«Toda mi vida dedicada a la investigación y a salvar vidas"

Francisco Martín Losa
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El doctor Joaquín Lasierra, antiguo jefe de Hematología en La Rioja, recuerda su trayectoria en la Medicina en Encuentros, en El Día de La Rioja

«Toda mi vida dedicada a la investigación y a salvar vidas" - Foto: Óscar Solorzano

Este espacio tiene, como objetivo, mostrar a las personas que ya no andan detrás de los focos mediáticos ni están en la carrera de arrebatar un flash a la cámara, pero son pequeñas historias con un balance que está ahí. Joaquín Lasierra (85 años) es una figura de la vida pública logroñesa, con sus pensamientos y actividades de una larga existencia donde sus recuerdos acaban en agradable serenidad, dejando atrás cualquier acritud. Este encuentro es un testimonio de su biografía personal, vivida intensamente, que ha contribuido a construir una parte del devenir de La Rioja .

Y no fue militar. Probablemente, no lo diría nunca o sí, pero Joaquín Lasierra ha hecho con su vida lo que quería hacer y le ha pedido el cuerpo: «Mis padres hubieran querido que fuese militar, había ya en la familia, entre ellos, un  general y era lo que se llevaba en aquella época en Zaragoza. A los 15 años, entonces dije que militar, pero cuando terminé el Bachillerato teníía un primo mío, muy famoso, neurocirujano. Entonces hablando mi madre con su padre, que si medicina, que si sí que si no, decidió que medicina y allá que me voy a Sevilla». Los comienzos no fueron muy brillantes y suspendió la química. En aquellos tiempos, se estudiaba Preparatorio, que se llamaba. «Al año siguiente, aprobé todo y me incliné de una vez por la carrera de medicina de 7 años, incluido el Selectivo. Me interesó mucho la bacteriología, me metí interno no pensionista y empecé a trabajar en Zaragoza. Todos tenemos una raíz aragonesa: mi madre de Teruel y mi padre, de Zaragoza capital», relata.

Exento de ir a clase. Poco a poco, como los hormigas, su vida se habíaido  reconstruyendo entre libros y estudio de la materia: «En quinto curso hice oposiciones a interno pensionado y, como había hecho bacteriología , me mandaron a Infecciosos del Hospital Provincial, donde permanecí hasta finalizar la carrera. Nosotros, los pensionistas, no teníamos que ir a clase sino a la zona que nos hemos asignado desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche, sin parar». Pasaron los años con la misma tarea. «En el último me llama la secretaria del profesor, recordándome que había faltado a clase, le respondí que estaba exento pero quise presentarme y saqué buena nota. Cuando termino la carrera, seguía en el mismo sitio del Hospital, estuve unos años más y me puse a hacer la tesis doctoral. Al comenzarla, me pareció que ya sabía lo bastante y me marché a patología médica». Recuerda que los dos médicos le aceptaron –«eran unos verdaderos caballeros», afirma–, y allí estuvo bastantes temporadas.

El salto a Logroño. Si la vida es movimiento, ir de acá para allá, a Joaquín Lasierra, en plena flor de su profesión, le surgió una oportunidad que le cambiaría el futuro: «En 1970 oposité a la plaza de Hematología y Terapia de Logroño  y un amigo mío, Vicente Calatayud, neurocirujano que ya se jubiló –le llamaba Jaunitín, recuerda– me pone en conocimiento que ha salido la plaza de Hematología. Carecía de todo, no tenía laboratorio, escaso material, no había medios de nada  pero me presenté a la plaza y la gané. Pasaron los cursos 70 y 71 y en agosto de 1972 recibo un telegrama que me decía que había pasado el tiempo de tomar posesión en Zaragoza, tenía la plaza y me venía a Logroño, que empezaba en la Residencia el 1 de septiembre. Me vengo sin hotel ni nada y me recibe Narciso San Baldomero, que fue alcalde de Logroño y era el director del Instituto Nacional de Previsión. Me recibe y nos saltamos el usted. Yo, encantado: «  ¿No tienes hotel?, pues espera que llamó al Gran Vía». Y todo quedó resuelto en mitad deSan Mateo. 

El tiempo corría más que sus ganas de llegar a todo: «En el camino, claro, había dejado Zaragoza, porque en la Facultad tenía una plaza muy bien remunerada para aquellos años, porque la gente cobraba entre 2.000 a 2.500 pesetas y yo ganaba 6.000. Hablo con Zaragoza y me responden que hiciera lo que quisiera, que me la guardaban dos años». La única condición que le ponen es que fuera los sábados para hacer tesinas doctorales. «Y así estuve, yendo y viniendo todos los sábados», rememora. 

Con anterioridad, había dirigido alguna tesis y las recibía por la tarde, cinco o seis. «El 21 de agosto me vine aquí y me quedé hasta octubre, con la salvedad de las fiestas del Pilar, que me concedieron permiso, porque el Pilar era sagrado, hasta el 14 o 15 de octubre. Estuve un año en La Numantina y me pusieron una mesa para estudiar porque preparaba una oposición de jefe de Hematología y Hemoterapia  en uno de los grandes hospitales que hicieron, por entonces, en Madrid».

