"Fui el maestro más joven de La Rioja y segundo de España"

Francisco Martín Losa
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Profesor, maestro, spicólogo, orientador y novelista, Isidro Carbonero repasa en El Día de La Rioja una trayectoria vital intensa y sorprendente

Isidro Carbonero. - Foto: Ingrid

Ellos no tienen ya nada que probar, como ocurre con los protagonistas que saltan a este rincón periodístico. Ya no andan detrás de los focos mediáticos ni están en la carrera de arrebatar un flash a la cámara, pero su vida profesional ha dejado huella en esta tierra. Isidro Carbonero Rodríguez, 43 años de docencia, a salto de mata entre La Rioja y el País Vasco, acaba de estrenar los 75, ejerciente de muchas cosas, sobre todo, como maestro y profesor, es un personaje, refinado de cultura, de modos personales y de una capacidad dialéctica que muchas veces ha visto llamar a su puerta a la pareja de la Guardia Civil, por su proscripción política y la de su padre, cenetista de altos galones, que resultaba molesta y arriesgada en otra época.

Alejado de cualquier ardor partidario, hoy vive fuera del cotarro político donde muchas personas se someten o se falsifican o se postulan o se sacrifican o se ofrecen o se instalan. Sería una injuria por mi parte no reconocer que se mantiene fiel su compromiso revolucionario y no hay nada más que decir.

El maestro más joven. Con los personajes, ocurre como con las personas y hay que dedicar los primeros renglones al comienzo de la Historia: «He sido culo de mal asiento, con inquietudes. Cuando veo algo nuevo, allí voy porque me gusta estar al tanto de las cosas nuevas que. Nací en Avenida de Navarra el 28 de noviembre de 1946. Todavía no existía esta avenida y era una calle totalmente diferente a la que es hoy. La Escuela Aneja al Magisterio estaba en el edificio de La Industrial, que luego fue Peritos y ahora Escuela de Arte y Oficios. Ingresé con cinco añitos y casualmente, a los siete, en segundo curso de Primera, la trasladaron a Vuelo Madrid-Manila. El primer maestro que tuve fue el insigne Gregorio Aragón Blanco, autor de aquellas famosas cartillas del lenguaje y desde Avenida de Navarra, cruzando el Espolón y la pasarela del tren, aprovechábamos el carro de la carne y nos llevaba, agarrados atrás, casi hasta el centro».

Vivió allí el pequeño su niñez, primeras letras y números hasta los ocho: «Entonces se creó una escuela-patronato, bajo los auspicios del Frente de Juventudes, en los locales de la CNT, que más tarde volvieron a ser de la central obrera en la calle Los Baños y mis padres me matricularon para el ingreso en Bachillerato y como iba un año adelantado, a los nueve, ingresé en el Instituto de Enseñanza Secundaria, hoy Instituto Sagasta».

Tan buen estudiante resultó que a los 13 años había terminado el Bachillerato, la reválida y el ingreso en Magisterio, sin repetir ni por casualidad o descuido: «Los estudios de Magisterio los finalizó a los 17 años y, en la misma tacada, reválida y oposición, convirtiéndose en el maestro más joven de la provincia de Logroño y el segundo de España, lo que motivo un 'saluda' de felicitación a mi madre por la inspectora jefe de Educación, Dolores Marijuan».

De la ceca a la meca. Hay recuerdos que no se borran, pase el tiempo que pase. Son acontecimientos del pasado, que están y tienen una autenticidad que no pueden desconocerse: «Mi madre era modista y mis abuelos tenían tradición de comerciantes. Mi abuelo tenía un almacén de piensos en la calle San Juan y mis padres regentaban una frutería en San Agustín, enfrente de Telégrafos y, a los tres años, quitaron la frutería. Faustino, mi padre, como represaliado por Franco, era difícil que encontrara trabajo y estuvo un tiempo un poco de todo, aunque su oficio era de empleado en Telefónica. Mis padres eran de Talavera la Vieja, en Cáceres y mi abuelo, nacido en San Román, trabajaba de veterinario en Talavera que, después de inundó con el pantano de Valdepeñas».

El campo no era muy apetecible y cogió la maleta y se marchó a Madrid, a casa de una hermana y se buscó la vida como empleado de Telefónica pero, en el 34, fue separado por la huelga de Asturias. Estaba en el Comité de Huelga y fue detenido varias veces. De eso, tiene Isidro recortes de la Prensa de entonces. Al regresar de nuevo la República y depurarse responsabilidades, lo readmitieron en su trabajo: «Está en Asturias cuando estalló la Guerra Civil y mantiene un buen puesto en Telefónica. En Logroño, conoce a mi madre y se casan en segundas nupcias porque se había quedado viudo en el nacimiento de mi hermana mayor».

