La agricultura no es un problema

M.H. (SPC)
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A pesar de que sigue demandando nuevas hectáreas y deforestando algunas áreas, la superficie arbolada del planeta ha crecido en los últimos 40 años

La agricultura no es un problema

Últimamente he tenido la oportunidad de ver tres documentales de la serie ‘Siete mundos, un planeta’, conducida por el archiconocido divulgador David Attenborough y producida por la BBC. Concretamente, los dedicados a la Antártida, Asia y América del Sur. Como es habitual en los rodajes de naturaleza de la cadena británica, es un auténtico placer ver estas piezas de aproximadamente una hora, con secuencias extraordinariamente bellas, impactantes e incluso en algunos momentos brutales, exactamente igual que la propia naturaleza.

En un momento del segundo capítulo escuché esta frase: «En América del Sur, cada cinco segundos desaparece una extensión de bosque tan grande como un campo de fútbol». No recuerdo si al mismo tiempo, o algo después, se podían ver imágenes satelitales del subcontinente en las que se apreciaban los efectos de la deforestación, imágenes que se repetían también en el documental sobre Asia (obviamente, en el caso de la Antártida habría sido absurdo). La locución se lamentaba de que este hecho es una zancadilla para la capacidad de retener CO2 de la atmósfera, con las consecuencias que ello tiene en la lucha contra el cambio climático, y lo relacionaba inmediatamente con el aumento de superficie dedicada a la agricultura y la ganadería, algo que sin duda es cierto. Sin embargo, nada se decía de que la superficie forestal mundial ha aumentado un 7% (equivale a más de cuatro veces la superficie de España) entre 1982 y 2016, dato que está disponible en el sitio de internet de la propia BBC.

Hay varias realidades sobre este asunto que creo que no llegan como debieran a la sociedad, que tiende a pensar que las cosas van de mal en peor cuando en realidad, pienso, no es así. Es cierto que, sobre todo en el sudeste asiático y América del Sur, la actividad agropecuaria deforesta, pero no es menos cierto que lo hace porque se lo estamos pidiendo todos los días desde los supermercados de los países desarrollados y porque la población mundial sigue en aumento y hay que alimentarla.

Sin embargo, solo se habla de esta deforestación como un hecho negativo. Sin duda, la pérdida de una hectárea de selva amazónica no es algo de lo que alegrarse y debería evitarse en lo posible, o al menos hacerlo con mesura y ciertos criterios conservacionistas. Pero no podemos olvidar que al talar esos árboles no queda un agujero, sino que se crea un nuevo hábitat; algunas especies saldrán perjudicadas, pero seguramente otras sepan aprovechar las nuevas oportunidades que surgen.

Ese nuevo hábitat estará completamente marcado por la presencia humana y su actividad (agricultura y ganadería) y muchos dirán que eso no es natural. Sin embargo creo que es tan natural como cualquier otro; desde el momento en que el ser humano es parte de la naturaleza, todo lo que haga será necesariamente natural, tanto como un castor modificando el curso de un río con la presa que construye. Nos podrá gustar más o menos, pero será natural. Sería realmente complicado encontrar, salvo en escasos y recónditos rincones, un solo metro cuadrado en toda Europa que no haya sido modificado en mayor o menor medida por la actividad agrícola, ganadera o forestal. Pero a nadie se le ocurre pensar que una dehesa o un pastizal de alta montaña, por ejemplo, no son naturales, a pesar de que existen gracias a la mano del hombre.

La meseta norte alberga la mayor población mundial de avutardas, en Tierra de Campos y zonas aledañas. Pero Tierra de Campos no siempre fue Tierra de Campos; antes fue un mar de encinares y robledales que fue deforestado por variadas razones a lo largo de los siglos, creando nuevas oportunidades que la naturaleza supo aprovechar. Muchas especies saldrían perdiendo con aquel fenómeno, sin duda, pero ahora la avutarda tiene aquí su refugio más importante. Del mundo. Y el ser humano ha encontrado en estas llanuras un granero.

A lo que voy es a que no tiene sentido demonizar a la agricultura y la ganadería. Algo tan necesario no debería suponer un problema. Estas actividades son lo que son porque entre todos lo hemos querido así o lo hemos permitido, si no favorecido. La implantación de las nuevas tecnologías aumentará los rendimientos y seguramente merme la necesidad de nuevas hectáreas para cultivar. Mientras sean precisas, se tendrán que talar árboles, con medida y compensando los efectos de estas talas en otras zonas del planeta, tratando de que el impacto sea el menor posible. Y, por supuesto, asegurándonos de que esas talas generen una actividad que redunde en beneficio de la población local. Por otra parte, se tiende cada vez más a incentivar las prácticas ecológicas, que reducen el uso de químicos, pero hoy en día rinden menos que las intensivas, lo cual se tendrá que armonizar con la creciente demanda de alimentos.

En cualquier caso, actualmente tenemos conocimiento y herramientas más que de sobra para gestionar el uso de la tierra y el agua con eficiencia. Como en casi todo en la vida, solo hace falta voluntad. Y dinero, claro.

Por cierto, más allá de este artículo, esos documentales de la BBC son realmente recomendables. Tengo ganas de ver el dedicado a Europa y cómo tratan en él, si es que lo hacen, la deforestación provocada por el hombre a lo largo de los siglos para conseguir tierras de cultivo, pastos o simplemente madera y que ha dado lugar a ecosistemas variados, bellos y diversos. En ese sentido recomiendo ‘Dehesa’, de producción española y con imágenes verdaderamente espectaculares, que habla sobre los bosques aclarados del suroeste peninsular dando a la actividad humana, sin culpabilizarla de nada, el peso que tiene en la creación de este ecosistema único en el mundo.