El Rey, realmente en mucho peligro

Carlos Dávila
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La Corona está en riesgo y los pocos portavoces que intentan mantenerla en pie son retratados como fascistas o representantes de un Estado antigualla

Felipe VI está en el ojo del huracán en uno de los peores momentos que ha sufrido la Corona en décadas. - Foto: CASA DE S.M. EL REY

Pregunto a quién lo sabe y a quién, a medias, lo puede saber: «¿Ha preguntado el Rey al presidente Sánchez hasta qué punto encierra peligro para la Corona la insistente campaña de Iglesias y Podemos?». La respuesta, todo lo oblicua que se quiera, es esta: «Probablemente más de una vez». Nueva pregunta: «Y ¿qué le ha contestado Sánchez?». «Pues, más o menos, esto: ‘Oiga, por mí no se preocupe’». Este cronista no ha insistido: personalmente pienso que las aclaraciones fueron incluso un punto más allá de lo razonable, porque resultaría tan atrevido como resbaladizo ofrecer más presión. Lo diré, por mi cuenta, más claramente: tengo la seguridad de que la Casa del Rey, con Jaime Alfonsín a la cabeza, huye, como de la peste, de cualquier confidencia que suene a filtración interesada, a un cierto desahogo por parte del Rey. Esto, desde luego, no obsta para que la certeza sobre el malestar de Felipe VI sea cada vez más evidente. Nadie en el Palacio de la Zarzuela es un merluzo, todos son perfectamente conscientes de dos constancias: A saber, una, que existe una campaña desaforada por parte de los leninistas de Iglesias y de los independentistas de cualquier condición para abatir la Monarquía Parlamentaria. La segunda constancia, mucho más sutil y desde luego arriesgada, es la siguiente: la confianza en las palabras de Sánchez es, por decirlo muy suavemente, extraordinariamente limitada. Lo escrito hasta aquí no es una especulación incluso acertada; es el resultado de conversaciones a calzón quitado, de esas que dejan un poso de información absolutamente indiscutible.

Y es que, si Sánchez estuviera siquiera molesto por los persistentes ataques que padece la Corona, los hubiera cortado de cuajo. Como dice un socialista clásico: «El que calla no es que otorgue, es que no dice nada». O sea, que Sánchez no tiene por conveniente desautorizar a su vicepresidente o, en tono menor, solicitarle que cese en sus descalificaciones a la Corona. Ni a él, presunto jefe de la acometida contra el Monarca, ni a todos los que, tras el tararí de Iglesias se unen al coro de barreneros, el presidente del Gobierno ha tenido a bien no ya a afearles la conducta, sino mandarles directamente callar. En ningún otro país del mundo, monarquías incluidas, nos encontramos con un ministro del Gobierno de turno empeñado en cubrir de basura la figura y la institución del jefe del Estado. En ninguno; también en esto España es diferente. Hay monarquías que han sobrevivido en Europa a cientos de escándalos: la británica ¡para que vamos a hablar!, la holandesa, la sueca, la noruega, ¡qué decir de la belga! Sus desenfrenos han llenado páginas y páginas de la prensa abierta al sensacionalismo, pero nunca, nunca, pongamos por caso Londres, sus primeros ministros han arremetido contra la institución. Nunca. «Las personas son un desastre, la Corona una garantía», me decía hace años el que fue corresponsal de The Times en nuestro país en pleno tumulto por los desmanes del Príncipe Carlos o de su ex mujer, Diana de Gales. ¿Por qué no recordar, sin ir más lejos, las revelaciones masónicas sobre los usos financieros en paraísos fiscales del marido de la reina Isabel, Felipe de Edimburgo?

Costumbres inveteradas de este consorte que la prensa de la isla aireó sin recato pero que, en ningún momento, sirvieron como martingala para intentar el derribo de la monarquía. «La Corona es útil y ya está», es lo que se dice siempre en la antigua capital del imperio. En España jugamos en otra liga: la de los comunistas que quieren cobrarse la venganza por el derribo del criminal muro de Berlín. Esos sí que están en otra cosa porque, además, han encontrado el aplauso y la entusiasta colaboración de independentistas furiosos que odian a España y quieren destruirla como nación. Es curioso: cuando se denuncian estas actitudes, estos malvados fines, los palmeros de Sánchez, las rebaten con desvergüenza enfatizando el que todo es posible y defendible en un Estado en que, sobre todo, prima la libertad de expresión, que todo -afirman- «cabe en nuestra Constitución». Pero, ¿quién ha dicho que alguno de los 169 artículos de los que consta nuestra Norma Suprema, permita atentar contra todo un Título, el II, que conforma la estructura de la Corona? Aquí parece que la inviolabilidad del Rey, definida en ese Título, es poco más que una recomendación, y no: es una exigencia constitucional en toda regla. Al punto de que quien atente contra ella es sujeto de responsabilidad penal.

Los destructores del Estado de Derecho se han tomado la veda para sí mismos y, en consecuencia, arremeten contras las instituciones más delicadas del Estado, aquellas que aseguran su pervivencia. Fíjense: el socio preferente de Sánchez, Esquerra Republicana de Cataluña, acaba de presentar una enmienda a los Presupuestos Generales, en el apartado del Ministerio de Defensa, que reza literalmente así: «Se considera necesario que el Ejército español, responsable en buena parte de los asesinatos de republicanos que están todavía hoy abandonados en cunetas, debe implicarse en la recuperación de estos cuerpos. En tal sentido, se plantea que se financien los planes autonómicos de dichas exhumaciones». O sea, Ejército asesino, revolver tumbas y a pagar. ¿Alguien se ha hecho eco de este desmán? No, desde luego, el Ministerio de Defensa que quiere ignorar que el supremo jefe de nuestras Fuerzas Armadas es el Rey. Es decir, según la enmienda de Esquerra, incontestada por Defensa, el Rey en consecuencia es un asesino. Terrible el hecho de que tampoco en esta circunstancia haya salido nadie a defenderle. Se está quemando la casa y los bomberos son los pirómanos. No es exageración considerar que en esta situación del Rey abajo todos somos objetos de este arrasamiento que ya está en marcha, muy avanzado. La Corona está en peligro pero lo indignante es que, según parece, los pocos portavoces que intentan mantenerla en pie aparezcan directamente como fascistas, como representantes de un Estado antigualla que tiene los días contados. Esto es lo que ahora mismo se está dilucidando. Espantoso es que denunciarlo resulte antidemocrático. Propio de generales cavernícolas.