cuantificación allí, levanta muchas ronchas todavía.
Ello se viene a añadir a una parte de su biografía durante la cual él mismo practicó lo que luego con tanta virulencia condenó y a una propensión suya, que esa sí recorrió toda su larga vida, de arrimo al poder y de cercanía halagadora a quienes lo detentaban.
Su libro 'Brevísima relación de la destrucción de las Indias'Sin embargo, es de justicia reconocer que sus obras -en particular en la que por encima de todas supone su gran aportación al conocimiento de aquella época, de aquel momento en que el mundo cambió y de los personajes que los transformaron, Historia General de las Indias- son el relato de un testigo directo que vivió aquellos acontecimientos en primera persona o los conoció de boca de que quienes los protagonizaron. Toda la familia Colón, desde el almirante a sus hijos, los Pinzón, los Niño, Ojeda, Juan de la Cosa, Ponce de León, Vasco Núñez de Balboa, Cortés, Alvarado, Olid, Pizarro y todos los nombres que hoy son historia universal, fueron gente con la que tuvo relación, trato, amistad o roces y desafección. Pero esa contemporaneidad hacen de su legado uno de los más valiosos documentos y testimonios de todo ese acontecimiento que cambió como ninguno ha hecho la percepción y vida del mundo y de los que lo habitaban.
Ni siquiera sus continuos exordios y sermones, justificaciones teológicas y abstrusas referencias ora a mitologías ora a padres de la Iglesia, impiden percibir el aroma del impacto que tienen ciertos pasajes donde el escritor narra lo que vivió o conoce bien al que se lo relata y lo protagonizó. Y que abarca un gran y trascendental período, nada menos que desde el Descubrimiento hasta el momento que murió, ya en 1562.
Porque desde el principio, De las Casas estuvo por allí. Un tío suyo fue uno de los participantes en el primer viaje de Colón, cuando creyendo haber llegado por occidente a las Indias se descubrió el Nuevo Mundo. Siendo él un niño lo vio desembarcar en Sevilla con el almirante y, asombrado, vio pasar la comitiva por el centro de la ciudad hasta la catedral, con sus ojos fijos en aquellos indios y esos grandes pájaros multicolores.
Primer contacto
Bartolomé había nacido hacia el año 1484 de familia hidalga, de cierta importancia y, según repite de continuo, cristianos viejos, aunque sin alcanzar rango de nobles, en el barrio y parroquia del Salvador. Al segundo viaje colombino ya acudieron su padre, Pedro de las Casas, y otros dos tíos más, que arribados de nuevo a La Española participaron en la fundación de La Isabela, en la batalla de la Vega Real, que acabó con la principal resistencia indígena y, fue el caso de su padre, recibieron tierras e indios en encomienda, o sea, que debía trabajar obligatoriamente para ello con la supuesta contraparte de que este los cuidaría y mantendría. Según el propio testimonio en su Historia, aquella encomienda estuvo cerca del fuerte de Santo Tomás, defendido por Ojeda, en cuyo río y arroyos cercanos los indios extraían oro para su progenitor, que después él heredó.
A la vuelta de aquel viaje, ya en 1498, el regalo que le trajo fue un joven indio cautivo para que le hiciera de sirviente, lo que despertó su curiosidad por cómo era su vida y sus costumbres. Sin embargo, la Reina Isabel, la primera gran defensora de los indios y quien prohibió el esclavizarlos, enfadada con Colón por haberlo hecho, los hizo liberar.
El primer viaje del joven De las Casas, ya acompañando a su padre en esta ocasión, tuvo que esperar hasta 1502, cuando formaron parte de la gran flota que llevaba a Santo Domingo, la nueva capital de la isla, al nuevo gobernador, Nicolás de Ovando, que llegaba a sustituir a don Cristóbal, quien que había regresado de su tercer periplo encadenado al igual que sus dos hermanos, Bartolomé también de nombre como él, y Diego, por orden del pesquisidor real Francisco de Bobadilla.
Poco después de que llegaran ellos, se volvió a presentar de nuevo por allí Colón, a quien los Reyes habían liberado prestamente de sus grilletes y restituido el honor, pero no tanto sus cargos y privilegios, y al que habían prohibido atracar en La Española. El almirante solicitó a Ovando hacerlo, buscando puerto de refugio y advirtiéndole, aunque el mar y los cielos parecían en calma, un tremendo huracán, por lo que le aconsejaba que no dejara salir a la flota que le había llevado de vuelta a las Españas. El freire don Nicolás, lo era de la Orden de Alcántara, no le hizo caso alguno, lo despachó de malas maneras e hizo salir la flota.
