La pandemia resiente la salud mental de los adolescentes

Víctor Zurrunero
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La unidad infanto-juvenil de Atención Primara especializada en este tipo de trastornos ha contabilizado 4.742 atenciones en el primer semestre de 2021, casi un 30% más que en 2019

Estudiante gestionando estrés generado por los estudios - Foto: Óscar Solorzano

La pandemia de coronavirus está teniendo también un impacto en la salud mental de la población más joven. «Sabemos que ha sido un factor estresor y en una etapa tan vulnerable como es la adolescencia tiene que influir», explica el jefe del departamento de Salud Mental del Servicio Riojano de Salud (SERIS), Miguel Ángel Ortega.

Una muestra de ello es el aumento de aproximadamente un 30% en el número de consultas atendidas en la Unidad de Salud Mental Infanto Juvenil comunitaria del centro de salud Espartero, en Logroño, durante el primer semestre de 2021 en relación al mismo periodo de 2019. Así, en los primeros seis meses de este año, se habían realizado un total de 4.742 atenciones, entre primeras consultas y sucesivas, frente a las 4.147 de 2020 y casi 3.700 de 2019. «Se han intensificado las consultas de Salud Mental», afirma Ana Díaz de Cerio, psiquiatra de la Unidad de Día de Salud Mental Infanto-juvenil del Hospital San Pedro,  quien considera que «la pandemia ha conformado una serie de factores estresantes, no solo a nivel sanitario, también a nivel social». 

Díaz de Cerio explica que, por un lado, hay un grupo de pacientes que ya estaban diagnosticados y que por los efectos de la pandemia han sufrido «una intensificación de su sintomatología», y por otro, un grupo vulnerable, en los que «ha precipitado que hayan aparecido las patologías». Ambas situaciones han provocado un aumento de la demanda asistencial, afirma, «en un primer escalón en la Atención Primaria, pero también para el Hospital de Día».

 

Una etapa clave. Hay que tener en cuenta que los adolescentes se encuentran en un momento evolutivo vulnerable, pero a la vez clave en su desarrollo, «en la que la fase de ‘separarse’ de la familia y ‘salir’ al mundo es fundamental», por eso, Díaz de Cerio considera que con la pandemia, los adolescentes han tenido que adaptarse y asumir una situación de ansiedad e incertidumbre, para lo que ha sido necesario tirar de sus recursos personales. Además, también ha conllevado una adaptación de las familias, que han tenido que vivir un situación de estrés y sobrecarga al compaginar el teletrabajo con la atención de los hijos.

«La salud mental es fundamental en la vida de las personas y de la sociedad», afirma Díaz de Cerio, quien incide en que «vamos a necesitar muchos apoyos y ayuda para atender las necesidades de una manera adecuada», porque «la demanda irá en aumento».   

Hospital de Día. La Unidad de Día de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital San Pedro es un recurso asistencial para pacientes entre los 12 y 18 años, cuyo principal objetivo es «evitar las hospitalizaciones», explica Ortega, quien apunta que se trata de un servicio que evita el ingreso del paciente y por tanto una situación que rompe con el medio familiar y escolar. 

Ortega detalla que los pacientes que llegan a esta unidad son derivados fundamentalmente desde la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil Comunitaria del centro de salud Espartero y desde el Plan de Prevención del Suicidio, en relación a pacientes que realizan autolesiones y son atendidos en el servicio de Urgencias del hospital. 

En este servicio, que tiene capacidad para unas 15 personas, se desarrollan actividades con los adolescentes y sus familias. Suelen atender principalmente trastornos depresivos, de la conducta alimentaria, ansiedad, trastornos obsesivos o fobias, entre otros. 

«Aquí se realiza un trabajo más intensivo y los tiempos pueden ir de 3 a 6 meses», detalla Marta Aurés, psicóloga clínica de la Unidad de Día de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital San Pedro, que explica que «aquí los adolescentes realizan terapia, tanto individual como grupal». 

Aurés destaca el papel de la familia en todo el proceso, «casi son como coterapeutas en casa» e incide en que «si ellos no se involucran en el proceso y ayudan, nos lo ponen más difícil». 

En la unidad consideran fundamental el papel de los padres y que ellos entiendan la patología que sufren los adolescentes, por eso realizan también una labor de psicoeducación, «para que ellos comprendan lo que está pasando su hijo y puedan ayudarle».

En general, afirma Aurés, los adolescentes admiten con más naturalidad la terapia psicológica que el adulto. 

En el caso de pacientes con trastornos de la conducta alimentaria, se trabaja con los adolescentes y padres, que reciben clases de alimentación saludable, autocuidados e imagen corporal o de regulación de emociones. Cuando se trata de chicos más evitativos, ansiosos o con un parte más depresiva, se realiza entrenamiento para la relajación, el control de la emociones o las habilidades sociales.

Díaz de Cerio afirma que la evolución de los pacientes suele ser positiva, porque «aunque es un momento evolutivo en el que tienen que resolver una serie de duelos y conflictos, con apoyo, el pronóstico es favorable».