Mascarillas: cara y cruz

Cayetano G. Lavid
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La población riojana responde de forma dispar al fin de la mascarilla obligatoria con cautela en unos casos y con más confianza en otros

Los clientes se mantienen cautos en los supermercados. - Foto: INGRID

La obligatoriedad de llevar puesta la mascarilla de forma correcta, cubriendo la nariz y la barbilla, ha llegado a su fin y la población ha recibido esta medida de forma desigual, con más recelo por parte de algunos y con la certeza y el júbilo de los que han seguido la recomendación del Ministerio de Sanidad al pie de la letra.

Los escenarios son, nuevamente, heterogéneos. Pasear por la calle, por ejemplo, no muestra cambios relevantes a no ser que se mire desde los escaparates a quienes se encuentran en el interior de comercios de hostelería o restauración. Mientras que antes solo se permitía retirarse la mascarilla en el momento puntual de la consumición, la gente ya puede acceder sin tan siquiera llevar este elemento de protección en el bolsillo. «Yo ya he salido de casa sin ella, he comprado el pan sin problemas y me estoy tomando un café», confesaba uno de los que no se lo ha pensado dos veces para seguir la nueva tendencia. «Ya era hora de recuperar la normalidad», sentenciaba.

De este modo, son muchos los que han decidido no cubrir su rostro al entrar a establecimientos pequeños, como bares, pero también a grandes superficies como supermercados o tiendas de ropa.

Y no son solo los que compran: en el Mercado de Abastos, en varios puestos «nos hemos quitado la mascarilla también, porque al final hay distancia de seguridad, es un sitio ventilado y, sobre todo, lo estábamos deseando», manifestaban desde un puesto. Un apunte a favor de esta medida lo aporta una camarera, que tampoco lleva la mascarilla: «Al final éramos los únicos que la llevábamos», declaraba.

Al hacer los recados, hay quienes se muestran más prudentes y mantienen el que ya consideran una parte más de su atuendo cotidiano. «Estamos más que acostumbrados y no es ninguna molestia a estas alturas», expresaba una mujer que se ponía la mascarilla al entrar a un comercio. En su interior, la empleada, también con mascarilla, añadía lo siguiente: «Tenemos que dar buena imagen y creo que si manipulamos productos, mantenerla es lo correcto».

El debate está servido y una pareja se metía de lleno. Él no llevaba la mascarilla puesta y afirmaba que «si el Gobierno dice que es seguro, me fío». Pero su novia, con mascarilla y menos convicción en su rostro, le contradecía: «Si te contagias, duermes en el sofá». Jaque mate.

Este escenario, típico desde ayer, se repite en todo tipo de comercios y locales. Hay lugares donde todos la mantienen, lo hacen solo quienes compran o consumen, es viceversa o directamente no la lleva puesta nadie. Difiere mucho de los escenarios como centros de salud, donde sigue siendo obligatorio su uso, así como en las empresas, donde la responsabilidad se traslada al equipo de prevención de riesgos. En el Ayuntamiento de Logroño, esta unidad se reunirá hoy para tomar la decisión. Hasta que se pronuncien, los funcionarios atenderán con todas las precauciones sanitarias que estaban establecidas y, en el caso de que cambien la norma «muchos la seguiremos llevando», prevé una de ellas.

Comunidad educativa

Otro escenario que ha generado confusión  en el seno de las familias ha sido el escolar. Los colegios ya no pueden obligar a mantener su uso en las aulas durante las clases, aunque algún centro lo recomienda.

 En La Enseñanza celebran la medida, ya que cuentan con alumnos «muy responsables que se merecen la relajación de estas medidas», que los profesores desean también para ellos.

Si bien los grupos burbuja han hecho posible la enseñanza presencial hasta ahora, hay quienes optan por mantener dentro de estos espacios la mascarilla en todo momento. «No concibo ir a clase sin ella. Es como ir sin ropa», confesaba uno de los alumnos de la ESO. «Por fin clases normales», expresaba otro, favorable al cambio.