Colón tenía razón. Salida de puerto, la alcanzó la tempestad y se llevó al fondo del mar a casi una treintena de barcos y más de 500 hombres que perecieron ahogados. Entre ellos estaban tanto Bobadilla como muchos de los peores enemigos de Colón. Él, su hermano Bartolomé y su hijo menor Hernando y sus cuatro barcos, se salvaron al conseguir refugiarse el gran marino en una ensenada de la costa que les ofreció cierto amparo.
Bartolomé de las Casas, que tenía ciertos estudios y escribía correctamente el latín, llegaba a las Indias, según propia confesión, «a desechar la pobreza», y empleó su tiempo, además de en sus tareas como colono y agricultor, como doctrinero evangelizador. Participó en las escaramuzas finales contra la última resistencia indígena en la región de Higuay. Lo hizo a las órdenes del hombre de confianza de Ovando, Diego Velázquez de Cuellar, conocido de su padre, que había llegado con él en el segundo viaje colombino y que había permanecido en ella. Como fruto, obtuvo algunas tierras más y ya encomienda a su nombre.
Interés religioso
En 1506 regresó a España y, sintiéndose cada vez más atraído por la carrera religiosa, hizo algunos estudios nuevos en tal dirección, llegando a viajar incluso a Roma y siendo investido con la dignidad de presbítero, con la que ya retornó de nuevo a La Española, pero ello no le impidió seguir ocupándose de su hacienda y sus encomiendas.
Quizá por entonces su padre ya hubiera fallecido, pues no hay más noticias suyas, ni él lo menciona tampoco. Lo que sí es ya sabido es que completa su formación religiosa y es ordenado sacerdote en el año 1510, cuando ya había llegado a la isla, recuperada la gobernación y, a regañadientes, poco después y tras sentencia judicial, el título de Virrey de su antecesor, el hijo de don Cristóbal, Diego Colón, acompañado de la virreina, nada menos que una sobrina del duque de Alba, que algo tuvo que ver en la decisión real, María Álvarez de Toledo. El arrimo y la cercanía de Bartolomé a la pareja virreinal queda patente en que ambos estuvieron presentes en el acto de su ordenación sacerdotal. De las Casas, tras ello, siguió compaginando su tarea de párroco con la de encomendero.
Pero también acababan de llegar por entonces cuatro frailes dominicos a la isla. Y un domingo, el más joven y elocuente, Antonio Montesinos, pronunció ante los atónitos virreyes que asistían a la misa un encendido discurso de condena contra el maltrato a los indios, contra las encomiendas y los abusos de los encomenderos, señalando a todos como los peores pecadores por el daño que les infligían y que contravenía las leyes de Dios. Fue mucho el escándalo, la queja y las amenazas contra el fraile y la Orden, pero a la semana siguiente Montesinos no solo no templó sus palabras, sino que las endureció. El conflicto se encrespó y acabó llegando a la Corte española. Bartolomé de las Casas se mantuvo de perfil.
Lo que hizo fue partir con Velázquez y su sobrino Pánfilo de Narváez a la conquista de Cuba, como clérigo ya, y allí fue testigo de algunos actos atroces cometidos por la compañía de Narváez, que él mismo relata y asegura haberle recriminado. Pero lo cierto es que siguió con ellos y vio mejorada, en muy buena medida y merced al gobernador, su situación con dos buenas encomiendas y no poca cantidad de indios para que se las trabajaran.
Los dominicos también llegaron a la nueva isla, ya bajo dominio español, y algo se empezó a remover mucho en las entrañas de Bartolomé. Porque un domingo en su sermón, y presente Velázquez y las autoridades más importantes, fue él quien lanzó el duro anatema contra los duelos, quebrantos, agravios, dolor y malos tratos que se infligían a los indios señalando a las encomiendas y los encomenderos como responsables mayores.
Fue otro escándalo mayúsculo, pero en esta ocasión con una tacha añadida que no dejaron de echarle de inmediato en cara. Él era un encomendero también. Y ahí se produjo ya la ruptura y la conversión. El próximo domingo y ante la mayor expectación, Bartolomé de las Casas anunció su renuncia a sus encomiendas y se reafirmó en todo lo dicho. El De las Casas anterior había dado paso al que ya iba a tener como máxima de lo que le quedaba de vida, que iba a ser medio siglo, la defensa de los derechos de los indios. Eso sí, en sus primeros escritos, aún opuesto de manera total a la esclavitud de los indígenas americanos, entendía y hasta llegaba a patrocinar que su puesto fuera ocupado por esclavos negros. Se retractó después, pero hay que entender que la esclavitud era algo perfectamente normalizado en los parámetros de aquel tiempo. Los musulmanes, desde la invasión de la Península, habían hecho esclavos a los cristianos españoles que capturaban en razias o combates, y los piratas berberiscos, reconquistada Granada, lo seguían haciendo. Los cristianos, por su parte, hacían lo propio con los moros que atrapaban. Y los esclavos negros eran moneda común en toda la Europa mediterránea y en cualquier lugar donde los podían comprar.
