El enemigo silencioso

Carlos Cuesta (SPC)
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Las familias y las empresas afrontan 2023 con una gran reducción de su poder adquisitivo ante una economía en la que la inflación no deja de crecer mientras sus ingresos se alejan de la evolución al alza del IPC

El enemigo silencioso

El año 2023 está siendo para las familias y las empresas un gran reto que exige un control eficiente y, sobre todo, un gran esfuerzo de gestión para abordar la subida de los precios de la energía, los carburantes, la electricidad, la cesta de la compra, los alimentos, el vestir o el calzado; y, de rebote, también las cuotas de las hipotecas y el precio del dinero, en definitiva, de la alta inflación.

Se trata de una realidad complicada que reduce el poder adquisitivo, la solvencia y exige un esfuerzo que no estaba planificado y para el que muy pocos estaban preparados con los ahorros necesarios en un contexto económico que no se recordaba desde la crisis de 2008.

En este escenario, también el tejido productivo pasa por un año convulso, lleno de incertidumbres, en el que, mientras el consumo y la facturación se debilitan, las materias primas, los costes laborales y las cargas fiscales no dejan de crecer a lo que hay que sumar, además, una inflación muy alta que cerró el pasado 2022 en el 8,4%, a pesar de que en enero se moderó al 5,8% con la tasa subyacente en el 7,5% y que, según los economistas, se mantendrá alta al menos durante el primer semestre de este curso.

Una realidad difícil de gestionar para las familias pero también para industrias como la alimentación que tiene que hacer frente a nuevos impuestos como el de los envases de plástico no reutilizable que, desde el 1 de enero, ya está en vigor y del que se espera que tenga un impacto en favor de las arcas públicas de 690 millones de euros.

La asociación de empresas de gran consumo (AECOC) critica con dureza este nuevo tributo, que recaerá sobre toda la industria con un tipo impositivo de 0,45 euros por cada kilogramo de plástico que no sea reutilizable, lo que está generando dificultades administrativas para su aplicación y reduciendo su margen.

En paralelo, al menos durante la primera mitad de 2023, el sector alimentario está aplicando la vigente reducción del IVA decretado por el Ejecutivo para los alimentos básicos y la rebaja del 10% al 5% para los aceites y la pasta. Una medida difícil de comprobar por parte del consumidor medio ante la gran variedad que existe no solo de marcas, sino también de establecimientos y categorías, además de los cambios constantes de precios que se producen cada día en el mercado, por lo que se considera una decisión «más psicológica que real» para el bolsillo de los ciudadanos.

Los economistas señalan que la carestía de la vida se enmarca dentro de los parámetros de la inflación y se ha considerado siempre como un impuesto silencioso que va mordiendo la renta fija sin que nadie pueda protegerse de ella. 

Bajo la excusa de una actualización de costes, desde el 1 de enero las grandes compañías energéticas, las operadoras de telefonía, los alquileres, carburantes, el pan, incluso, las peluquerías, los peajes… así como las empresas públicas han subido sus tarifas. Desde la compañía postal de Correos, hasta los servicios municipales como el IBI, el impuesto de circulación, basuras o la ITV.

Y lo que es más grave es que la inflación es el mayor parásito del ahorro. De hecho, destruye directamente el poder de compra del dinero depositado en el banco haciendo que cada vez valga menos, incluso ahora que las entidades están ofreciendo remuneraciones de hasta un 3% sigue estando muy lejos del cierre anual del IPC.

Imaginemos como ejemplo una persona que hereda un dinero y decide guardarlo en una caja de seguridad para hacer uso de él en su jubilación. Ese capital no generará ningún rendimiento y, sin embargo, la inflación lo va depreciando irremediablemente cada año. Si se hubiese registrado un IPC anual del 2%, esta persona al cabo de 30 años vería cómo su patrimonio valdría un 81% menos, por lo que hay que buscar productos financieros que corrijan estas devaluaciones.

En definitiva, con la inflación el ciudadano pierde poder adquisitivo sin darse cuenta porque los precios suben por encima de su salario. En este sentido, los elevados índices de costes impactan con fuerza sobre el estado de bienestar de todas las personas que paulatinamente ven cómo disminuye su capacidad de consumo y,  especialmente, también de su  ahorro.