Empieza el calvario. Isidro hace alarde de una memoria prodigiosa y cuenta el relato como si lo estuviera viviendo: «Aquí, trabaja en el Sagasta y recuerdo haber celebrado una Nochebuena en el hueco del ascensor. Mi padre se las arreglaba, hacía de guarda por la noche, ayudante de electricista, de todo un poco. La obra se termina, no encuentra trabajo y la policía pasa por mi casa cada dos por tres. Durante la contienda, mi padre asumió el cargo de secretario general del Frente Popular en Madrid. Le detienen casualmente. Mi madre había ido a Barcelona y pasa a Francia, pero mi padre no tiene constancia, tiene pasaje para embarcar en Valencia, rumbo a Argentina, pero no quiere irse porque no sabe dónde esta mi madre. Entonces regresa a Madrid en su búsqueda y cuando se entera de que está en Francia, va a coger un tren. Madrid ha caído, se está jugando la cárcel y, como por casualidad, un policía lo reconoce y le llama  Carbonero, no estaba seguro, pero se vuelve y es su sentencia».

Sin cargar las tintas ni perder el tono coloquial, nuestro personaje recuerda uno de los momentos más duros de esta historia: «Lo  detienen y, cuando le juzgan, le piden dos penas de muerte por ser alto cargo de la CNT, cuando la CNT apoya al Gobierno de la República. Los diarios, como El Sol, habían informado de su nombramiento. No se puede probar nada porque mi padre no ha participado en la guerra ni tenía ningún delito de sangre. Entonces, por mediación de un primo carnal suyo, que sería director general de Ganadería, muy allegado al Gobierno de Franco, consigue que se compute la pena de muerte por cadena perpetua. Al final, está en la cárcel de El Coto, en Asturias, y luego en el penal de Santiago de Compostela por espacio de siete años. Al finalizar la Guerra Mundial, Franco abre la mano para congraciarse con los aliados y, en un gesto de buena voluntad, deja en libertad a todos aquellos que no se les haya podido probar delitos de sangre, como mi padre. Guardo en casa el telegrama que le envió a mi madre dándole la noticia».

Aquí la memoria o es de elefante o es de mariposa, según convenza. La realidad histórica se ha impuesto a otras realidades y ha dejado atrás los tópicos de circulación programada.

Lo contado, contado queda. Afina las ideas, mirándolas y explicándolas, pero no es una charla con intención de venganza: «Mi padre no quería hablar nunca porque la situación era muy comprometida. Venían algunos amigos y le avisaban: 'Faustino, van a ir a venderte libros y eso huele a policía' y , a los cinco minutos, llamaban a la puerta. Yo tenía seis años y estamos hablando del 1954. Es más, cuando Franco viene a La Rioja a la coronación de la Virgen de Valvanera, en el 50, una vecina, que tenía relación con el comisario de policía, le dice a mi madre: 'Dile al vecino que van a detenerle'; así que se marcha con un amigo Alfaro y no lo encuentran en casa cuando llega la policía. Al final, como no le sale ningún curro, como a muchos represaliados, acaba de agente comercial por su cuenta. Emiliano Alonso tiene con sus hermanos, una fábrica, Curtidos Pavía, que estaba en Santos Ascarza, le da una oportunidad, por recomendación de un primo mío, Manolo, que fue masajista del Logroñés, viaja por todo el Norte de España, con unas maletas que pesaban un huevo y se va ganando la vida, prácticamente hasta la jubilación y, a los pocos meses, falleció».

Se advierte en Isidro una personalidad fuerte, espontánea, por lo menos, como algo vivo. «Mi padre nunca me dijo jamás vete a misa o no vayas. A casa, venían unos amigos, había de todo y se montaban unas tertulias en las que nos olvidábamos de chicas, salían temas calientes, nos daban las ocho de la tarde, estábamos tan a gusto, hablando; pero mi padre jamás dogmatizaba y escuchaba. Mantuvo sus ideales pero con cuidado. Cuando la CNT va a reconstruirse, vienen de Zaragoza a buscarle, pero les dice: 'lo siento mucho, pero en este momento tengo 45 años y no puedo comprometer a mi familia'».

Siempre de izquierdas. Nuestro personaje no tiene que probar que es de izquierdas, lo es por principio y no está agarrado a nada ni a nadie y, a la hora de recordar, le pone nombres propios: «Ha quedado en mí que siempre he militado en la izquierda, aunque no directamente en partidos políticos. Estuve un tiempo afiliado a la CNT, pero me marché desilusionado porque lo que se estaba montando no era el espíritu revolucionario de un sindicalismo verdadero. Estuve en la toma de los locales de la CNT de la calle Los Baños, tenía 22 años y estaba para casarme. Estaba con Ricardo Romanos y Mario Sáenz Torre, entramos y llamamos a la Prensa».

