Foto: Matt Harvey

Personajes con historia - Gonzalo Guerrero

De arcabucero español a jefe maya


Antonio Pérez Henares - 13/12/2021

Nació en el puerto de Palos de Frontera, alrededor de 1470, y bien podía haber partido con los hermanos Pinzón, de edad pareja a la suya, en las carabelas de Colón. Pero Gonzalo de Acosta o Guerrero, hay cierta duda en cuanto a apellido natal, no hizo carrera como marinero sino que desde muy mozo fue soldado y, a nada, un experimentado arcabucero. Muy ducho en cargar con presteza, que era esencial, mantenerse firme y sereno y sacudir el escopetazo cuando la caballería ya se le echaba encima.

Participó en la campaña de Granada y cuando se produjo la rendición de Boabdil, a poco de cumplir los 20, estaba más que curtido en batallas. Había combatido a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba y le siguió, enrolado en sus compañías, a Italia donde le vio convertirse en el genio militar que le valdría el apodo del Gran Capitán y la gloria de haber sido el iniciador de la formidable infantería española que dominaría los campos de batalla durante cerca de dos siglos. Aunque no sabemos en qué célebres batallas tomo parte, si conocemos que entro triunfante con él en Nápoles, donde se tiene constancia de su presencia.

Tras el periplo italiano, retornó a España y allí se enroló en una de las primeras singladuras no colombinas, tras haber decaído por el orden real la exclusiva inicial a los Colón. Partió en la expedición de Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda (1510), a quienes el ya viudo rey Fernando había dado dos nuevas gobernaciones entre el cabo de la Vela (Colombia) y el cabo Gracias a Dios, en la actual frontera entre Honduras y Nicaragua, siendo el golfo de Urabá el límite entre ambos gobernadores. El arcabucero Gonzalo Guerrero fue de la partida de Nicuesa y este y Ojeda no tardaron en andar a la greña por las lindes.

Marinero, estratega y jefe militar de los indios mayasMarinero, estratega y jefe militar de los indios mayas

Allí llegaría, al territorio mandado por Ojeda, al fuerte de San Sebastián de Úraba, Vasco Nuñez de Balboa, que se había colado como polizón en el barco del bachiller Enciso que les llevaba refuerzos y vituallas. No encontraron a Ojeda, que había partido en busca de ayuda ante su gran retraso, pero sí a Francisco de Pizarro, entonces un soldado, al que este había dejado al mando. Balboa se convirtió en el jefe, cruzó la línea de demarcación, pues los belicosos indios del Urabá, que usaban veneno en sus flechas, los estaban destrozando y fundó Santa María de la Antigua del Darién (sep 1510), la primera ciudad en tierra firme. Vasco, erigido en líder de todos, acabó por desplazar también a Nicuesa, que murió abandonado a su suerte en una nao desvencijada, de lo que se acusaría luego después a Vasco cuando ya en la cúspide de su fama había descubierto el Pacífico, con Pizarro como su teniente, y abierto con ello grandes expectativas de nuevas rutas y posibilidades para futuras expediciones.

Balboa, para reafirmarse en el mando y conseguir la gracia de la Corona, quiso hacer llegar cartas, y también regalos, a las autoridades de La Española y a la Corte. Para ello envió a uno de sus leales, Juan de Valdivia, al que había hecho regidor del cabildo de Darién. Mandaba con él la relación de sus descubrimientos y conquistas, con 300 marcos de oro (15.000 castellanos) como el quinto real que le correspondía y le pedía envío de tropas y oficiales, hasta mil, para repoblar y organizar aquellas tierras.

Gonzalo Guerrero ha sido también ascendido y figuraba como oficial en la nao, Santa Maria de la Barca, a cargo de esclavos y tripulación. Su primera escala era la Española y llevaba por su parte cartas y recomendaciones a Diego de Almagro para que lo nombrera oficial del galeón San Pelayo de Antequera.

