Y además, torea

Leticia Ortiz
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Roca Rey rompe la Feria con una tarde rotunda en la que aprovecha un manejable lote de Cuvillo para cuajar dos faenas casi opuestas. Diego Urdiales firma los naturales más profundos del festejo ante el cuarto

Echado de hinojos, pero encajados los riñones, el diestro peruano dejó para el recuerdo dos soberbias tandas de muletazos con el valor, el poder y la profundidad por bandera. - Foto: Ingrid

Como el protagonista de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, Roca Rey dejó este martes en Logroño una doble imagen, dos versiones casi contrapuestas de un mismo torero, demostrando en una tarde histórica que a sus 24 años aún no hemos visto -ni de lejos- su techo, porque es capaz de cambiar de registro, y en todos brilla, según lo requiera el animal que tenga delante. No tuvieron nada que ver sus dos faenas porque los dos astados de Núñez del Cuvillo que le tocaron en suerte mostraron distintos comportamientos: su primero, noblote y manejable pero con malos finales en las embestidas, acabó parado y protestando; mientras que su segundo, derrochó clase y calidad, con un puntito de casta que le hizo aguantar la larga faena a pesar de su escasez de fuerzas. Dos astados, dos faenas, dos Roca Rey: el del valor y el efectismo frente al del mando, el poder y el toreo.

Porque el peruano torea, y bien, aunque algunos, ellos sabrán por qué, se lo nieguen. Ya en el quite (¡por fin vimos quites y rivalidad!) al toro de Emilio de Justo, Roca se hizo presente para avisar que quería que su nombre quedase grabado en esta tercera de Feria. Pura ambición que mostró también con el capote ante el tercero con unas chicuelinas ajustadísimas. Y otra vez la respiración contenida del público en el inicio de la faena de muleta, un comienzo marca de la casa con los cambiados por la espalda. Tuvo la primera parte de su trasteo la virtud del temple, innato en el peruano.

Todo lo hace o lo intenta hacer despacio, muy despacio. Faltó ajuste, sobre todo por el pitón izquierdo. Y cuando aquello discurría entre el sí y el no, en una faena profesional y aseadita, que dicen los cronistas, el toro se paró. No quería más. Y ahí Roca tiró de valor y efectismo. Se metió entre los pitones para formar un alboroto en los tendidos. Aguantó los parones y las protestas del animal para levantar al público de los asientos. Y rubricó su labor con un espadazo. Asomaron dos pañuelos del palco, aunque algunos protestaron la segunda. Quizá entendieron que faltó el toreo de verdad, el clásico... Pero ese llegó en el que cerró el festejo. Y eso que no lo parecía, porque el inicio del trasteo de muleta fue de rodillas. Pero surgió el milagro. Encajado de riñones, pese a estar echado de hinojos, con firmeza en el toque, mando en la pañosa y largura en el muletazo surgieron los derechazos de Roca. Y La Ribera rugió. Ya puesto en pie, la faena fue a más. Fundamental para ello fue el tiempo que el peruano dio al toro para que respirase. Se vino arriba el astado y con él, el matador, que dejó las dos mejores tandas de su tarde con la muleta en la diestra. Temple y poder. Bajó de revoluciones el trasteo por naturales, el punto flojo de Roca que busca la largura en los muletazos, lo que provoca que pierda naturalidad con una posición muy forzada. Su altura no le beneficia. Pero volvió a echarse de rodillas y, de nuevo, toreó encajado de riñones y asentado. Sin aspavientos. Sin populismo. Toreando. Como en el cierre, escalofriante por lo ajustado, por bernardinas. Entre un silencio casi sepulcral de la plaza, que aún asimilaba lo que acababa de ver, cuadró el toro a corta distancia y a cámara lenta le pasaportó de una sensacional estocada. Dos orejas. Pero la gente pedía más, el rabo. Y quizá la vuelta al toro. El palco dijo que no, y la bronca se oyó fuera de La Ribera.

Buen sabor de boca. Hubo que esperar a su quinto (tres en el mano a mano y dos hoy) y último toro de la Feria para disfrutar de Diego Urdiales en plenitud. No le ha acompañado la suerte en los sorteos al de Arnedo. De hecho, con el que abrió la tarde de ayer poco pudo hacer. Escasito de fuerza, el de Cuvillo se llegó a poner complicado y peligroso. Pero el cuarto de la tarde fue otra cosa. Al menos por el pitón izquierdo, donde regaló varias embestidas de calidad para que Logroño disfrutase con su torero. Porque esas buenas acometidas las aprovechó el riojano. Libre del armazón de la espada, presentada plana y con el medio pecho por delante, voló templada y profunda la muleta de Urdiales y resonaron los olés secos de La Ribera. Los que salen del estómago. Fueron apenas dos tandas, una decena de naturales, pero ahí quedaron para la historia de estos sanmateos. Y, sobre todo, permitieron al diestro local y a sus paisanos quedarse con un buen sabor de boca, después de que los cuatros astados anteriores apenas permitiesen ver simples detalles del grandioso torero que es Urdiales.

Torería. El otro trofeo de la tarde se lo llevó en el segundo del festejo un solvente Emilio de Justo al que, como al de Arnedo, se le cae la torería, el empaque y el buen gusto cuando torea. Ligada y profunda fue su primera faena, a la que le faltó temple y mando, mientras que su segunda tuvo como máxima virtud la firmeza y la ambición del extremeño, que puso todo de su parte para triunfar ante un oponente que no le puso las cosas fáciles y que incluso le dio un susto sin mayores consecuencias. La gente pidió la oreja, pero el palco desoyó la petición y escuchó su primera bronca de la tarde. La segunda fue en el astado de un Roca Rey que con su doble versión reventó la Feria logroñesa a falta del festejo de este miércoles.