No ha tenido carné de partido, aunque novias siempre las ha habido y de todos los colores. «El PP intentó pescarme y, en una determinada ocasión, Luis Alegre, con el que tenía gran amistad y la sigo teniendo desde que estudiamos Magisterio, pupitre con pupitre, siendo consejero de Educación, un día me tiró los tejos para que me afiliara al PP y me fuera con él: 'Yo hago de padrino y te vienes conmigo'.  Y le dije: 'Luisito, ¿tú me ves a mí tomando unos vinos por la Laurel siendo del PP?' Nos llevamos muy bien, nos apreciamos muchísimo, pero cada cual con sus ideas. Mi hijo milita en un partido de derechas y jamás le he dicho nada».

No le quita filo a sus principios. «Lo que digo es que la sangre hierve y el corazón a la izquierda. La política es para los políticos que viven de ella y mantengo una  buena relación con la gente de la izquierda, con la CNT. Por ejemplo, mi última novela Operación Matrioska, me la presentó Pérez Pastor, significado en la derecha y me llevo bien con algún dirigente socialista como Ignacio Díez y Nacho Pérez. Puedo decir con la frente muy alta que nadie me ha regalado nada, todo lo contrario, me han puesto zancadillas y me han impedido hacer cosas que quería hacer», relata Isidro Carbonero.

La docencia, pasión y profesión. Y las cosas, que se pueden ganar, después de un esfuerzo, no se pueden perder: «Hasta entonces, aparte de los estudios de Magisterio, impartía clases particulares con las que ayudar en la familia a pagar libros y matriculas, Mi primer contacto con la enseñanza oficial, fue, durante una semana, en la escuela de Valdeosera de Cameros, que subía a lomos de una caballería desde San Román de Cameros. En el pueblo, no había agua corriente, ni luz y, a la escuela  muy modesta, iban dos niñas y un niño. Me hice Magisterio en tres años, inaugurado el actual edificio, que hoy está dentro de la Universidad, Edificio Vives, a mis 17 años. En enero de 1964, con 18, me destinan con plaza en propiedad a Llinás del Vallés, provincia de Barcelona que, debido a las obras de la traída de agua, se había superpoblado y tuve que enfrentarme a una clase de 140 niños, de 6 a 8 años. En aquella época, el sueldo de un maestro era de 3.100 pesetas y la pensión me cobraba 3.000 y así que tuve que ganarme la vida con el 'repas', las clases de 'ministración' y de mecanografía. Ganaba bien pero la vida no me gustaba, zona de mucho golferío, lejos de casa. Con el dinero que había ahorrado, me vine con 500 pesetas en el bolsillo y una guitarra. Dada la situación económica, pedí la excedencia voluntaria para seguir con mis clases particulares, a la espera del servicio militar que cumplí, durante quince meses, en el Grupo de Regulares de Tetuán».

TVE no sacó a Espartero. La vida de un maestro está llena de interrogantes y de destinos. «De regreso a Logroño, sigo con mis clases y solicito el reingreso, durante un curso, como propietario provisional en Lardero, donde hice una gran amistad con Marcial González Arias, muy de derechas que trató de que siguiera pero le dije que no. Consigo plaza en Ezcaray en un momento en que se había venido abajo con el cierre del ferrocarril Ezcaray-Haro y el cierre de las fábricas de guantes, la de boinas y no quedaba más que la de mantas, a la que se unió la cooperativa de la madera. Tengo a mi novia en Logroño y le digo que nos casemos y, dicho y hecho, en un año, matrimonio. Mi contrato era de cinco años y, al final, estuve ocho. El pueblo empieza a remontar de nuevo con las pistas de esquí. A mi mujer no le gustaba el pueblo; ella era más de ciudad, aunque hizo buenas amistades y el último año estoy solo y me vengo a Logroño».

