De oca a oca, pasando por la cárcel

Bruno Calleja Escalona
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La apacible Plaza del Juego de la Oca se asienta sobre lo que fue una de las primeras cárceles de Logroño. Tras ser derribada, sus escudos fueron a parar al Sagasta y unas tallas de madera de su puerta, al despacho del alcalde

Imagen de la prisión a principios del siglo XX. - Foto: Colección de Taquio Uzqueda

Todo tablero de la oca tiene una cárcel en una de sus casillas menos amables. La plaza logroñesa que lleva el nombre del popular juego también tuvo una, pero a tamaño real y con reos de verdad. De hecho, en ese lugar donde hoy juegan niñas y niños logroñeses y por donde transitan vecinos y peregrinos, la entrañable Plaza del Juego de la Oca, en el corazón mismo de la ciudad, levantaba sus muros y sus mazmorras uno de los primeros penales conocidos de la capital. Y uno de los vestigios de aquella penitenciaría es el propio nombre de la calle Barriocepo, que, según alguna de las teorías que se barajan, aludiría al paso de los penados con sus cepos, camino de aquella prisión.

Inicialmente, el edificio que se erigió en el lugar acogió la sede del Ayuntamiento, que poco después se trasladará a la calle Portales, dejando el inmueble disponible para nuevos usos. Las autoridades del momento decidieron reconvertirlo en una cárcel, lo que supuso un cambio radical en sus formas arquitectónicas. 

Hay noticias que indican que el 16 de noviembre de 1568 la edificación se encontraba en situación de ruina, lo que obligó a encerrar a los presos en el propio Ayuntamiento. Poco después, en 1572, Felipe de Viana se hace cargo de la reconstrucción del edificio.  

El 27 de octubre de ese año, el Ayuntamiento de Logroño se hacía con una casa para derribarla y ampliar las dependencias penitenciarias, de manera que los trabajos se iniciaron el 10 de noviembre de ese año. El 24 de abril de 1573 se pintará el escudo de la ciudad y las armas reales en la sala de visitas. 

Poco después, se empezará a restaurar la conocida como cárcel vieja, alargándose las obras hasta prácticamente el final de siglo. En 1698, la cárcel es reconstruida de nuevo, dándole el aspecto que mantuvo hasta su derribo, tal y como lo demostraba una inscripción.

El edificio tenía cuatro niveles. En el primero había dos vanos en forma de arco de medio punto, uno de los cuales fue cegado posteriormente. El nivel segundo tenía dos ventanas cuadradas, con rejas cubriéndolas. En el centro, una inscripción recordaba una de las reconstrucciones de este edificio. 

El tercer piso tenía una única ventana, de igual forma y cubierta, con dos escudos a los lados. Dos pilastras enmarcaban el edificio, que se remataba con un frontón triangular, con un tercer escudo en el centro que representaba las armas de Carlos II. Encima de este frontón, había unas decoraciones en forma de pináculos y en el centro, una figura de San Miguel. Toda la fachada era de piedra. En uno de sus lados, se localizaba una fuente. El edificio se encontraba en el fondo del callejón de la cárcel, adherido a la iglesia de Santiago.

 

Ruina y derribo en 1914. En 1914, el edificio se encontraba en ruinas, manteniéndose en pie algunas partes del mismo. En 1921, ante esta situación, se promulgó la orden de derribo del edificio, unas obras que terminarían el 14 de marzo de 1924. Estos trabajos fueron supervisados por el arquitecto Agustín Cadarso.

Los escudos que lucían sus fachadas fueron recolocados en los patios del Instituto Sagasta y unas tallas de madera que, al parecer, formaron parte de la puerta se conservan en el despacho del alcalde de la ciudad. Se trata de diez cuadrantes de madera, con ocho rostros y dos escudos.

Con el derribo de este edificio penitenciario, se abrió un espacio que dio lugar a la plaza y se ganó un área de recreo para la ciudad.