Ya muy cercano a los dominicos, se reunió en Santo Domingo en 1515 con el responsable allí de la Orden y se decidió que, junto a Antonio Montesinos, emprenderían ambos viaje hacia la Corte para presentar allí su informe, denunciar el generalizado abuso y reclamar el cumplimento de las Leyes de Burgos de 1512, donde se establecía una protección para los indígenas, pero que a este lado del mar no se cumplían en absoluto.
Llegaron a Sevilla en septiembre y con cartas del arzobispo de la capital andaluza se aprestaron a reunirse con el rey Fernando. Pero este murió antes de recibirlos. Entonces se dirigió al regente, el cardenal Cisneros, a quien le expuso su propuesta de un nuevo modelo de evangelización y de supresión radical de las encomiendas. Aquello agradó al cardenal como sucedería también con el hombre de confianza del nuevo rey, Carlos, tras la muerte de su padre Felipe el Hermoso y el encierro de su madre, la reina Juana, el también cardenal y después Papa, Adriano de Utrecht, a quien dirigió su Memorial de remedios, donde exponía sus propósitos bastante utópicos, pero que lograron su aprobación.
Fue ya el nuevo rey Carlos, fallecido Cisneros, quien le otorgó grandes poderes para que pusiera en práctica sus propósitos y le dio el título de Defensor de los Indios. Con ello regresó a América con la misión de poner en práctica un plan de reforma estableciendo comunidades indígenas libres, otras intervenidas por funcionarios reales y el estricto cumplimiento de las Leyes de Burgos. Sin embargo, a quien se confirió la autoridad efectiva en La Española y las gobernaciones que dependían de ella fue a la Orden de los Jerónimos, que no tenía una postura tan radical como la suya y con quienes no tardó en chocar. No cejó en sus propósitos y tras un nuevo viaje a España logró que el ya emperador le firmara unas nuevas capitulaciones para que repoblara la costa de Paria, en la actual Venezuela, siguiendo sus propias doctrinas y que permitirían, según creía, el aumento de población y de la riqueza sin tener que recurrir al sistema de encomienda. Colonización y evangelización pacífica, tributos para el rey y reglas como tratar a los indios. Embarcó con labradores en Sanlúcar a finales de 1520, en el 21 estaba ya en Puerto Rico y ese mismo año todo el plan se hizo añicos. La expedición no solo fue un fracaso sino que la utopía chocó sangrientamente con la realidad. Hubo muertos, deserciones, traiciones y rebeliones y culminó en tragedia.
Retornado de nuevo a España, fue cuando ingresó en el noviciado dominico y finalmente profesó como fraile de la Orden. Durante 10 años dejó casi por completo la vida pública, aunque se sabe que estuvo en territorio maya como predicador.
Un nuevo proyecto en Guatemala, aunque también atravesó por dificultades de evangelización, dio mejores resultados. Obtuvo después un importante éxito con la aprobación de las Leyes Nuevas en 1542 que reforzaban el papel protector de las de Burgos. Cuatro puntos destacaban como resumen de todas ellas: El indio era considerado como un súbdito más de la Corona; Se eliminaba la esclavitud; La reforma, aunque no anulación completa sino como principio de servidumbre; La supresión de la guerra de conquista.
Últimos años
Fue nombrado obispo de Chiapas poco después, pero apenas ejerció el cargo, viéndose obligado a regresar a España debido a la potente resistencia ante las nuevas normas y la oposición frontal de encomenderos y autoridades coloniales. Ya no regresaría más a América, pasando el resto de su vida en la Corte, donde gozó de gran influencia. Fue famoso el debate que lo enfrentó a Ginés de Sepúlveda en Valladolid (1550). Este, un religioso también, defendía el derecho de conquista y la controversia suscitó una atención enorme en la época. Fue quizás la disputa teológica que más influencia tuvo en el humanismo cristiano de aquel siglo. No hubo vencedor, se dictaminó una especie de empate, pero De las Casas sí logró llevar al ánimo y a las leyes una mejora del estatus legal de los nativos. Es por ello por lo que hoy se le atribuye, y con razón, a pesar de sus defectos, el ser uno de los primeros defensores de una concepción universal de la dignidad humana, o sea un precursor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Al final de su vida, ya en Madrid, a partir de 1560, cuando se estableció en Atocha, es donde dio culmen a Historia General de las Indias, la que es hoy, considerada por su valor histórico, testimonio directo y retrato de toda una galería de personajes y acontecimientos que cambiaron la historia del mundo, como su obra más importante.