Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Los 'hubritas'

08/02/2023

El 'síndrome de Hubris' es un trastorno, ya señalado por los griegos, que se caracteriza por generar un ego desmedido y desprecio hacia las opiniones de los demás. Aunque esta "desmesura del orgullo" -así lo califican los sociólogos- afecta también a grandes empresarios o a súbitos triunfadores en cualquier campo, por supuesto periodistas incluidos, lo cierto es que los síntomas más graves y notorios aparecen reflejados en políticos y gobernantes. No solo en España, conste, aunque de la variedad de 'politicus vulgaris hispanus' existen especímenes muy específicos en un terreno abonado, dadas las características 'testiculares' y de permanente confrontación que se dan en nuestra actividad política.

Tome usted el caso de Irene Montero -perfectamente reconocible en esta enfermedad, que empieza a ser epidemia, por sus gestos ante las cámaras-: cumple casi todos los extremos del diagnóstico de este 'síndrome de la arrogancia', que incluye -cito informes técnicos, conste- egocentrismo, exceso de confianza en sí mismo/a, creer que se tiene siempre la razón y que se es siempre dueño de la verdad, con desprecio a la evidencia contraria que presenten los demás, o elevación de la autoestima hasta límites insospechados, consecuencia de la adulación circundante. Se llama "enfermedad del poder" y, en versión extrema, la han padecido -o la han hecho padecer a los demás- gobernantes desde Nerón hasta, yo qué sé, Kim Jong-il (nuestros casos nacionales son, afortunadamente, mucho menos dañinos, claro). La propensión narcisista, ser poseedores de una excelente oratoria, muchas veces vacía, preocupación desmedida por la propia imagen y falta de control sobre sus impulsos son algunas otras de las características más notables de los 'húbridos'.

Quizá sea injusto personalizar apenas en la ministra de Igualdad las evidencias de esta atroz enfermedad, que tantas veces tiene efectos fatales -para los demás, pero también para el propio paciente--. Acaso lo que ocurre para dar aquí hoy tal protagonismo a la jefa podemita sea que la señora Montero, doña Irene, está estos días en el foco de la actualidad a causa de la malhadada ley que tantos quebraderos de cabeza cuesta estos días a su jefe, tampoco del todo libre, me parece, del síndrome, en su versión 'omnipotens'. La verdad es que tenemos ejemplos hasta la saciedad; quizá el más notorio de todos ellos, según algunas respuestas que he ido recibiendo de aquellos a quienes les he explicado en qué consiste este peligroso mal, sea don Pablo Iglesias, que marcó una impronta en la marcha de la política española y a quien ahora le gustaría, glub, marcarla en el periodismo 'crítico'. Es el paradigma de la manida frase 'dale a alguien poder y conocerás todos sus defectos'.

Los especialistas en el tema, como el médico británico Lord David Owen, autor del libro 'en el poder y en la enfermedad: enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años', no aciertan a prescribir un remedio definitivo contra el mal. Excepto, quizá, se me ocurre, uno, que es un tratamiento radical: privar al paciente de la alfombra roja, del coche oficial, del timbre para llamar a los ordenanzas, de la visa gratis total, del presupuesto ministerial, de las entrevistas en los medios simpatizantes. O sea, cesarle. Dicen que en la meditación posterior, esa que ocurre cuando los teléfonos no suenan, se han producido grandes mejoras, al menos en los ejemplares más lúcidos. Los otros siguen hablando de maniobras en su contra, de machismo, de jueces 'fachas' y todas esas cosas.