48 años que han pasado en Logroño. Los planes de Joaquín Lasierra, tuvieran el lugar y el nombre que tuvieran, se han caracterizado por llegar a todo como fuera: «Tenía tanto trabajo que me resultaba un gran esfuerzo llegar a todo para montar en Logroño el servicio nuevo. El Banco de Sangre no se instala en 24 horas y me llevó tres años ponerlo en marcha, las técnicas, el antes y después del Banco porque ya recibíamos algún donante y había que atenderles. No había nada. Había una buena persona, que era anestesista, muy conocido y su hija estaba en el grupo de amigos. Total, que han pasado 48 años que estoy en La Rioja y 33 años como jefe del Servicio». Pero llegar a los 65 años no le iba a suponer jubilarse. «Como mi oposición se alargaba hasta los 70, me pidieron que me quedara un poco más y acepté dos años más, pero ya estaba muy agotado y cansado. El Servicio de Hematología es muy intenso y la fórmula había que buscarla siempre con el microscopio. Se portaron muy bien conmigo, me dieron de todo, incluso algunos equipos de investigación. Y seguimos haciendo tesis doctorales».

A nadie le ha dado por la medicina. La vocación no entiende de familia ni de quereres y, sin olvidar el terruño, se ama donde se pace, como sentencia el refrán y nuestro personaje : «Me quedé en Logroño y no estoy arrepentido, en absoluto. Aquí tengo mi mujer, hijos, yernos, nietos y allí, en Aragón la familia que me queda, que es mi hermana que está en Zaragoza. Solo somos dos porque mis padres murieron, ha sido directora de un centro escolar que había en el Parque de Zaragoza y me llama todos los días por teléfono. Mi primera mujer murió la pobre, tuvo mala suerte y tengo 5 hijos: 3 con la primera y dos con mi segunda esposa Maria Jose, de la familia de los Pascual Salcedo, empresarios muy conocidos en toda La Rioja».

A pesar de ser una familia numerosa, a ninguno le ha dado por seguir los pasos del padre: Pero tiene sobrinos y nietos: «Una me vino y me dijo que estaba dudando entre medicina o bioquímica y le aconsejé con buen tino que por mí, bioquímica con posibilidades de trabajar en más sitios, en un laboratorio, como química de no sé qué. Me hizo caso y está en un laboratorio de Zaragoza. Ha estado en Inglaterra y le recomendé que saltara a Estados Unidos. Ha hecho una carrera muy brillante y, también, la especialidad».

 Joaquín tiene para dar en el interés humano y sociológico: «No he hecho más que trabajar. Los viernes pasaba consulta en la sala y, si faltaba alguno, bajaba a pasarla y, después, investigación, investigación e investigación, hemos hecho mucho;  ya te mandaré mi curriculum. No he salido nunca del campo de la medicina y hay pocos médicos que se hagan ricos. He estado trabajando en Paris, en Israel, en Estados Unidos, en Canadá también, en temporadas cortas. Aquí estaba la familia, cuidar a los niños y no podía faltar, por mi trabajo, más de un mes, entre 25 y 30 días».

Editor, articulista y ponente. A pesar de la tarea del laboratorio, seguramente, con un colosal esfuerzo didáctico, es asombrosa su capacidad para adquirir sus conocimientos intelectuales y científicos : «Tengo como editor ocho libros y trabajos que pasan de cien en revistas y periódicos, los últimos en Estados Unidos con invitaciones a diario, que me llegan en Amazón y tal, pero ya estoy cansado, aunque la última colaboración se ha publicado hace un mes. Ponencias, congresos y encuentros científicos suman la tira por muchos países, en Munich, Estambil, Sao Paulo, Montecarlo..., qué sé yo... Fui también vicepresidente de la Sociedad Española de Hematología y he ostentando numerosos cargos pero le he dedicado muchos años al estudio de la trombosis.       La mayor parte de sus trabajos se han dedicado a la clínica y los más al estudio de la trombosis y su tratamiento. «Esto de la medicina es un problema porque hoy en día es más importante el diagnóstico de laboratorio que el clínico. Un profesor mío, que era un gran señor y se convirtió en un miembro más de la familia, venía y no salía de la habitación hasta que no hubiera explorado al enfermo hasta las uñas de los pies. No había tanto diagnóstico como ahora y no veo consultas por videoconferencia. Lo que me dice es la exploración y la conversación con el paciente. La exploración ha perdido su importancia, las técnicas son muy importantes  pero siempre se han llamado técnicas complementarias».

