Lluvia de vino en el reencuentro entre jarreros y San Felices

Cayetano G. Lavid
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Los jarreros clausuran sus fiestas de San Juan, San Felices y San Pablo, que recuperan tras dos años de parón por la pandemia con una última jornada de música, vino y «un ambiente inigualable»

Un hombre se encarga de teñir de morado a las personas que llegan al campo de batalla. - Foto: Óscar Solorzano

Madrugadores, los jarreros se reúnen en los Riscos de Bilibio, en un día frío que pronto aumenta su temperatura. Del silencio se pasa al ruido, los gritos de diversión descontrolada típicos de cualquier fiesta patronal y la música, de las peñas, de las charangas. Al cabo de un rato, parece que la naturaleza hace una de las suyas. Comienza a llover, pero no es lluvia. Son los jarreros, que inauguran su particular Batalla del Vino.

Tras dos años de abstinencia por una pandemia que no les dejó celebrarlo, una gran marea blanca formada por centenares de personas llegaba a las proximidades de la ermita de San Felices. Algunos, como Esteban, llegaban ya morados, literalmente, «porque lo importante es disfrutar de la fiesta durante la noche previa» y, además, poco importa, porque «de aquí todos vamos a bajar mojados».

Y así es. Los Riscos de Bilibio son un campo de batalla, un particular enfrentamiento donde la munición es vino y todos son felices. Nadie está enfadado. «El objetivo es mojar a la gente. Cuantos más mojes, mejor. Y si además les calas, mejor también», explica Laura, una vecina de Haro que no se pierde una batalla. «Ganas experiencia cada vez que participas. El primer año aprendí que hay que llevar gafas de buceo para que no te piquen los ojos. También cambié la bota de vino por una pistola de agua», explica. Pero este año, «se viene a por todas, que la pandemia ha sido muy dura», confiesa al mostrar una sulfatadora, con la que espera rociar a muchas víctimas.

Cualquier excusa es buena para recibir un baño del preciado vino riojano que, aunque no es apto para el consumo, sí que lo es para la diversión. Algunas parejas atacan en grupo, con movimientos rápidos para mojar sin ser mojado. No obstante, no siempre funciona. José creía que era un plan estupendo: «Seré rápido como el viento», aseguraba. Instantes después, aparecía con regueros de tinto por la frente, ante las burlas de su cuadrilla. «Todo iba bien, pero me quedé sin vino y dos personas a la vez me tiraron sus barreños», explica.

Uno de estos 'lanzadores' es Manuel. «Tengo 57 años y llevo subiendo toda la vida. Aquí nadie entra ni sale seco, si yo puedo evitarlo», cuenta. Asegura que la clave de la diversión es «disfrutar tanto como ellos, pero disfrutando tú más». Esto lo consigue llenando un tazón de cereales y lanzándolo al aire de forma indiscriminada. «Es como en Hundir la flota, solo que aquí el agua es vino y siempre das a alguien», argumenta.

Los jarreros son especialistas en lanzamiento, ataque, esquiva y, sobre todo, en disfrutar de una fiesta de alcance internacional que no por casualidad es Fiesta de Interés Turístico Nacional. Su repercusión es tan grande que no solo riojanos y españoles de otras provincias deciden unirse, sino también población extranjera.

Es el caso de Claire y Anthony, un matrimonio de Poole (Gran Bretaña) que, tras años leyendo noticias sobre la Batalla en los periódicos de su país, decidieron vivir la experiencia en primera persona. «Nos está gustando mucho. España sabe divertirse», declaran antes de ser presas de un generoso baño.

Ser extranjero es 'profesión de riesgo' en la batalla. Kazuyoshi es japonés. Su vestimenta blanca es un buen camuflaje, pero su cara de asombro pronto le delata. Una vez teñido de morado, confiesa que «es estar como en un sueño» sabe que es real pero «no me lo termino de creer», pero en el buen sentido «estoy siendo feliz», exhala.

Los patrones

Aunque es la más popular, vistosa y olorosa –es lo que tienen los cerca de 70.000 litros que se derraman–, las fiestas mayores del municipio duran una semana entera y festejan a tres patrones: San Juan, San Felices y San Pablo.

Todo comenzó, como indica la tradición en unas fiestas regionales, con el lanzamiento del cohete anunciador, el pasado viernes, día 24. Esa fue la señal 'oficial' para desatar las ganas de fiesta.

Pregones, tamborradas, desfiles de gigantes, procesiones de todo tipo y, sobre todo, mucha música y mucho vino, porque Haro recupera con orgullo unas fiestas «muy necesarias, donde todos lo pasamos de maravilla y donde, además, es un orgullo verlos reír y disfrutar», como confiesa María una vecina del municipio que lleva «años viendo pasar carros y carros y peñas con un ambiente inmejorable y una experiencia que ninguna fiesta de ningún otro lugar de La Rioja puede ofrecerte», asegura.

Los jarreros y todos sus visitantes se despiden hasta el próximo año de unas fiestas sin igual.

 

El vino de la batalla no es apto para el consumo

En la Batalla del Vino de Haro hay tres normas fundamentales. La primera, ir de blanco. La segunda, mojar mucho y a mucha gente. Y la tercera, que el vino es para lanzar y no para beber. Técnicamente, es vino de bodegas y sí que podría ser consumido, pero se trata de los excedentes que, en las pruebas de calidad, no han superado la cifra requerida y han sido desechados sin poderse embotellar para su venta. No obstante, es común ver a gente brindando y bebiendo, ya que muchos optan por traer su propio vino de casa.

Aunque no hay datos oficiales, se calcula que en la Batalla se pueden llegar a derramar un total de 70.000 litros de vino, con botas, pistolas de agua, barreños y hasta sulfatadoras.