Marinero, estratega y jefe militar de los indios mayasMarinero, estratega y jefe militar de los indios mayas

 

Naufragio frente a la costa del Yucatán

Pero nunca alcanzaría Santo Domingo. Al amanecer del 18 de agosto de 1551, tres días después de haber salido con buen mar de Darién, se desató sobre ellos una terrible tormenta que lanzó el barco contra las escolleras llamadas de las Víboras, frente a la costa del Yucatán, donde encallaron y donde acabó por irse a pique, llevándose al fondo del mar a la mayoría de los tripulantes, así como el oro, los relatos y las esperanzas de todos. Solo lograron salvarse, en un pequeño batel, una veintena, entre ellos dos mujeres.

Sin provisiones ni agua la situación en la pequeña embarcación llegó muy pronto a ser desesperada, llegando a beberse sus propios orines. Finalmente, tan solo ocho consiguieron llegar a la costa. Para caer en manos de los indios que nada más poner pie en ella se abalanzaron sobre ellos, matando a cuatro y haciendo a los otros prisioneros. Uno de los supervivientes, al que un guerrero maya había hundido el cráneo con una macana, salió despavorido hacia la espesura, apretándose con dos manos la cabeza y se dio por perdido. Pero resultó que hallado por una mujer india esta le curó y vivió. Sin embargo, perdida la sesera se quedó a vivir en el bosque del que solo salía para ir a pedir comida a las casas indias. Los indígenas, que lo reconocían por el gran hoyo que tenía en su cabeza y su risueño delirio, pues reía de continuo, se la daban y no le hacían daño alguno pues creían que solo podía haber curado de tal herida por voluntad de los dioses. Vivió así tres años más, hasta que murió.

Marinero, estratega y jefe militar de los indios mayasMarinero, estratega y jefe militar de los indios mayas

Ello lo cuenta uno de los tres que quedaban que a nada ya fueron solo dos, Jerónimo de Aguilar, un clérigo, que junto con Gonzalo Guerrero eran ya los únicos supervivientes y que se habían convertido en esclavos del cacique Taxmar de la ciudad-estado de Mani, que se los entregó a su sacerdote Teohom. Este era un hombre cruel que los maltrataba de continuo. Amén de hacer los más duros trabajos y faenas recoger y traer leña, agua o los pescados, cavar los maizales y todo cuanto su señor les ordenara y al instante, sufrían los golpes y castigos que quisieran propinarles tanto su amo como cualquier otro indio. Todo habían de hacerlo, y con el mejor rostro, pues de ello dependían que no los mataran al instante.


Salvados por su valía para el combate

El cacique maya sería a la postre el que salvaría ambos de la muerte, pues el sacerdote los tenía martirizados de continuo y pensaba acabar con ellos como había hecho con los otros. Resultó que los dos españoles, cuando los indios combatieron con otros de su raza demostraron gran valía en los combates enseñándoles tretas y artimañas como esta que transcribió Francisco Cervantes de Salazar de boca de Aguilar: "Será desta manera que al tiempo que las haces se junten, yo me tenderé en el suelo entre las hierbas con algunos de los más valientes de vosotros, y luego nuestro ejército hará que huye, y nuestros enemigos con la alegría de la victoria y alcance, se derramarán e irán descuidados; e ya que los tengáis apartados de mí con gran ánimo, volveréis sobre ellos, que entonces yo los acometeré por las espaldas; e así, cuando se vean de la una parte y de la otra cercados, por muchos que sean desmayarán, porque los enemigos cuando están turbados, mientras más son, más se estorban". Taxmar los reclamó para sí y les dio mejor trato y empleos.

Jeronimo de Aguilar, hombre de firme y gran fervor, se mantuvo firme en sus creencias y costumbres. Tanto fue así que el cacique, para atraerlo a ellos, lo tentó con mujeres, llegando a enviarlo a pescar a la costa "dándole por compañera una india muy hermosa, de edad de 14 años, la cual había sido industriada del señor para que provocase y atrajese a su amor a Aguilar; dióle una hamaca en que ambos durmiesen. Llegados a la costa, esperando tiempo para entrar a pescar, que había de ser antes que amanesciese, colgando la hamaca de dos árboles, la india se echó en ella y llamó a Aguilar para que durmiesen juntos; él fue tan sufrido, modesto y templado, que haciendo cerca del agua lumbre, se acostó sobre la arena; la india unas veces lo llamaba, otras le decía que no era hombre, porque quería más estar al frío que abrazado y abrigado con ella; él, aunque estuvo vacilando, muchas veces, al cabo se determinó de vencer a su sensualidad y cumplir lo que a Dios había prometido, que era de no llegar a mujer infiel, por que le librase del captiverio? en que estaba.

El cacique Taxmar regaló poco después a Gonzalo Guerrero a un gran jefe de los mayas,  Na Chan Can, líder en la ciudad de Ichpaatún, al Norte de la Bahía de Chetumal. Este se lo entregó al jefe de sus tropas, Balam, quien muy consciente de su valía lo quiso tener cerca de él y ello supuso que salvara su vida y el español consiguiera al fin ser libre. Al atravesar un río, Balam fue atacado por un gran caimán y, ante la parálisis de los demás, Guerrero se lanzó contra el reptil, matándolo, y librando a su amo de la muerte. Este le concedió la libertad.

Convertido ya en un guerrero maya de elite, el antiguo arcabucero, se hizo tatuar en cara y cuerpo los signos propios de su rango y encabezó expediciones tan exitosas que acabó por ser nombrado jefe de todos los guerreros de Na Chan Chan y tomando por esposa a una de las hijas de este, la princesa Zazil Há. Él se prestó a todos los rituales mayas, también los de mutilación, con los que los guerreros muestran su desprecio al dolor y que a sus hijos de muy niños se les aplanara la frente como correspondía a su estirpe y raza. Se asegura incluso que permitió al cabo y ya bastantes años más tarde que su hija mayor, Ixmo, fuera sacrificada en la pirámide de Chichen Itza como ofrenda a los dioses para que acabar con una plaga de langostas. Puede que en aquellos tiempos combatiera y contribuyera a la derrota de las expediciones de Grijalba (1517) y sobre todo a la de Francisco Hernández de Córdoba y en particular en una batalla señalada por las crónicas hispánicas como La mala pelea.

 

Un pasado español y un futuro maya

Porque Gonzalo Guerrero, aunque al poco tuvo oportunidad de hacerlo, no quiso volver con los españoles y prefirió ser ya para siempre un maya. Sucedió cuando Hernán Cortés desembarcó en la isla y santuario de Cozumel (1519) antes de lanzarse a la conquista del imperio méxica. Cortés, siempre hábil en su trato con los indios, a los que no hace ofensa alguna allí, fue informado que tierra adentro de la costa que se divisa viven dos españoles, dos barbudos como ellos y deseoso de rescatarlos y de que luego le sean útiles como lenguas en el contacto con los indígenas decidió rescatarlos. Envió para ello a indios con cartas suyas para los españoles pero también regalos, cuentas y abalorios para que sus amos los dejaran partir. Dio orden también de que una tropa de 20 ballesteros y escopeteros al mando de Diego de Ordaz los esperara durante ocho días en la costa. Escribe Cortés: "Señores y hermanos, aquí en Cozumél he sabido, que estáis en poder de un cacique detenidos. Yo os pido por merced, que luego os vengáis aquí á Cozumél que para ello envío un navío con soldados, si los hubiéredes menester, y rescate para dar a esos indios con quien estáis, y lleva el navío de plaza ocho días para os aguardar. Veníos con toda brevedad: de mí seréis bien mirados, y aprovechados. Yo quedo aquí en esta isla con 500 soldados y 11 navíos".

Los indios dieron, en efecto a los dos días, con Jerónimo de Aguilar. Tras entregarle la carta y los rescates, lleno el clérigo de alegría, fueron a ver a su amo, a quien los indios le dijeron lo poderoso que era el señor que los enviaba, las muchas armas y guerreros que traía y lo cerca que ya estaba, con lo que el cacique de muy buen grado aceptó los regalos y dio licencia a Aguilar de que se marchara y le dijera al poderoso señor que llegaba que deseaba estar en concordia con él.

El español salió de inmediato y alborozado y se puso en marcha para llegarse donde estaba Gonzalo Guerrero. Tras abrazarse ambos y entregarle la carta de Cortés se produjo uno de esos momentos, que contado por el propio Aguilar, que lo describe con toda su sencillez, hondura y emoción, le parecen, a quien esto escribe ahora, uno de los parlamentos más hermosos y profundamente humanos que ha leído. La respuesta de Guerrero y sus razones para no querer volver son estas:

"Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos. Tienenme por cacique y capitán, cuando hay guerras. La cara tengo labrada, y horadadas las orejas. ¿Qué dirán de mí esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traeis, para darles, y diré, que mis hermanos me las envían de mi tierra".

