La importancia del papelillo

Leticia Ortiz
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Un pésimo lote de Zalduendo arruina la primera tarde de Diego Urdiales. Ferrera firma una personalísima faena ante el tercero

Diego Urdiales, en la plaza de La Ribera. El 19 de marzo saltará al ruedo en su patria chica. - Foto: Ingrid

Hay una tradición taurina que forma parte de la liturgia y el rito y que no todo el público que se sienta en los tendidos conoce. Cada mañana de festejo, tras el reconocimiento veterinario y presidencial, las cuadrillas de los matadores que actúan esa tarde enlotan los toros que se van a lidiar. Es decir, atendiendo sobre todo a las hechuras de los astados (el más grande con el más pequeño, el más cornalón con el menos defensivo...), los agrupan de dos en dos para componer los tres lotes, uno para cada diestro. Una vez decidido eso, en tres papelillos de fumar -no vale otro papel- se apuntan los números de los astados de cada lote. Esos tres papelillos, hechos ya una bolita, se introducen en la copa de un sombrero, que suele ser el del mayoral de la ganadería a lidiar. Alguien de la cuadrilla del torero que abre el cartel saca la primera bolita; el segundo del cartel, otra; y al que cierra le corresponde la que se ha quedado en el sombrero. De ese minúsculo papelillo, por tanto, depende el éxito o el fracaso de la tarde de un torero. Y este lunes se vio claro en La Ribera: la fortuna se alió con el extremeño Antonio Ferrera, que no la desaprovechó, mientras que el azar fue esquivo con el riojano Diego Urdiales, que vio cómo su primera tarde en Logroño quedaba arruinada por un pésimo lote de Zalduendo.

No tuvo suerte el arnedano en el inicio de una semana llena de fuertes compromisos para él: el doblete de Logroño, Sevilla (mañana) y Madrid (el viernes). Y eso que lo intentó. Más incluso de lo que merecía alguno de sus oponentes. Pero no hubo forma. Solo en su primero logró hilvanar una faena con ciertos argumentos y pasajes de buen toreo. Aunque, salvo la tanda final, todo fue a media altura.

Y es que el de Zalduendo no aguantaba la profundidad habitual del toreo de Urdiales por su falta de fuerza y raza. Calidad y clase a raudales, pero sin nada más. De hecho, el público pidió con fuerza su devolución, pero tanto el matador como su cuadrilla levantaron los capotes durante la lidia para mantener el burel en el ruedo. Y en el pecado llevó el riojano la penitencia ya que, por ejemplo, cuando se echó la muleta a la izquierda, ya no tenía toro. Más allá del empaque casi natural de Urdiales, ese trasteo tuvo la virtud de la ligazón -«la rima del verso torero», que decía Antoñete-. Mató el de Arnedo de una estocada fulminante que hizo brotar los pañuelos en los tendidos. Pero el presidente, él sabrá por qué, no atendió a la petición mayoritaria, olvidando que el público es soberano en la primera oreja. La bronca fue monumental. Lógico. Arrancaba bien la tarde para el diestro local, lo que disparó la esperanza del público de La Ribera. El cuarto de Zalduendo, soso y descastado, iba y venía por el ruedo con la misma ilusión y transmisión de quien tiene cita en Hacienda. Aún quedaba el sexto... Pero tampoco. Y eso que hubo dos verónicas excepcionales, con una media de cartel. Pero allí se acabó todo. De hecho, se complicó el toro en banderillas y llegó a la muleta parado, midiendo al matador y embistiendo a arreones. Peligroso. Lo pasaportó Urdiales visiblemente contrariado por su mala suerte. No eligieron el papelillo acertado.

 

Inspiración. La fortuna sonrió en cambio a Antonio Ferrera, que no la desaprovechó en una personalísima faena ante el tercero. El extremeño ha evolucionado a un torero al que admirar o al que odiar. No hay término medio. Y ayer se vio en la plaza y se oyó en las tertulias posteriores. Hubo quienes salieron enamorados de un trasteo pleno de inspiración y quienes consideraron que Ferrera estuvo por debajo del buen toro de Zalduendo. La grandeza de la Fiesta también radica en esa disparidad de criterios. Porque el toreo es emoción. Y no todos nos emocionamos igual. Tuvo muchas virtudes esa faena del extremeño, como el tiempo que le dio al toro entre las tandas para que se recuperase, la generosidad del diestro citando al burel de largo, la largura del trazo de cada muletazo, la profundidad del toreo de Ferrera en cada serie... Faltó, quizá, ajuste pero, sin embargo, la emoción estaba presente. Sin escuadra y cartabón. Emborronó Ferrera su labor atendiendo a algunas voces que solicitaron un insólito y exagerado indulto desde el tendido. Cansa ya la moda de pedir que se perdone la vida a un toro tras una buena faena. Algo que debe ser excepcional se está normalizando y vulgarizando con la complicidad de los matadores y los presidentes. Ojalá acabe pronto la moda. Por el bien de la Fiesta. Se llevó una oreja ante ese tercero y pudo cortar otra ante el quinto de no haber fallado con los aceros. Tuvo clase y calidad el de Zalduendo, y de nuevo el extremeño se gustó en un trasteo basado en la mano derecha. Los dos mejores toros del encierro cayeron, por tanto, en las manos de Ferrera. El papelillo. La suerte.