Exploración y las técnicas. El doctor defiende sus ideas con argumento y gallardía y siempre ha sabido moverse con precisión y cultura entre los complicados engranajes de la ciencia: «Me he tirado 58 años en la medicina y son miles y miles los enfermos que he visitado. Aquí tenía yo en Logroño siete médicos; y luego, los que hacía la especialidad, más dos consultas en el San Pedro y una en el Provincial. Diariamente unos 50 pacientes y tres cuartos para los enfermos más graves. Ahora, médicos que explora a sus enfermos los hay, los menos, pero con 5 minutos o con 10 que le dan al médico por consulta, no puede hacer milagros. Hay un movimiento en Madrid que reclaman 20 minutos por visita de enfermo y es muy positivo que se logre y si consideramos la exploración como un acto de humanidad, pues se ha perdido». Cuenta que el otro día leía en un periódico, en una estadística, que faltan 6.000 profesionales y puede ser que la cifra no sea desacertada. «La medicina, todos lo saben, es la exploración y la técnica también. Yo tuve la suerte de trabajar un año con Grande Covian en unos laboratorios que se elaboraba una palilla muy famosa y el dueño fue pionero al adquirir un microscopio electrónico para su estudio privado». Cada uno lleva su vela y el incienso a su santo.  

Deportista y político por una vez. En todas las facetas de la vida, Joaquín ha sido una persona arrolladora y, para no mentir ni exagerar, cualquier reto se lo ha puesto por montera: «En Zaragoza, practicaba kárate y aquí todos los años he estado con Julio Hernáez, ya cinturón negro, he tenido mucha afición e iba a hacer demostraciones por los colegios y gané un campeonato. También le cogí el gusto al squash y quedé campeón de La Rioja. El kárate tiene mucho de gimnasia y este virus me ha dejado sin músculos y sin nada», lamenta.      Tenía que llegar la política  y aceptó un día la petición de la desaparecida Pilar Salarrullana, senadora y concejala logroñesa en su día, y se metió de lleno: «Insistió tanto que, al final, accedí a ir en la lista del PDP con Emilio Carreras, el partido de Óscar Alzaga, que luego se unió a Alianza Popular. Salimos los dos como parlamentarios regionales en la primera Legislatura del Parlamento de La Rioja, en el año 1983. Mi condición era que una y nada más y así cumplí, aunque querían que siguiera. Cada quince días, Emilio y yo cogíamos el tren y dormíamos en dos literas hasta llegar a Madrid pero no dejé ningún día de trabajar. Para estar en política, hay que tener un gen y yo no lo tenía. Si te gusta es muy bonita, pensando en solucionar problemas de la gente. Luego, hay quien hace carrera y se queda hasta la jubilación. Pues bien: lo pasé bien, éramos todos amigos y después de cada pleno, más o menos tenso, quedábamos a tomar unos vinos. Lo de ahora es bochornoso, se ha deteriorado en demasía y me da pena. Sobran palabrotas y falta educación, que es la primera asignatura de la escuela».

Cocinero y vida tranquila. Cuando tantas biografías se acuñan sin contenido, la de Joaquín Lasierra encierra para dar y tomar, ocurrente y divertido: «Me encanta la cocina y hace años que guiso. También voy a la compra, aunque alguna vez la realiza María José que, como jefa de Sanidad de Farmacia, la pandemia le ha traído de cabeza como a todas las enfermeras y se ha pasado días y días que se marchaba a las ocho de la mañana y regresaba a las nueve de la noche. Me gusta mucho la cocina. En Zaragoza, era socio de una gastronómica y en la bodega empecé a guisar. Mi primer plato fueron unas cebollas hervidas con pan y huevo aunque mi favorito son las patatas con chorizo y las migas que en Aragón se comen mucho, como en La Rioja».

Está de vuelta de muchas cosas pero se le nota el entusiasmo arrollador de un principiante en todo lo que toca. Es aragonés y eso imprime carácter y quiere a La Rioja como el primero de esta tierra. Lleva una vida tranquila, casi sedentaria y no tiene intención de dejar sus dos vinos, uno a mediodía y otro por la tarde. Disfruta saliendo a cenar con amigos, siempre a tiro hecho, nada de improvisación. Ante el conflicto entre medicina pública oprivada, tienen sentido las dos: «La medicina privada está viviendo su siglo de oro porque hay enfermos que no quieren estar tres o seis meses en lista de espera y por la Seguridad Social pasamos todos. Es un problema político que los  socialistas lo enredan con mucho ruido. En España, siempre hubo clínicas privadas y muy buenas. Tienen que convivir las dos».

El doctor Lasierra tuvo laboratorio propio y hacía mucha bacteriología hasta que un día lo quitó. Ha sido un investigador colmado de premios y galardones. Por citar algunos, el Premio de la Academia de Medicina de Zaragoza, Premio Nacional de la Sociedad Española de Hematología y Hemoterapia o el Premio de Investigación sobre Hemofilia Duques de Soria. Y un largo etcétera. La medicina ha sido el eje de todas sus acciones.

De este hombre, Joaquín Lasierra, hay que ser amigo porque con él se aprende, sobre todo, a vivir la vida.