Decía un antiguo maestro, superviviente de la Guerra Civil y del Franquismo, que en el mundo solo había dos cosas bien organizadas, el Partido Comunista y la Iglesia Católica. Se refería a todos los partidos comunistas de carácter estalinista, con una férrea disciplina en la que la militancia clandestina y luego en libertad se vivía casi como una religión y donde el que se movía era expulsado, anatematizado, y en el peor de los casos, cuando la revuelta tenía carácter general se enviaban los tanques soviéticos. De la organización de la Iglesia Católica poco hay que añadir dada su capacidad para sobrevivir veintiún siglos, sobreponerse a divisiones y herejías y en muchos casos, no en el español, acometer un reconocimiento de los errores cometidos por sus pastores.
Ambas organizaciones han acometido procesos de puesta al día, más evidentes en el caso de los comunistas que han ido transitando desde posiciones maximalistas a otras más templadas por mucho que en el debate nacional todavía se les dibuje envueltos en azufre, mientras que la Iglesia se ha mantenido firme en sus principios. En las dos conviven posiciones más liberales y más conservadoras. La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, lo hace en el sector más liberal del comunismo español, en el que también hay "zolocotrocos" que añoran la dictadura del proletariado, sin ninguna perspectiva de poder realizarla, mientras que los comunistas presentes en el Gobierno, como todos los que han gobernado en ayuntamientos y comunidades autónomas a lo largo de los últimos cuarenta años, han demostrado ser del ala socialdemócrata y en ningún caso han puesto en peligro la democracia liberal con su propósito de mejorar las condiciones de vida y los derechos de los trabajadores. La Iglesia española, sin embargo, sigue anclada en sus posiciones más tradicionales, con excepciones en algunos asuntos, cercana al nacionalismo conservador y, durante años, con sus principales dirigentes episcopales ligados al Opus Dei, con los que la derecha española se encontraba muy cómoda porque su discurso es el de las cuestiones morales y la defensa de la educación religiosa.
No es de extrañar el malestar o las reticencias de los dirigentes de la derecha española con el papa Francisco, con su discurso volcado en las cuestiones sociales, en la lucha contra la desigualdad, con advertencias sobre asuntos que entienden que responden a las batallas culturales de la izquierda. Por eso la sintonía entre Yolanda Díaz y el Papa Francisco se ha entendido mal por parte de la derecha que se sentía más acorde con las posiciones de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Aunque con sordina, también desde la izquierda se han realizado críticas al encuentro en El Vaticano, porque insisten en que España no llega a cumplir con el compromiso constitucional de ser un Estado aconfesional y que lo que tendría que haber planteado es la derogación de los acuerdos con la Santa Sede.
Más que tomar el cielo por asalto como proponía Pablo Iglesias, Yolanda Díaz ha preferido tomarlo por acuerdo o al menos que le entreabran sus puertas, como una manifestación más de su capacidad negociadora, en lo que ha sido un acto más de la prefiguración de su plataforma para ocupar más de una esquinita a la izquierda del PSOE. Ha sido un aldabonazo y un éxito para Yolanda Díaz, aunque sea un fuego de artificio.