Aquí no hay playa... pero sí lago

Bruno Calleja Escalona
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Logroño disputó durante un tiempo con sus vecinos el uso del agua de La Grajera para regar sus huertas. El embalse es hoy un humedal de alto valor ecológico en el pulmón de la ciudad

Foto sacada de un panel informativo del propio parque, que recoge una estampa de la construcción de la prensa. - Foto: Parque de La Grajera

Pasear por el gran pulmón verde de Logroño  tiene la recompensa de la frescura y el deleite visual del pantano de La Grajera. Puede parecer que el humedal logroñés siempre estuvo ahí, pero un paseo sobre el dique ya da pistas de que la acción humana está detrás de este embalsamiento, hoy lugar de recreo y hábitat de flora y fauna y antaño reserva de agua fundamental para regar las huertas de la capital riojana.

El pequeño embalse ubicado al oeste de la urbe y que alegra la vista de su trazado urbano a quienes coronan en coche y se asoman a la ciudad desde el alto de la circunvalación, es una infraestructura del siglo XIX, pero su historia retrotrae algo más atrás en el tiempo.

La historia cuenta que las aguas del río Somero, que alimenta al actual embalse, eran aprovechadas por los habitantes de Alberite, Lardero y Villamediana, en un reparto de turnos de riego que recaía en el procurador de Logroño. En 1547, la Chancillería de Valladolid autorizaba a la ciudad a beneficiarse de las aguas del río Somero, en detrimento de las otras localidades.

El parque de la Grajera es un pulmón de la ciudad. El parque de la Grajera es un pulmón de la ciudad. - Foto: IngridEs de suponer que en aquellos tiempos el antepasado del actual pantano no sería sino una laguna natural, que abastecía a los ríos.

 

Aguas en disputa. En 1600, una de las canalizaciones del río Atayo, otro de los que abastecían de riego a Logroño, se rompía y quedó inservible durante un tiempo. En 1622, volverán las disputas entre los vecinos de Logroño y sus alrededores por el uso de los ríos, unas tensiones que siguieron hasta mediados del siglo XIX.

En 1877, el Marqués de San Nicolás, alcalde de la ciudad, propone  construir un embalse para garantizar el agua de riego de Logroño. El 2 de mayo de 1878 se adjudicaron las obras. Los encargados de llevarlas a cabo fueron Cesáreo Moroy y Amós Salvador Rodrigáñez. El 13 de junio de 1880 el nuevo pantano fue inaugurado, con el Marqués de San Nicolás como figura estelar del acto.

El éxito del proyecto hizo que su capacidad se ampliase en 1896. En 1913 Manuel Lorenzo Pardo reconstruyó la presa. Desde entonces, el embalse de La Grajera ha prestado servicio a la ciudad. A finales del siglo XX, el consistorio logroñés se planteó convertir el paraje en un espacio de recreo, que fue inaugurado el 17 de septiembre de 1992. En 2003, se añadió a su entorno el campo de golf.