Y Logroño saltó el Ebro

Bruno Calleja Escalona
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El puente de piedra, recién remozado, se levantó hace 137 años sobre su antepasado medieval, que ilustra el escudo de la ciudad y que acabó abatido por guerras y riadas

El antiguo puente de origen medieval, en una imagen del año 1870, una de las pocas que existen del antepasado del actual. - Foto: El Día

Los ríos trazan fronteras; los puentes representan la comunicación, la apertura, el progreso. En Logroño, la relevancia del viejo puente de piedra, antepasado del actual, que este pasado viernes reabría tras una profunda remodelación, es tal que ocupa el lugar de privilegio del escudo de la ‘Muy noble y muy leal Ciudad de Logroño’. Ningún otro monumento tiene ese honor.  

El primigenio puente de piedra o como se conoció en sus orígenes, puente de San Juan, estaba fortificado y fue el primer paso que permitió saltar el Ebro a la altura de Logroño, después de que el histórico Mantible quedase inservible por una riada. Aquella construcción medieval, que se erigía en el lugar que ocupa hoy su descendiente, tenía doce arcos y tres torreones.

Las primeras noticias sobre el puente de San Juan nos trasladan a la concesión del Fuero a la Ciudad de Logroño de la mano del rey Alfonso VI, en 1095. La referencia es muy escueta, por lo que no podemos saber con exactitud cómo era. 

Algunas leyendas han atribuido a San Juan de Ortega, discípulo de Santo Domingo de la Calzada, su fundación en el siglo X, con el fin de permitir que los peregrinos pudieran cruzar el Ebro, tras el desvío del Camino de Santiago bajo el reinado de Sancho III el Mayor.

El puente de San Juan recibía su nombre por la existencia de una capilla dedicada a este santo en la entrada. Se trataba de un lugar para depositar ofrendas por parte de los caminantes jacobeos, en agradecimiento a la ayuda divina. Apenas se conocen detalles de la ermita primitiva, pero sí, que fue reedificada en 1577 por Juan de Elgorriaga, con un aspecto más acorde al gusto de la época. Era un edificio de planta cuadrangular, con una rica decoración. Se denominó San Juan del Campillo o del Humilladero. Permaneció en pie hasta 1775, cuando una fuerte riada arrasó uno de los tres torreones del puente y se llevó la ermita. 

Ya en 1837, durante la II Guerra Carlista, se derribó el arco central del puente y para cubrir el hueco se colocó uno levadizo. En 1850 se eliminaron los torreones que quedaban en pie, que estaban en ruinas. El 10 de enero de 1878, otra avenida del río Ebro acabó con los tres arcos del lado izquierdo. Para seguir dando servicio, se colocó una pasarela de madera. 

El paso de una sección de artillería el 9 de agosto de 1880 hizo que se hundiese. Y que el tráfico se desviase a una barcaza de madera. Esta barcaza naufragó el 1 de septiembre de 1880 con 90 soldados, que murieron en el accidente.

Este acontecimiento conmocionó a la sociedad del momento, que exigió la construcción de un puente nuevo. El primero en diseñarse y construirse fue el puente de hierro, que se inauguró en 1882.

Para el puente de piedra, se diseñó una reforma total, eliminando el puente medieval y construyendo uno más moderno y resistente, con menos arcos, pero más grandes. La inauguración tuvo lugar el 11 de junio de 1884. El proyecto de reconstrucción corrió a cargo de Fermín Manso de Zúñiga. Desde entonces, el puente ha sufrido varias remodelaciones. En 1917, se colocaron unos refuerzos de hormigón, que sustentaban las aceras. 

la última remodelación. El 20 de abril de 2020, el puente de piedra entró en restauración, para adaptarlo a los nuevos tiempos. De los viejos aún queda algún vestigio;cuando el Ebro lleva poca agua, quedan al descubierto algunas de las pilas del antiguo paso. El último hito en la historia del puente se producía el viernes, con la reapertura tras la última reforma, en un acto institucional al que asistió el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos.