Foto: Christian Castrillo

La pluma y la espada - Cantar de Mío Cid

Per Abat (Pedro Abad) ‘El Cantar de Mío Cid’. Una teoría personal


Es muy posible que el autor copiara o recreara pasajes y que otros los añadiera, además de parecer directamente vividos por quien los escribió al entreverar historia con leyenda

Antonio Pérez Henares - 28/11/2022

Considero al Cantar de Mío Cid el hecho fundacional de la literatura española. Añado que tengo para mí que es la primera, aunque este escrita en verso, la primera novela, el primer gran relato, de nuestra lengua universal. Como lo fueron, por ejemplo, la Ilíada y la Odisea para el griego. Novelas históricas, por cierto. Ese género menor al decir de ignaros, que como tal deben de considerar a Homero, Tolstoi o Galdós y que por la misma pulsión de tontos contemporáneos han de considerar así, en las artes plásticas a Tiziano, Velázquez o Goya y a los cuadros de Carlos V, La rendición de Breda o los Fusilamientos del 3 de mayo.

¿Pero quién es y que fue el autor de Mío Cid? El primer ejemplar que se conoce está firmado. Exactamente pone al final que «Per Abbat le escriuio enel mes de mayo, / En era de mill. C.C xL.v. años». Según la Academia de la Historia « hay un espacio en blanco entre la segunda C y la x, lo que durante mucho tiempo hizo pensar que en él había habido otra C, luego raspada. Pero la lectura con lámpara de cuarzo, la fotografía de rayos infrarrojos y el vídeo-microscopio electrónico de superficie dejan claro que nunca hubo en ese espacio una C ni ningún otro signo gráfico; por tanto, es seguro que el año 1245 de la era hispánica, o sea, 1207 después de Cristo". 

 O sea, que ya tenemos nombre y fecha, Per Abat (Pedro Abad), mayo de 1207.

¿Pero es el autor o es un copista y y por tanto una copia de un texto anterior? El pone «escribió», pero los eruditos dicen que eso es «copió». Y yo digo que no sé yo. 

Es sin duda una incógnita como todo lo que rodea al protagonista de la historia y a quien fue el autor del relato y creador de la leyenda, que se superponen, se entreveran y acaban por fundirse en el imaginario popular y en las investigaciones académicas. Rodrigo Díaz de Vivar vivió y protagonizó unos hechos históricos de enorme relevancia. Una vida de novela que dio origen y se trasmutó en leyenda y en Cantar y donde a los hechos y los personajes reales se añaden otros de ficción. 

Algo similar sucede con el autor. ¿Fue uno o fueron varios? ¿Fue Per Abat? Y quien y de donde era y donde escribió este Abad? 

Bien pudiera, y lo que ahora planteo ya es una teoría personal, que pudiera ser una mezcla de varias posibilidades. Que por un lado copiara o recreara pasajes y que otros los añadiera él. Hay además un hecho muy significativo y que he podido contrastar con nativo de las tierras de la transierra castellana y las alcarrias siguiendo el itinerario que marca con total precisión el propio Cantar, desde que acampados en las sierras de Miedes («A la Sierra de Miedes fuimos a posar») divisan las torres de la Peña Fort (Atienza) «que los moros han» hasta que llegan a la Molina de Aragón actual, donde manda el moro amigo Abengalbón. Todo el primer libro, donde se recrea la toma de Castejón de Henares y la algara de Álvar Fáñez es de una precisión topográfica tal, un conocimiento del terreno y del recorrido que pareciera que el autor fuera testigo presencial y participante en ella. 

Desde la sierra de Miedes se divisan en efecto las torres de Atienza y como la mesnada no quiere ser detectada y está incursionando ya en el reino musulmán de Toledo se retranquean y se pierde de vista cogiendo alguna vereda por la garganta del río Cañamares, que los va a llevar a salvo de miradas hasta el Henares y luego subiendo este por ahora términos de Castilblanco y Bujalaro hasta el pico de Matillas. Desde allí es desde donde lanzan la cabalgada para cruzar al otro lado, ascender por la cárcava y tomar Castejón ya subido en el monte de enfrente.

Allí se queda Rodrigo y Álvar yendo por el borde de la planicie de los altos (llano en alto, es el significado árabe de la palabra alcarria) por el viso, como hoy puede hacerse por una vereda caer sobre Jadraque, descender por el Badiel y caer sobre Hita, llegar a los arrabales de Guadalajara y en galope río Henares abajo esta vez, hacer alarde y enseñarles la «seña», su pendo a los moros de Alcalá. Luego vuelve con los cautivos, ganados y el botín a Castejón y allí abren la «tienda» para que vengan a rescatar a los prisioneros. Una vez concluido esta operación, no quería ni podía llevar una recua de gentes, que estorbaría la necesaria ligereza de su mesnada guerrera y vagabunda se dirige por Anguita y la paramera hacia Molina. Donde sabe que será bien recibido y que en la historia y entonces estaba bajo la egida del reino de los Hud de Zaragoza a cuyo servicio se pondrá, aunque este aspecto se oculta en el Cantar pero está perfectamente documentado en la historia. En aquel momento, un siglo más tarde, cuando el Cantar empieza a ser popular por villas y plazas, en plena invasión almohade, aquello era mejor dejarlo tapado. Los ataques en el actual Aragón y las batallas contra los moros, Alcocer ha quedado también muy bien documentado, cerca de Terrer se libran contra deudos del rey musulmán de Valencia. Toda esta parte también indica un conocimiento muy exacto del territorio, enclaves y una vivida imagen de los propios combates y el exacto lugar donde tuvieron lugar. 

