Los pañuelos vuelven a teñir de rojo las calles de Haro

Cayetano G. Lavid
-

La alegría retorna a la ciudad jarrera por San Juan, San Felices y San Pedro, tras dos años de abstinencia debido a la pandemia, con la mirada puesta ya en la batalla del vino del miércoles 29 en los Riscos de Bilibio

El cohete ya recuperó la presencia multitudinaria de personas en la plaza del Ayuntamiento en las fiestas de junio. - Foto: Ingrid

El cielo de la capital jarrera amanecía gris, con una ligera brisa que hacía a muchos decidir si sacar a la calle o no la chaqueta. Pero lo que nadie se dejó olvidado en casa fue el pañuelo rojo que, al cuello, marchaba en procesión, orgulloso, tras dos años de parón por la pandemia y con la vista puesta en el balcón del ayuntamiento.

Ahí, como es habitual, las autoridades esperaban puntuales a las 12:00 horas, para leer un discurso ligero, conmovedor, pero lo suficientemente rápido para que nadie perdiese la paciencia. Y así, tras ese relato de la alcaldesa de Haro, Laura Rivado, en el que recordaba «esas fiestas de antes del coronavirus, con la alegría, la fiesta y la diversión por las calles». Así, se retomaba esas mismas sensaciones. Tras un sonoro «¡Viva Haro!», replicado en la plaza del Ayuntamiento por todos los jarreros, el cohete voló hacia ese cielo gris para explotar, inmerso en un sonoro aplauso que solo fue superado por la tamborrada posterior y la música que comenzó a sonar.

A partir de ese momento, se desató la felicidad, esa que no se vivía desde el año 2019. Algunos jarreros sonreían al formar sus cuadrillas. Otros se preocupaban porque, en la inmensidad de la plaza, perdían a miembros de la suya –aunque, al final, se volvían a encontrar–.

La fiesta es de todos.

Y así continuó una explosión de felicidad para todas las edades. Los que aún gateaban eran alzados por padres y abuelos para contemplar una plaza en ebullición y sus primeras fiestas. Con unos años más, ya bailaban por sí mismos, formando las que seguramente sean sus primeras pandillas festivas. Los revoltosos preadolescentes decidían escalar el quiosco del centro de la plaza para, a continuación, bailar y contagiarse de la música de la orquesta en su interior. Un grupo, algo más 'aventurero', trepaba por la cornisa del consistorio para rescatar los restos de confeti que se habían quedado amarrados a los estandartes del edificio. Lo consiguieron y la plaza les devolvió un ensordecedor aplauso.

Los adultos, por supuesto, también disfrutaron de la fiesta. En pareja, en familia o en grandes grupos, alzaron sus bebidas en alto y, con cada cohete –posterior al inicial, ya que hubo cinco en total–, brindaron y bebieron.

Incluso se vio por la plaza una pistola (de agua), aunque llena de vino. «Hay que calentar motores porque la batalla del vino está aquí enseguida y hay que apuntar bien ese día», bromeaba el responsable de sembrar el pánico a golpe de gatillo.

Tras varios minutos de diversión, la música paró un instante para dar lugar a la lectura del pregón, respetado por los que tenían ganas de fiesta debajo del balcón consistorial que, tras su lectura, derivó en una improvisada procesión en la que la mitad de Haro siguió al pregonero que, montado a caballo, trasladó por el municipio el espíritu de sus fiestas, las que volvieron a dibujar sonrisas de ilusión a sus vecinos que tanto las extrañaban.