Nuestro hombre en Murrieta

Feli Agustín
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Carlos Villar Flor narra en 'Viajes con mi cura' las expediciones de Graham Greene a la España de la transición y su ¿posible? labor como espía

El escritor y profesor de la Filología Inglesa Carlos Villar Flor, autor de ‘Viajes con mi cura’. - Foto: Ingrid Fernández

La vida del servicio secreto resulta al final tan solitaria como la del escritor que se retira de todo», cuenta El País del día 8 de julio de 1980 que dijo el famoso escritor británico Graham Greene durante su visita al Ayuntamiento de Madrid, donde había sido invitado por su entonces alcalde, Enrique Tierno Galván. Esta frase encierra la dos facetas de la vida del autor de El factor humano y da una pista sobre uno de los motivos fundamentales, así lo entiende el profesor de la UR Carlos Villar Flor, que trajeron al popular dramaturgo a la piel de toro:espiar.

Villar Flor narra en Viajes con mi cura: Las andanzas de Graham Greene por España y Portugal el recorrido que el autor realizó en sus 15 viajes a nuestro país entre 1976 y 1989, un prolífico estudio de más de 400 páginas, que completa la biografía del autor de Monseñor Quijote (1982), considerado por el propio autor su mejor trabajo, y «que no hubiera sido posible sin la costumbre de Greene de viajar por España». Fue su amigo, el cura y profesor de la Universidad Complutense Leopoldo Durán, quien le acompañó en su periplo viajero por un país que despertaba del largo letargo del franquismo para adentrarse en el esperanzador sueño democrático, un hombre que relató su relación con el escritor en el edulcorado ensayo Graham Greene, amigo y hermano. 

«Su conexión española es fundamental y, hasta ahora, escasamente reflejada a efectos biográficos», argumenta el profesor de la UR, que ha recorrido las bibliotecas de Boston, Oxford, Geogetown o la British Library para construir un volumen en el que ha invertido siete años.

El inglés impasible. Graham Greene, como muchos otros de sus compatriotas de buena familia, ya había sido miembro del MI6, el servicio secreto británico, durante  la II Guerra Mundial, de 1941 a 1944, con labores de contraespionaje en la Península Ibérica y, aunque anunció al final de la contienda su dimisión como agente, lo cierto es que era un secreto a voces, y así  lo confirmó su pareja, que se mantuvo hasta el último aliento de su vida al servicio de su majestad. Villar Flor relata que el jefe del MI6 en las décadas de los 70 y 80 encomendó a Greene tareas en Portugal, que coincidieron en el tiempo con la muerte de Franco y la transición, lo que despertó «un interés renovado» del autor de  El Cónsul Honorario por nuestro país.  «Aunque no hay datos fehacientes, porque los documentos del servicio secreto inglés sobre Greene siguen clasificados, hay indicios que apuntan que continuaba colaborando con la inteligencia  británica», relata el profesor Villar Flor.

Fue el País Vasco y los posibles vínculos de los terroristas de ETA con los disturbios independentistas de Irlanda del Norte su principal foco de atención, que luego desvío hacia la entrada de España en la Comunidad Europea. Para ello Greene, ¡viejo zorro! utilizó la misma estrategia que tan buen resultado le había deparado en Sudamérica, intentar entablar contacto con líderes emergentes, aunque en nuestro país el puente de Tierno no le condujo a Felipe González.

Nuestro hombre en La Rioja. Greene, que parece que nunca habló castellano, amaba el vino, sobre todo del tinto de Marqués de Murrieta, lo que le llevó a entablar una relación con el propietario, Vicente Cebrián, conde de Creixell, y visitar La Rioja en dos ocasiones.  En la última, tras una larga sobremesa regada con whisky, el aristócrata y el escritor acordaron crear una fundación, con el nombre de Graham Greene, de corta vida por desacuerdos entre el conde y el cura Durán, presidente de la Fundación.