Medio en broma, medio en serio, se vio metido en un concurso de TVE llamado En equipo, que tiene su aquel: «La carta la envió a Televisión Española la patrona y me quedé de suplente, pero el elegido tenía, según me indicaron, 'rasgos homosexuales' y no le dieron paso. El programa consistió en saber hacer con pruebas en el plató: unas pajaritas, arreglar una plancha o preparar una merienda. Una de las pruebas era reconstruir un jarro y me ayudaron Vicente Ochoa, Reyes y su equipo para llevarlo a los estudios. El segundo era limpiar la estatua de Espartero de Logroño y una señora canaria limpiaría la de Madrid». Con todo el andamiaje preparado andamiaje, vino la sorpresa: la prueba se suspendía por orden del Ministerio del Interior: dado el carácter liberal del personaje no era recomendarle esa publicidad y se sustituyó por hacer punto, tricotar. «Estuvimos siete programas y aquello era un nido de serpientes. Al final, la concursante canaria sacó 35 puntos y yo me quedé en 32. Me dieron 33.000 pesetas y me compré un Seat 850, que me dio mal resultado porque nada más ponerlo en marcha se me quemó la bobina. Me tuve que enfrentar con el presidente del jurado porque faltaban 5.000 pesetas hasta que me las enviaron.

Elciego y el LOGO en las matemáticas de EGB. El encanto y la profesión es lo que más le tira. Cumplida su estancia en Ezcaray, concursa para acercase a Logroño, logrando plaza en Elciego, tiempo que aprovecha para lograr su licenciatura en Psicología y la especialización en informática educativa en el Cerec-Egaka de Erandio, trabajando durante un curso como coordinador para las localidades de Laguardia, Elciego, Bernedo y Oyón. Y todavía más: publica El LOGO en las matemáticas de la EGB que se distribuyó en todos los centros educativos en la Comunidad Vasca.

 Hace falta cambiar a menudo para seguir el mismo camino ya elegido: A principios de los 90, es elegido presidente de la Delegación del Colegio de Psicólogos de La Rioja que, hasta entonces había sido una subdelegación de Navarra. Todavía no se había legislado sobre los colegios oficiales autonómicos y fue responsable nacional del área de Psicología Clínica y de la Salud  del C.O.P., formando parte de la Comisión Nacional Promotora de la especialidad de Psicología Clínica en los Ministerios de Sanidad y de Interior hasta que fue constituida legalmente y como organizador en el Congreso Internacional de Psicología Aplicada en Madrid y en el Congreso de Educación celebrado en Logroño.  

Después de 18 años, trabajando para el Gobierno Vasco,  participa en el Concurso general de traslados, obteniendo  plaza en Logroño. Aprobada la oposición a Orientación Escolar, hizo, poco menos que bolos, como docente y orientador en los Institutos Tomas Mingot, Inventor Cosme García, la Laboral y Escultor Daniel, compaginando su tarea de orientador con la de profesor-tutor en la UNED.

El paso del tiempo resuelve muchas dudas y una de las más definidas es la jubilación: a Isidro Carbonero le llegó a los 65 años, 43 años de servicio y de sus tareas en el Centro Asociado de la UNED, a los 71.

 

Novelista y sigue. Yo me he sacado mis cuentas. Este hombre no va a quedarse de brazos cruzados, viendo pasar los días y las hojas del calendario y le da por escribir, aparcando los óleos y las acuarelas: «He pasado de la pintura a la literatura, a la novela con algunas obras publicadas como Preso en su cuerpo, inspirada en sucesos desencadenados en dos familias tras la Guerra Civil, otra titulada Operación Matrioska, que trata sobre los niños de la guerra y estoy en una segunda parte. En los medios informativos de La Rioja, he participado en programas de radio de todas las cadenas, lo mismo que las televisiones y artículos en la prensa local y en revistas sobre temas de ayuda psicológica. El número de charlas y conferencias son muchísimas. Siempre que me han solicitado mi colaboración, pedida y no negada».

Y en la actualidad, sigue escribiendo.

Fiel a sí mismo. Creo, como Bernard Shaw, que los hombres, y nuestro protagonista lo es, son sinceros. No se agarra ni ha archivado el pasado, aunque le gusta ver el futuro. Ha hecho todo lo posible por librarse de pedradas o de mierdas. Viene de decepciones y va hacia la esperanza. Anda una hora con su mujer, seis kilómetros, y la espera sentado en un banco porque ella es más andarina y mejor entrenada. Tampoco ofrece esa especie de autorretrato político y social, aunque se ha echado sus cuentas con más libertad para convivir, sin más elogios que los que pueda recibir un ser humano para no sentir el sonrojo. Piensa que en Europa nos toman a chirigota y, en su día, se presentó a Julio Anguita. «Y yo no soy comunista, me caen muy gordos, pero Anguita vivió como comunista», asegura Isidro.

Tiene fe en la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso: «Por lo menos, cumple lo de Pi y Margall, donde la política es el arte de engañar a los pueblos. Habla, convence y sabes a qué atenerte. De la derecha, no espero nada». No aceptará nunca una falsificación y no se considera nada del otro jueves: «Soy un hombre muy común de nuestro tiempo».

Así yo lo he visto.