Causa del exilio

Esa incursión en dominios de los Dil-Il-Un toledanos, donde el Rey Alfonso VI había sido acogido como exiliado y donde en ese momento el rey castellano-leonés se encontraba visitando al sucesor de Al-Mamun, ya fallecido, su nieto Al Qadir, pudo ser no la primera secuencia y suceso del exilio cidiano, sino su causa o una de ellas. Rodrigo no había acompañado al monarca por hallarse enfermo y al ser avisado de un ataque moro por ese lado y posiblemente por rebeldes al rey de Toledo, él, en compañía, de su primo hermano o hasta puede que hermanastro, Álvar Fáñez contraatacó. Ello le fue muy afeado, por el «malo» del Cantar y de la historia, García Ordóñez, pues con ello había puesto en peligro la vida de Alfonso que se hallaba en la capital toledana.

Lo que con lo anterior quiero señalar, es que estos pasajes parecen directamente vividos por quien los escribió por vez primera y que más allá de que como a lo largo de todo el relato, y en los libros posteriores aún más, se entrevere historia con leyenda y se ficcionen e inventen personajes y sucesos buena parte de los hechos relatados, sucedieron en realidad aunque en ocasiones en contextos diferentes. El ejemplo más destacado es el de sus hijos. En la historia fueron tres. Diego, el mayor, muerto en combate en la batalla de Consuegra contra los almorávides, donde había acudido ya al mando de la mesnada cidiana, su padre ya amigado con el rey, se había quedado en Valencia, ya conquistada por él, y una vez mas la responsabilidad de su muerte se achaca a García Ordóñez, que lo dejó desflanqueado al retirarse. Quien lo acusa es Álvar Fáñez, que si en el Cantar es el brazo derecho y alter ego de Rodrigo, en la historia, aunque siempre amigos fraternales, fue el capitán general de la frontera del Rey Alfonso, cuya primera misión fue la de apoderarse del gran castillo clave en el Tajo Alto, el de Zorita de los Canes, construido con las piedras de la muy próxima ciudad visigoda de Recópolis. «Minaya (mi anai, mi hermano en vascuence) el que Zorita mandó», señala y con ello refleja la importancia del lugar el verso 735, fue luego personaje clave y de importancia militar similar y en ocasiones hasta superior por su transcendencia a la de su pariente y amigo a quien admiraba y quería profundamente. Fue el gran baluarte de la frontera y quien salvó a Toledo, de la que fue primer alcaide cristiano y princess de ser vuelta a tomar por los musulmanes que estuvieron a punto de conseguirlo sino hubiera sido por una salida suya que les incendió y destruyo sus máquinas de guerra.

Ni Sol ni Elvira

Las dos hijas del Cid, que ciertamente existieron, no se llamaron ni Sol ni Elvira, sino María y Cristina, y no casaron con unos inventados infantes leoneses de Carrión, sino una con el III conde de Barcelona y otra con un infante navarro y cuyo hijo fue el rey García Ramírez que restauró aquella corona. Sancho VII el Fuerte, uno de los protagonistas de las Navas, era por ello tataranieto del Cid. O sea, que fueron mucho mas relevantes de lo que en el Cantar aparece.

 Pero todo ello tiene un porque y una razón muy fundada. Puede que el Cantar o al menos en sus primeros pasos, fuera comenzado a pergeñar sino en vida del protagonista y quienes ocupan un relevante papel a su lado, el Cid muere en 1099, Álvar Fáñez en 1114 , Alfonso VI en 1109, en época no mucho mas tardía. Puede que comenzara a ser difundido oralmente por juglares «cazurros», así llamados para diferenciarlos de los más encumbrados y cortesanos, y que se ganaban la vida de pueblo en pueblo y mercado en mercado. Una primer fecha y un lugar donde pasar a un pergamino al menos en parte puede situarse en Medinaceli en 1140, (Reinado de Alfonso VII) entonces ya en poder castellano y gran cabeza al igual que su lindera Atienza de un gran Común de Villa y Tierra o también cabe que fuera algo más tardío o continuación de aquello en San Esteban de Gormaz por el año 1160 en que dividido de nuevo el reino de Castilla y León, entre Sancho III y su hermano Fernando II, este primero ha fallecido dejando a su hijo Alfonso VIII, huérfano con solo unos años de vida, a cuya custodia aspiran los Lara y los Castro, quienes se apoyan en su tío el rey de León que con ello quiere ser el quien mande en ambos reinos. Las diferencias desde entonces entre Castilla y León se van a ir acrecentando y derrotados los Castro y ya entrado en mayoría de edad Alfonso VIII, los leoneses van a ser cada vez peor considerados por los mas fronterizos y expuestos castellanos.

Esta es una de las grandes claves y su razón mas política. La que va a dar lugar a su gran eclosión como potentísima arma de afirmación castellana y convertirlo en el Cantar más popular, extendido, amado y compartido por todas sus gentes sin distinción de condición ni linaje. Cantado en las plazas de los pueblos, jaleado en los patios de armas de los castillos o escuchado con arrobo en los salones de los condes y por el propio Rey, va a llegar a su cenit al principio del siglo XIII en el cual ya tenemos una prueba de que ha sido escrito en su totalidad y visto la luz al completo en aquel mayo de 1207.