Conmueve el leerla. De la primera a la última sílaba y a esa despedida de quienes han sido sus suyos y su tierra y a los que deja para siempre, que flota en esas últimas palabras: "Dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traéis para darles (a sus hijitos) a los que diré que mis hermanos envían de mi tierra". Por ellas, solo por ellas, sería profundamente injusto no intentar al menos comprender a Gonzalo Guerrero. Fue un hombre que decidió donde quedarse y lo hizo. Creo que ante todo, por el amor a sus hijos "mis hijicos son bonitos"

Aguilar partió donde Córtes, tras enlazar con Ordaz, y en Cozumel fue reconocido por uno que con él había estado en sus tiempos con Nicuesa, Andrés de Tapia, con quien se fundió en un abrazo. Hernán lo recibió con gran afecto y de inmediato lo quiso a su lado como interprete. Sería su "lengua" durante la conquista hasta la aparición de Malinche que además de maya sabía también la lengua de los aztecas.

 

Batallas contra los españoles

Guerrero quedó atrás, sabiendo que habría de combatir a quienes partían como enemigos y en la seguridad, como español, que volverían. Lo hizo y con no poca destreza y éxito. Siguió adiestrando a los mayas e hizo fracasar varios intentos de adentrarse en su territorio, el que ahora está ocupado por el Parque Natural de Champotón en el Estado de Campeche (México).

En el año 1527 se enfrentó a los Montejo, padre e hijo, que con cuatro navíos y 4000 soldados se lanzaron a la conquista del Yucatán y aunque les fue muy difícil estos lograron adentrarse y ocupar parte del territorio. Se le dio entonces por muerto, pues así se lo hicieron creer los prisioneros mayas que el capitán Dávila cogió en 1531 en Chetumal, donde vivía, y que le dijeron que había fallecido por causas naturales. Así se lo trasmitió a los Montejo en Campeche, pero no era cierto. La resistencia siguió fuerte y los Montejo no consiguieron culminar sus propósitos.

Guerrero reapareció en 1537 cuando se enfrentó a las tropas de Pedro de Alvarado que al mando del capitan Lorenzo de Godoy en Puerto Caballos, en un poblado llamado Timancaya a las orillas del río Ulua donde había acudido al frente de 50 canoas para ayudar al cacique de aquella zona. Allí encontró su muerte a una edad ciertamente avanzada y en combate. Una flecha de ballesta lo alcanzó en el ombligo y le salió por un costado y un tiro de arcabuz le alcanzó de lleno en ese mismo lado hiriéndole mortalmente. Sus hombres lo sacaron de la batalla y lo llevaron bajo unas palmeras donde, tras pedirles que cuidaran de sus hijos, murió. Los indios se replegaron y su cadáver quedó en campo enemigo. Algunos españoles afirmaron luego haberlo visto: tatuado y vestido como un indio, pero barbado. Sin embargo, al caer la noche los mayas aprovecharon la oscuridad y llegaron donde estaba su cuerpo y se lo llevaron. Lo arrojaron después a las aguas del Ulua para que este lo llevara hasta el mar por el cual había venido.

Para los españoles de su época fue un traidor y un renegado, para los indigenistas actuales, el padre del mestizaje y sus hijos, que aparte de la primogénita, fueron dos varones y otra niña, los primeros mestizos, no queriendo reconocer como a tal al hijo de Cortés y Malinche.

Un gran monumento, curiosamente donde casi viene a salir del Paseo de los Montejo, en la ciudad de Mérida, obra del escultor Raúl Ayala honra su memoria que es glorificada también en este himno.

"Esta tierra que mira al oriente
cuna fue del primer mestizaje
que nació del amor sin ultraje
de Gonzalo Guerrero y Za'asil".

Yo me he limitado a contar su historia. Una de tantas que apenas conocemos de aquel tiempo en que los españoles cambiaron los mundos.