Garrido se reivindica

Leticia Ortiz
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El torero extremeño, que entró en el cartel por la lesión de Aguado, da un golpe en la mesa y salva con su raza y firmeza el 'petardo' de Garcigrande que apenas dio opción a la terna

Tarde de valor y de apostar de verdad la que protagonizó ayer en Logroño José Garrido que, además, dejó muletazos de bello trazo. - Foto: Óscar Solorzano

Se despeñaba la tarde de ayer entre la frialdad del público (pesó la resaca del festejo anterior con el triunfo histórico de Roca Rey) y el petardo, inmenso y sin excusas, de Garcigrande. Cuando el sexto pisó el albero riojano, miraba el público el reloj con prisas, con ganas de salir cuanto antes del coso de La Ribera y olvidar el cartel con el que se cerraba esta Feria de San Mateo que se ha hecho muy corta. Pero justo ahí, cuando la esperanza estaba a punto de agotarse, apareció un invitado al que no se esperaba: José Garrido. De hecho, el nombre del torero extremeño no aparecía en la cartelería oficial del abono porque entró en la terna por la vía de sustitución tras la lesión de Pablo Aguado. Pero fue él quien salvó la tarde. Y también las crónicas, que sin el golpe en la mesa de Garrido iban a versar, seguro, sobre el infumable encierro que mandó Garcigrande a Logroño. Que a nadie se le olvide, eso sí, que son las figuras quienes eligen festejo tras festejo esta ganadería (y otras tres o cuatro del mismo tipo), aunque arruinen casi por sistema tardes como la de ayer en Logroño.

Volverá Garcigrande a La Ribera, no lo duden, porque alguna figura del toreo exigirá de nuevo matar ese hierro y el petardo que cerró la Feria sanmatea de 2021 ni se recordará. El sexto no fue mejor que los anteriores. Ni siquiera suavizó un ápice el fracaso ganadero. Incluso tuvo peor comportamiento, con un peligro manifiesto, orientado siempre en la lidia, sabiendo lo que se dejaba atrás en cada embroque. Un prenda ante el que solo había dos opciones: machetearlo por delante y entrar a matar, o tirar de toreo macho, que dirían en México. De bragueta, en España. Y Garrido, el invitado que el público no esperaba, escogió la segunda opción para reivindicarse, para recordarle al toreo que no se ha ido y que merece la oportunidad de entrar en los abonos porque le sobran cualidades para ello. Porque el toro exigía firmeza, poder, mando y, sobre todo, el valor seco de quien sabe de las malas intenciones del animal pero no da un paso atrás, con toda la verdad de ofrecer las femorales aun a riesgo de que te las partan. Y el extremeño puso todo eso en una faena basada en la mano derecha, que dejó muletazos para el recuerdo.

Especialmente buenas, por profundas, fueron las dos últimas tandas, en las que el público acabó por entregarse al matador. Las ajustadísimas manoletinas con las que cerró el trasteo, para asustar al miedo, pusieron el broche de oro a una faena importante, plena de raza y pundonor. Había que rubricar la obra, y no iba a ser fácil, pues el toro llevaba la cara por las nubes. Pero se tiró a por todas Garrido, con el corazón en el filo del estoque, cobrando una estocada fulminante que llenó de pañuelos los tendidos. Suya era la última oreja del abono logroñés. Y merecida. Pudo llevarse otro trofeo ante el tercero de no haber fallado con los aceros.

Tampoco se lo puso fácil el de Garcigrande, un toro con muchas teclas, como dicen ahora los cronistas. Es decir, un astado que presenta complicaciones durante su lidia. Ahora gusta lo de teclas, ya ven. En el caso de este tercero de la tarde, manso de libro, su único objetivo en el ruedo era salir de él. Buscaba las tablas a cada segundo lo que obligaba al matador a llevarle siempre tapado para evitar la huida. Lo hizo Garrido con la muleta en la diestra, firme en el toque, templado en el embroque y largo en el remate. Un remate con las zapatillas asentadas para solo girar y volver a presentar la muleta en la cara del toro. Así logró el extremeño hilvanar una faena de tesón, de aguantar, que despertó al público. Hasta entonces el coso de La Ribera sorprendió por su silencio. Cierto es que no hubo mucho para disfrutar. El único pero de la faena del extremeño fue la extensión. Sobraron una o dos tandas y se notó al matar. 

La reivindicación de José Garrido en Logroño llegó, además, entre figuras: El Juli y José María Manzanares.

El madrileño, experto conocedor de esta ganadería, de la que mata casi toda la camada cada año, cuajó una actuación solvente y profesional, salvo con la espada. Seguramente, en lo técnico, perfecta. Pero fría. Sin alma. Sin un solo muletazo de los que levantan a la gente de sus asientos. El respetable, de hecho, solo jaleó los circulares ante el cuarto, que le brotaron más limpios de lo que habitualmente se ve en la ejecución de esta suerte. Precisamente por esa última parte del trasteo pudo llevarse un trofeo, pero falló con la espada. Por cierto, que en el que abrió plaza, el primero del Juli, arrancó la mala tarde que vivieron los banderilleros. Salvo Antonio Chacón, Luis Cebadera y Domingo Siro, el resto sufrió con las frías. Hubo psicosis colectiva cuando llegaron los tercios. José Antonio Carretero incluso se lesionó en la espalda al intentar parear al tercero de la tarde.

Poco pudo hacer José María Manzanares con el lote que le tocó en suerte. O en desgracia. Descastados, desrazados y escasos de fuerza los de Garcigrande dejaron sin opciones al alicantino en su paso por la Feria de Logroño.